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La Legión, un siglo después, este domingo, en ‘El País Semanal’

James Rajotte

El general Francisco Veguillas, asesinado dos años después por ETA, se lo advirtió sin tapujos: “Se la está jugando, ministro”. El entonces titular de Defensa, Julián García Vargas, ya lo sabía. Era, según sus palabras, “una apuesta de alto riesgo”. Corría el otoño de 1992, en plena resaca de los Juegos de Barcelona y la Expo de Sevilla, y el Gobierno socialista decidió embarcarse en la guerra de los Balcanes. Hasta entonces, el Ejército había enviado observadores, casi siempre desarmados, a verificar acuerdos de paz en África o Centroamérica, y un contingente de ayuda humanitaria al Kurdistán iraquí. Pero ahora, Naciones Unidas pedía una unidad militar fuertemente armada, dispuesta a interponerse entre los contendientes en Bosnia-Herzegovina, la mayor carnicería sobre suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.

La disolución de la Legión estaba sobre la mesa. Tuvo su última oportunidad estaba en la antigua Yugoslavia. Un escenario de alto riesgo y gran visibilidad, donde lo que hicieran tendría como testigos a medios de comunicación de todo el mundo. Cuenta García Vargas: “Bajé a Málaga, me reuní con sus mandos y les avisé: si sale bien, es el futuro de la Legión; si sale mal, no sé qué futuro tiene”.

La Legión se salvó de ser disuelta y ahora cumple cien años, "con razón o sin ella". Sus 4.500 legionarios conforman la unidad militar de élite que, un siglo después de su fundación, convive con luces y sombras.

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