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De ‘La Manada’ al ‘procés’: al dramaturgo Jordi Casanovas le gusta pisar charcos

El autor de la aplaudida 'Jauría', puntal del teatro documental en España, prepara una obra sobre el independentismo catalán

Raquel Vidales
Luis Grañena

En el verano de 2013, Jordi Casanovas (Vilafranca del Penedès, 41 años) no dejaba de darle vueltas a la idea de escribir una obra sobre la corrupción. El tema ocupaba casi a diario las portadas de los periódicos, pero el dramaturgo no encontraba la manera de condensar todo eso que leía en un argumento verosímil: fraude, prevaricación, malversación, cohecho, comisiones ilegales, financiación irregular. Algunas tramas eran tan enrevesadas que parecían ciencia-ficción. De pronto, se topó con la transcripción de la sesión judicial en la que Luis Bárcenas, extesorero del PP, admitía por primera vez ante el juez del caso Gürtel que la contabilidad de su partido estaba trucada. ¡Ahí estaba todo! Una descripción detallada de los vicios del poder que no hubiera imaginado ni Shakespeare. No hacía falta cambiar ni una coma, solo destilar los diálogos y ordenarlos en progresión dramática.

No tardó en ponerse a escribir y antes de que acabara el año envió la obra a varios teatros y productoras en Cataluña, donde ya era un autor reconocido. Nadie quiso arriesgarse: era una idea descabellada, quién se iba a tragar un sumario judicial en su tiempo de ocio. Pero a Casanovas el texto le quemaba en las manos, intuía que podía funcionar y pensó que quizá podría dirigirlo él, como había hecho con otras piezas propias, pero acababa de ser padre por primera vez y quería disfrutarlo. Así que probó suerte en Madrid, pese a que jamás había estrenado en esta ciudad: se lo mandó al actor y director Alberto San Juan, cabeza visible del Teatro del Barrio, una sala independiente recién inaugurada con una programación en la que primaba el teatro político. Encajaba.

Eso pensó también Alberto San Juan. Organizó una lectura dramatizada para que unos cuantos amigos de la profesión le dieran su opinión sobre cómo llevar a escena aquella obra extraña: entre otros, los directores Miguel del Arco (Kamikaze) y Alfredo Sanzol (actual responsable del Centro Dramático Nacional), el actor Sergi López (que estaba actuando en el Teatro del Barrio) y el propio Casanovas. Un verdadero contubernio teatral. El diagnóstico fue unánime: aquello funcionaba como un cañón.

No se equivocaron. Ruz-Bárcenas resultó ser una obra emblemática. No solo por los elogios que recibió cuando se estrenó en mayo de 2014 en el Teatro del Barrio, sino porque dio el empujón definitivo en España al teatro documental, género poco desarrollado hasta entonces pero que empezaba a ser explorado por una nueva generación de dramaturgos que había despertado con la crisis: autores más permeables a la realidad inmediata que sus antecesores, imbuidos del mismo espíritu que alentó los movimientos sociales que cuajaron en el 15-M.

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Su teatro documental es solo la punta de un gran iceberg creativo: ya casi suma 40 piezas estrenadas

El éxito supuso también la proyección de Casanovas fuera de Cataluña y lo animó a seguir por ese camino. En 2016 repitió la fórmula para escribir Port Arthur, dramatización del interrogatorio policial a un joven con discapacidad intelectual que en 1996 perpetró una masacre en Australia. Y no dudó en volverlo a hacer cuando hace dos años se hizo pública la transcripción del juicio por violación a La Manada, que le llevó a concebir la obra que ha supuesto su consagración, Jauría, aclamada por la crítica como uno de los mejores estrenos de 2019. Esta tampoco la quiso dirigir él: se la envió a Miguel del Arco, a quien precisamente había conocido en aquel contubernio de 2014, que tampoco se lo pensó dos veces. Acertó: después de un año de gira por España, la obra se repone este enero en Madrid para regresar después a la carretera.

El teatro documental es solo la punta del gran iceberg creativo que es Jordi Casanovas. Fuera de Cataluña es conocido principalmente por este tipo de obras, pero lo cierto es que es uno de los autores más versátiles y prolíficos del momento, con casi 40 piezas estrenadas. Empezó a hacerse un nombre hace una década en Barcelona como cofundador de la pequeña Sala Flyhard, de la que fue director de 2010 a 2013, pero pronto saltó al teatro institucional y comercial. Triunfó en taquilla con sus comedias negras (Un hombre con gafas de pasta, El idiota) y alcanzó el reconocimiento de la crítica por su trilogía sobre la identidad catalana, que arrancó en 2011 con Una historia catalana, siguió en 2012 con Patria (que resultó ser profética porque su protagonista era un candidato secesionista) y culminó en 2015 con Vilafranca, historia de una familia en la que convergen las grandes contradicciones de la sociedad catalana. No le salió por casualidad: “Mi familia es de Vilafranca, donde el independentismo está muy arraigado. Si me he hecho tantas preguntas sobre ello es porque me crié en esa ciudad”, reconoce.

Sus últimos éxitos además de Jauría han sido Valenciana, la realidad no es suficiente (con el caso Alcàsser de fondo) y Gazoline (sobre los disturbios callejeros en Francia en 2005). Y ahora prepara un bombazo sobre el independentismo. Una pieza que muestra la vida de una familia en dos fechas clave del procés: el último trimestre de 2017 (referéndum) y el último de 2019 (la sentencia del Supremo).

Está claro que le gusta meterse en todo tipo de charcos. No hay más que echar un vistazo a su perfil de Twitter para comprobar que nada le resulta ajeno. Es un cirujano de la realidad: la disecciona quirúrgicamente para dejarle la médula al descubierto. Puro estilo Casanovas.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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