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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
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Más que un menor migrante, un futuro lleno de sueños

Los jóvenes migrantes que llegan solos se enfrentan a políticas migratorias que necesitan debatirse para mejorar su integración social y desarrollo

El debate que rodea a los menores migrantes no acompañados debería centrarse en proteger sus derechos
El debate que rodea a los menores migrantes no acompañados debería centrarse en proteger sus derechosSave the Children

La sociedad está acostumbrada a normalizar la pobreza, así como a percibir que esta es natural. La pobreza no es ni normal ni natural ya que responde a la estructura social de nuestra sociedad. Normalizamos la existencia de personas que viven en la calle y también de jóvenes, algunos de los cuales han emigrado solos como menores. Tal como indica el politólogo y sociólogo Albert Sales, el sinhogarismo es la expresión local de problemáticas de carácter global. El fenómeno migratorio de los jóvenes migrantes solos responde también a dinámicas globales, y en concreto, a lógicas transnacionales que tienen una base estructural. Las circunstancias que los llevan a vivir en la calle no parten de problemas individuales, sino sociales, y no lo podemos normalizar ni naturalizar.

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Los jóvenes que migran solos son conocidos como “mena” (menores extranjeros no acompañados), una categoría ampliamente estigmatizadora que sobre todo describe una situación jurídica y simplifica la realidad. Esta asigna unos significados muy concretos a un colectivo muy diverso: naturaliza unos prejuicios y deshumaniza a niños y jóvenes. “Mena” es una categoría que quiere describir una situación pero que asimismo designa cómo un joven migrado solo debe sentirse y es aquí donde reside el conflicto.

La combinación de conceptos como "joven", "menor", "extranjero" y "no acompañado" lleva a alimentar un imaginario colectivo que únicamente ve peligros y que centra el debate en los miedos que tenemos como sociedad. Existen unas percepciones en relación con la juventud, con los menores y con los extranjeros (como son el riesgo, la diferencia o el peligro) que responden a generalizaciones llenas de prejuicios. Cabe añadir la hipervisibilidad (ya apuntada por la investigadora Maru Trujillo de la Universidad de Granada en el 2010) de este colectivo en el espacio público, hecho que a menudo genera una atención de las instituciones más ligada a la seguridad y al control que a la protección de la infancia.

¿Y si centramos el debate en los derechos vulnerados de la infancia y juventud migrada? La mayoría de los jóvenes migran para mejorar sus condiciones de vida y buscan principalmente un futuro mejor porque no tienen las mismas oportunidades en sus países de origen. Los jóvenes migrantes, que por diversos motivos viven en la calle, son un reflejo de un debate público poco amplio y riguroso. Son reflejo del conflicto entre la Ley de Extranjería, las normas de protección al menor y de unas políticas públicas insuficientes y/o a repensar.

¿Y si centramos el debate en los derechos vulnerados de la infancia y juventud migrada? 

Los jóvenes migrantes solos tienen que aprender la lengua, formarse y obtener el permiso de residencia en un margen de tiempo mínimo cuando llegan a una edad cercana a los 18 años. A menudo, lo hacen después de un viaje migratorio largo y no ausente de dificultades. La fragilidad y la vulnerabilidad de un niño o joven con esta experiencia vital es grande y el esfuerzo que hacen para alcanzar los objetivos descritos es enorme.

Los equipos educativos de los centros de protección trabajan sin el tiempo necesario y ligados a una burocracia fluctuante y llena de obstáculos, tanto con respecto al marco jurídico como en cuanto a los criterios de aplicación de dicho marco. Son sujetos migratorios tratados como objetos de protección que padecen las contradicciones constantes entre la Ley de Extranjería y la Ley de Protección al Menor. Tampoco se pueden plantear las intervenciones socioeducativas necesarias sin tiempo o sin los recursos suficientes y adecuados para dar respuesta a las necesidades de niños y jóvenes que están en un proceso de duelo. Todos ellos están asimilando un proceso migratorio, en un escenario incierto e inseguro y en un contexto hostil.

La fragilidad y la vulnerabilidad de un niño o joven con esta experiencia vital es grande y el esfuerzo que hacen para alcanzar los objetivos descritos es enorme.

Los esfuerzos inmensurables son cotidianos y representan la realidad más frecuente pero más invisible. En cambio, la existencia de delincuencia o el consumo de tóxicos sin la contextualización pertinente llenan titulares y ponen en alerta a la sociedad a partir conceptos como “mena”. Por ello es necesario tratar las condiciones que la Ley de Extranjería impone a los jóvenes migrantes solos, así como el uso político interesado en relación con el fenómeno migratorio. Pero también es imprescindible tratar la falta de coordinación entre administraciones públicas y los recursos insuficientes para facilitar el acceso a la vivienda, especialmente fuera de ciudades como Barcelona (en el caso de Cataluña), tanto para los jóvenes migrantes solos como para el resto de la población.

Las situaciones de los jóvenes que pueden quedarse sin un recurso habitacional son diversas en función de variables como el acceso al permiso de residencia. También están las necesidades educativas, de salud y sociales, los factores de riesgo que afectan a los jóvenes, etc. Habría que tener en cuenta toda la diversidad de las casuísticas y la alta vulnerabilidad de estos niños y jóvenes.

En resumen, tras un joven migrante solo que vive en la calle hay una concepción determinada sobre el colectivo, una legislación vigente y unas políticas públicas a transformar tanto en Cataluña como en España y, por supuesto, en Europa.

Montse Sòria es coordinadora de Acción Social de la Fundació Pere Tarrés.

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