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Columna
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Lo que arde

Cannes ha acogido un filme rodado en gallego y los espectadores lo han agradecido, tanto como para que 'O que arde' se estrene en Francia con el doble de copias que en España

Julio Llamazares
Fotograma de 'O que arde'
Fotograma de 'O que arde'

Acabo de ver (en un pase de prensa; el estreno comercial no se producirá hasta octubre) O que arde, la película de Oliver Laxe que obtuvo el Premio del Jurado de Cannes en la sección Una cierta mirada en su reciente edición. El filme, irregular en mi opinión (posee una gran belleza visual, pero es frágil narrativamente), cuenta la historia de un incendiario que, tras salir de la cárcel, regresa a la aldea gallega en la que vivía y en la que continúa viviendo su madre sola y su reintegración en una sociedad campesina que le acoge con reticencia. Hasta ahí nada extraordinario. Lo extraordinario de esta película es su plasticidad visual y sonora y el talento de su director para profundizar en una naturaleza casi primigenia en la que las pasiones de sus habitantes se funden formando un todo indiferenciable que realza la lengua en la que se expresan. Por vez primera en su historia, Cannes ha acogido un filme rodado en gallego y los espectadores lo han agradecido, tanto como para que O que ardese estrene en Francia con el doble de copias que lo hará en España.

En O que arde se nos muestran imágenes poderosísimas (a destacar las primeras de la película, en las que un bosque de eucaliptos parece sucumbir a un viento inexplicable y misterioso) que realza una banda sonora en la que desempeña un papel principal la propia naturaleza con sus sonidos, especialmente cuando el fuego se apodera de unas y otra. Lo que arde en el filme de Oliver Laxe, parisino regresado a sus orígenes lucenses después de vagabundear por el norte de África durante un tiempo, según relata su biografía, no es tanto el bosque como las pasiones, la marginación y la soledad de unos personajes que sobreviven a duras penas a un holocausto cultural, el del final de una forma de vida, de la misma manera que en los incendios que todos vivimos a diario en las nuestras no arden tanto las afrentas y los odios como la inseguridad que a todos nos atormenta y que tiene que ver con nuestra fragilidad moral y social, esa que tiene sus causas en la falta de respuestas al misterio de nuestra existencia.

Pero O que arde no es solo una reflexión sobre un territorio, el de las montañas lucenses, en el que sucede. Es también una metáfora del mundo en el que las pasiones lo determinan todo incendiándolo continuamente. Viendo el filme, yo pensaba, de hecho, en que lo que arde en la política española en estos días son más las enemistades y las ambiciones de sus líderes que los intereses comunes de todos por los que dicen luchar, de la misma manera que a nivel europeo y mundial sucede, con los grandes mandatarios preocupados más por satisfacer sus egos y sus ansias de poder que por procurar la seguridad y el bienestar de la gente. Lo que arde en nuestro mundo es cada vez más la insolidaridad y la insensatez, dos combustibles que se extienden como manchas de petróleo por unas sociedades acríticas y cansadas de tanta palabrería que las nuevas formas de comunicación amplifican haciendo que cada vez el ruido sea mayor. Como en la película de Oliver Laxe, el crepitar de las llamas lo ahoga todo de tal manera que es ya difícil escuchar las voces de los apagafuegos, convertidos en pirómanos inversos contra su voluntad por necesidad. En esa situación, ¿quién puede oír la naturaleza, el sonido de esas pérdidas que arden a nuestro alrededor y que son la esencia de nuestras vidas, como Laxe y Antonio Gamoneda, cuya poesía completa acaba de editar Galaxia Gutemberg, nos demuestran?

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