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Ser refugiado es ...

El secuestro, la desaparición y la muerte de su hijo mayor llevaron al autor de este relato a huir a Ecuador. Por el Día Internacional del Refugiado, este 20 de junio, comparte su historia

El autor de este artículo, Joaquín Villarraga.
El autor de este artículo, Joaquín Villarraga.Andrés Loor Moreira (CDH)

Ser refugiado es añorar volver a vivir con seguridad y paz. Es una dualidad de sentimientos encontrados. La felicidad de tener la tranquilidad que en mi país perdí. La tristeza de abandonar mi tierra a causa de amenazas de muerte por parte de grupos irregulares. Es una incógnita para el futuro, todo fue destruido en el país del que marché.

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En mi caso, me encuentro refugiado desde hace 17 años. Las causas que me llevaron a huir fueron el secuestro, la desaparición y la muerte de mi hijo mayor, José Joaquín. Hasta hoy no lo he podido encontrar, aunque lo he buscado por todos los medios. En Colombia, también recibí cartas con amenazas por abstenerme de pagar la famosa vacuna, una forma de extorsión utilizada por los grupos armados.

Además, me enteré de la participación de personas pertenecientes a la fiscalía y la policía en esas extorsiones, lo que me llevó a realizar una denuncia pública. Eso desató la persecución: fui declarado objetivo militar por parte de grupos paramilitares. Fue entonces cuando decidí vender el negocio de servicio y compra venta de automóviles al cual estaba dedicado. Vendí lo que tenía a precios de oferta y liquidé la nómina de mis colaboradores.

En aquel momento, mi hijo era socio del negocio, lo cual fue aprovechado por el grupo armado antes mencionado. Iban por mí, pero las cosas del destino hicieron que se lo llevaran a él.

Aquel día yo estaba ocupado, por lo que no pude llevar el carro al chequeo policial. Fue un jueves a las dos de la tarde cuando mi hijo se ofreció a llevar el auto a la revisión de la policía, último día en que lo vi. Tres días después, el domingo, entró una llamada a mi casa. Contestó mi esposa, en sus ojos observé la angustia y el dolor que sentía. Cuando colgaron el teléfono, silencio; rodaban lágrimas en sus ojos y mejillas. El mensaje fue claro, fuerte y cruel: eliminaron a José Joaquín, no lo busques más, arrojaron sus restos al río. Todo por haber denunciado públicamente.

Tristeza, dolor, ira e impotencia. Qué más daba proteger a mi familia y mi integridad. Eso fue lo que sentí aquel momento. Y lo siguiente fue escapar. Ante el temor y el hostigamiento, tomé la ruta del sur para proteger a mi familia y mi propia vida.

Ecuador me abrió los brazos y desde que llegué tengo el estatus de refugiado. En estos 17 años, he desarrollado diferentes labores, como también he tenido relación con ciudadanos ecuatorianos de gran talante y altura. He desempeñado diversas labores muy ajenas al trabajo que tenía en Colombia. Hoy vivo en Guayaquil, ciudad donde ejerzo mi actividad profesional como experto en medicina ancestral. Ayudo a mis pacientes a regenerar el organismo y reforzar el sistema inmunitario.

El mensaje fue claro, fuerte y cruel: eliminaron a José Joaquín, no lo busques más, arrojaron sus restos al río

Tras todas las dificultades, cuando creía que ya podía llevar una vida normal, me sorprendió la irrupción de la covid-19. La pandemia me ha cambiado completamente el panorama, igual que a todos los habitantes del Ecuador y del planeta. Hemos afrontado tiempos de temor, cuarentenas e inestabilidad económica. En el barrio donde vivo, varias personas fallecieron, lo cual produjo en los vecinos y en mi familia la alerta ante el miedo de un contagio colectivo. Preocupación y tristeza al saber lo que estaba sucediendo. De todas formas, afrontamos esa cruda realidad y hemos seguido adelante.

Tomando las medidas de seguridad sanitaria necesarias, hoy por hoy he podido retomar mis labores, buscando la calidad de vida de mis pacientes, pero sin olvidar las debidas protecciones para cuidarme a mí y a los que me rodean.

El largo tiempo que he pasado en Ecuador me ha permitido encontrar una segunda patria que me ha acogido y en la que me siento como en casa. A mis 77 años, estoy convencido de que será aquí donde terminaré mi paso por la vida.

Joaquín Villarraga es refugiado colombiano en Ecuador. Este testimonio fue recogido por la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en Ecuador y el Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos (CDH).

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