Banderas blancas en Valle del Sol

Hundido entre los cerros del norte de la ciudad de Lima, entre los distritos de Puente Piedra y Ventanilla, se encuentra el asentamiento humano de Valle del Sol. Ocho familias provenientes de diferentes provincias de Perú llegaron en 2008 y levantaron sus casas en un terreno que, en la lógica de los cerros limeños, al final le pertenece a quien vive allí. A esos ocho primeros clanes les siguieron otros tantos, y en la actualidad viven 280 familias que han visto aquí la posibilidad de levantarse una casa modesta y construir una vida próspera lo más cerca que puedan de la metrópolis en un país tan centralizado. Pero la vida es dura en un barrio tan joven que apenas cuenta con tendido eléctrico como único servicio.

A Valle del Sol solo se llega con un servicio de transportes que salen de una cochera que hay en Puente Piedra, no tienen un horario fijo y el pasaje cuesta 2,5 soles (0,71 dólares). El asentamiento tiene un camino central de tierra por donde acceden los coches; para moverse de casa en casa hay que recorrer los senderos trazados por los pasos de los mismos vecinos.

El Gobierno prometió bonos de 100 dólares y ayudas para los más vulnerables, pero en Valle del Sol todas las familias son población vulnerable y ni la mitad ha recibido la asistencia prometida. Por eso, pasados los días de cuarentena, lo único que mantiene los platos de comida llenos es el trabajo solidario de las mujeres del cerro; ellas son las que sostienen la vida en los momentos difíciles organizando ollas comunes y fortaleciendo las relaciones entre las vecinas para que ninguna familia se quede atrás.

A las tres de la tarde se forma una cola de 40 mujeres con sus recipientes para llevarse una ración de la olla común. El recipiente metálico de cien litros aguarda humeante en la puerta de la casa de Gina, el lugar elegido ese día para cocinar y repartir las raciones de caldo de pollo. Las sopas y los guisos son habituales en las ollas comunes, ya que hervidos en abundante agua los alimentos se estiran.

El Estado de Emergencia decretado por Perú a mediados de marzo ante la pandemia de covid-19 ha sacado a la luz la precariedad en los cerros. La mayoría de residentes de Valle del Sol, como la mayoría de peruanos, tiene trabajos informales que les proporcionan ingresos diarios y que llevan meses sin poder ejercer por las restricciones de la cuarentena.

La nevera de Adelaida López está casi vacía. No obstante, esa noche ella y su familia cenaron sopa de pollo de la misma olla común que subió hasta su casa en lo alto del cerro.

Justina Cigüeñas, de 74 años, se asoma a la ventana en la que ha izado la bandera blanca. Por desesperación muchas familias se han visto obligadas a visibilizar el hambre con este símbolo. En muchos países de América Latina, entre ellos Perú, los que ya no pueden soportar más tiempo en sus casas sin ingresos ni ayudas de ningún tipo están levantando la señal de los rendidos, y en estos casos es el apoyo vecinal lo último que queda.

A las tres de la tarde se forma una cola de 40 mujeres, cada una con su recipiente para llevarse su ración. Para cada olla común las organizadoras solo piden un sol (0,25 euros), con eso, más las donaciones que pueden reunir, las cocineras voluntarias preparan una gran sopa que, al menos por un día, calmará el hambre de las familias.

Las cocineras son las mismas vecinas que desde las ocho de la mañana se juntan y preparan los ingredientes para la olla común. En el asentamiento colindante a Valle del Sol conocido como Belaunde Terry, las cocineras cortan muchas papas, algunas zanahorias y otras verduras que acompañarán a las tripas de pollo como el nutriente protagonista del plato. Están preparando 'cau cau', un estofado típico de la gastronomía peruana.

Sebastiana Cano, de 77 años, llegó de su pueblo en Ancash antes de la pandemia. Ella es partera y vino a Lima a ayudar a dar a luz a su nuera, Flor Fernández, y con la cuarentena ya no se pudo ir. Aquí no puede recibir su pensión de 65 soles (15,5 euros) cada dos meses, y su hijo que trabajaba en una fábrica de calzado se quedó en paro por la cuarentena, y no han recibido el bono del Gobierno. Ahora son tres adultos, un niño y un bebé de cinco meses en casa.

Un grupo de vecinas se marchan a sus casas con las raciones para sus familias. Una sabe que pasa hambre, pero también sabe si la vecina está bien o está mal, si el niño se puso enfermo y cualquier problema o preocupación se conversa en las trochas y los cruces del cerro. En ausencia de establecimientos para uso público los caminos son puntos de encuentro para compartir problemas e intentan dar soluciones de manera colectiva, ya que ni las autoridades de la municipalidad ni del Gobierno llegan a estos puntos apartados dentro de la capital peruana.

Angélica junto con su hija Melanixa y Gina descansan un momento después de repartir la última ración de la olla común. Angélica ha sido una de las organizadoras, anteriormente también ha participado en grupos de apoyo para llevar víveres a los cerros de Lima durante la cuarentena.

Las casas de Valle del Sol son modestas construcciones de madera con rendijas, por donde se cuela el frío en invierno, y techo de calamina que en verano multiplica el calor dentro de las casas. Estas, en muchos casos, no tienen pavimento, el suelo es de tierra pisada. Una caja de madera y metal sobre la tierra cruda.

Adila Caisara, de 23 años, vino de Iquitos a estar con el padre de sus hijos porque él encontró trabajo en Lima, pero quiere regresar y la cuarentena la ha dejado varada en Valle del Sol. Está embarazada de dos meses de su cuarto hijo y no está preparada para el frío del invierno en Lima, por culpa de la artritis le duelen las manos y los huesos. Además Adila quiere volver porque se siente abandonada por su compañero, que ha dejado embarazada a otra mujer y no se va a hacer cargo de ella ni de sus vástagos.

Un muro con cristales punzantes encima es el límite del cerro. Al otro lado no hay más que una cantera en declive donde han trabajado muchos de los hombres de Valle del Sol. Angélica y algunas vecinas observan por encima preguntándose cuando volverá la actividad.

Un grupo de vecinas con sus hijos esperan en lo alto del cerro de Valle del Sol. La señal de Internet no llega a las zonas bajas, así que muchas vecinas tienen que subir con sus niños para que puedan hacer sus tareas escolares con el celular en la parte de arriba, donde sí que llega. Mientras los estudiantes hacen las tareas, ellas se reúnen para conversar.

El tendido eléctrico sube por unos postes al cerro de Valle del Sol y se reparte de forma irregular por las casas de las 280 familias. No todas tienen luz, la electricidad llega bien a la zona baja, que tiene incluso unas farolas en la calle. Pero por las más altas y alejadas del cerro, por la noche, a partir de las seis de la tarde, se camina a oscuras por las pendientes y sendas que conectan las viviendas.

Los problemas que enfrentan estas mujeres pasan por el frío, el hambre, la crianza de los hijos, el abandono de sus parejas y la desatención por parte del Estado. Algunas están esperando que concluya la cuarentena para volver a su provincia, otras han hecho del cerro su hogar y tratan de sacar adelante su vida y la de los suyos.

Marionela Leon Santos vive en Valle del Sol desde hace tres meses, se mudó aquí para tener a su hijo, ahora está de ocho meses, a su bebé le falta poco para llegar a este mundo.

Deisi Altamirano, de 21 años, sostiene a su hija Adri, de dos, que debe llevar una prótesis para corregir el efecto de la enfermedad de Blount. Hace dos meses se les acabaron los ahorros y no han recibido el bono de ayuda prometido por el Gobierno, aunque gracias a las ollas comunes pueden esquivar el hambre, necesita dinero para comprar pañales y otros productos de cuidado para la pequeña.

Adelaida Briones calienta su olla en la cocina exterior de su casa en lo alto del cerro; el fuego lo consigue con maderos recogidos de algunas construcciones abandonadas. Está calentando lo que sobró en el almuerzo de la olla común añadiéndole un poco de agua para estirarlo. Usa la cocina a leña porque ya no les llega para comprar las bombonas de gas; calculan un gasto de 50 soles semanales (12 euros) en alimentos, pero nunca alcanza y hay que hacer el milagro de multiplicar la comida como sea.

Adelaida se prepara para servir la sopa de pollo de la olla común para la cena. Vive con su marido, su hijo pequeño y su cuñado, que lleva varios meses sin trabajar por la pandemia de covid-19.

Angélica ayuda a su padre partiendo piedras y aplanando un terreno en Belaunde, el cerro vecino a Valle del Sol. Angélica ha trabajado de camarera en un restaurante de Ancón, pero con el virus campando por el Perú, le da miedo exponerse en un trabajo de cara al público. Tienen suerte de obtener un ingreso durante la cuarentena partiendo piedras a golpes, les van a pagar 2.500 soles (600 euros) por aplanar y acondicionar el terreno para una futura construcción.

Una niña espera a su madre en la puerta de casa junto con los perros y cachorros de la calle con los que juega todo el día. Son las vecinas las que se encargan de los niños que se quedan solos en los cerros mientras los padres se ausentan. En estos tiempos de aislamiento social, el apoyo mutuo será lo único que nos hará salir adelante.