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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El acceso a agua potable, la llave para reducir la pobreza

Extraída directamente de los acuíferos subterráneos a través de un pozo o a través de tanques de almacenamiento de la lluvia, reduce la mortalidad, disminuye las hambrunas y favorece la escolarización de las niñas y la independencia de las mujeres

Una mujer, junto a su hija, saca agua de un pozo en su aldea en Malaui.
Una mujer, junto a su hija, saca agua de un pozo en su aldea en Malaui. Amos Gumulira (FAO/)

Han pasado más de ocho años desde mi primer viaje a África, cuando en 2012 estuve en Etiopía con Amigos de Silva, una ONG de cooperación al desarrollo con la que participé en la reforma de un hospital y en la construcción del primer quirófano de la región de Afar. Ya había estado haciendo voluntariado otros veranos en Perú y Camboya, pero fue durante mi estancia en Etiopía cuando me di cuenta de que la falta de agua era sin duda la mayor causa de pobreza, y tomé conciencia de la gravedad que suponía no poder disponer de agua potable para beber, cocinar, asearse o lavar.

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El principal motivo por el que la población acudía al hospital era por haberla bebido en mal estado, lo que les provocaba infecciones y enfermedades como la diarrea, disentería o cólera. Pero todo esto, allí, además de ser un problema sanitario, es un problema social: las mujeres y las niñas son las que tradicionalmente se encargan de ir a buscar agua, en ocasiones de dudosa calidad, caminando bajo el sol y cargando pesados bidones de hasta 25 litros. Tienen que andar varios kilómetros, hasta cuatro horas diarias, para llevarla a sus comunidades, lo que les impide atender a sus familias, buscar una ocupación que les proporcione ingresos y, en el caso de las niñas, asistir al colegio y recibir una educación para tener más oportunidades de futuro.

Además de ese viaje a Etiopía, otros a Perú, Camboya, Benín o Burkina Faso, me ayudaron a conocer de cerca la realidad de las personas que viven en la mayor pobreza material, y cómo la falta de agua es la mayor de todas. En noviembre de 2019 viajé a la República del Chad junto a la ONG Alboan, uno de los 14 socios que tiene AUARA y con los que hemos desarrollado algunos de nuestros proyectos para poner en marcha seis pozos en dos comunidades del suroeste del país, Bongor y Gounou-Gaya. Y volví a constatar que el acceso a agua potable es fundamental para aspirar a tener un futuro más esperanzador.

En el Chad comprobamos de nuevo lo que supone para las comunidades tener por primera vez agua potable. Estuvimos junto a ellos durante la perforación de los pozos, a la espera de que saliera el líquido, que al principio es lodo, y las caras de los integrantes de la comunidad que presenciaban el proceso pasaban del nerviosismo y la expectación a la alegría y la satisfacción de poder disponer de ella y limpia, gracias a una bomba hidráulica, sin tener que ir a buscarla.

La llegada de agua potable a una comunidad se convierte en una oportunidad para las personas. Extraída directamente de los acuíferos subterráneos a través de un pozo, o a través de tanques de almacenamiento de la lluvia que cae en las estaciones con más precipitaciones, reduce la mortalidad provocada por enfermedades relacionadas, mejora las condiciones de higiene de sus habitantes y les permite regar los cultivos, lo que a su vez hace disminuir las hambrunas, y favorece la escolarización de las niñas y la independencia de las mujeres.

Transformar la realidad

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) avanzaron en un suministro de agua más seguro. El informe de impacto del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) cifró que entre el año 2000 y 2015, 147 países habían cumplido con la meta del acceso a una fuente de agua potable, 95 países habían alcanzado la meta de saneamiento y 77 países habían cumplido ambas. Del mismo modo, entre 1990 y 2015, 1.900 millones de personas habían logrado tener acceso a ella suministrada por cañería, pasando de 2.300 millones a 4.200 millones de personas.

Avances muy relevantes pero que siguen siendo insuficientes, como nos recuerda el ODS 6 Agua limpia y Saneamiento. Según Unicef, unos 700 millones de personas, 3 de cada 10 en todo el mundo, no disponen de agua potable y más de 2.000 millones carecen de acceso a los servicios básicos de agua y saneamiento, según el último informe de la ONU sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos de 2019.

El cambio climático no está ayudando a superar este complejo reto. Se están reduciendo las reservas subterráneas de agua potable de las que depende la mitad de la población mundial, las precipitaciones están disminuyendo, mientras que se han acelerado los fenómenos meteorológicos extremos que fomentan las inundaciones y los desastres naturales.

Por otra parte, la covid-19 ha vuelto a poner de relevancia la importancia de lavarse las manos y evitar la transmisión de enfermedades, pero muchas veces la imposibilidad de acceso a un grifo impide mantener este —para nosotros— sencillo hábito de higiene.

En AUARA siempre decimos que luchamos contra la mayor de las pobrezas: la falta de acceso al agua potable, porque sin este recurso no hay posibilidad de desarrollo. Y esa pobreza es una mezcla de diferentes factores sociales y medioambientales que impiden el progreso económico. Desde su nacimiento en 2016, AUARA ha generado más de 56 millones de litros de agua potable, gracias a los 83 proyectos que hemos desarrollado en 17 países en vías de desarrollo.

Nos quedan 10 años para cumplir la Agenda 2030. La pandemia está afectando a la consecución de los 17 ODS, pero no nos podemos conformar con la resignación de que no se pueden alcanzar. Por eso, la innovación, la financiación público-privada y la colaboración son más necesarias que nunca si queremos disminuir la pobreza y las desigualdades sociales, y el acceso al agua tiene que ser una prioridad para reducirlas.

Antonio Espinosa de los Monteros es cofundador y CEO de AUARA.

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