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Entrevista

“Se necesita una enorme visión y valentía política para preservar esta isla”

Suzanne Hirschi, arquitecta y pintora polaca, lleva dos décadas vinculada a la salvaguarda del patrimonio urbano de Saint Louis a raíz de su clasificación como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco

Suzanne Hirschi.
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Llega apenas cinco minutos tarde disculpándose encarecidamente: el tiempo se le fue volando mientras se encontraba en casa de una vecina, una señora católica, octogenaria ya, que le mostraba fotos de cómo era la catedral de Saint Louis cuando era niña.

Así es Suzanne Hirschi (Varsovia, 1950): organizada, perfeccionista, apasionada. El actual proyecto en el que participa esta arquitecta —el apoyo técnico a la renovación de dicha catedral, el principal lugar de culto cristiano de la ciudad, de dos siglos de antigüedad—, la lleva de patio en patio para recoger historias, avivando las memorias de los oriundos que le ayuden a reconstruir el sentido que el edificio tiene para la población, con el fin de que éste impregne su rehabilitación.

Define su vida “por etapas”, en las que un tema centra toda su atención y hasta le roba horas de sueño. Nacida en una Polonia aún bajo el régimen del Telón de Acero, pronto se las apaña para progresar en su pasión por las artes decorativas, y posteriormente la arquitectura, en Francia. Fue Las mil y una noches, de Pasolini (1976) la culpable de que hoy sea una experta en arquitectura vernácula. La ciudad de Shibam, escenario de la película, la hipnotizó de tal manera que con 26 años, cuando todavía era estudiante, se marchó a Yemen sin más equipaje que una mochila a la espalda, pequeñas nociones de árabe y un cuaderno para dibujar la “Manhattan del desierto”, lugar al que dedicó buena parte de su vida profesional.

En un nuevo episodio de su vida, desde 2000 su “focus” es Saint Louis. Llegó a la ciudad de la mano de la Escuela de Arquitectura de Lille, encargada de hacer el inventario de una urbe que se estrenaba como titular de la etiqueta Patrimonio de la Humanidad de la Unesco virgen de documentación técnica y legal para su salvaguarda. Mientras habla, saca del bolso un díptico recién impreso que resume este trabajo, terminado hace 15 años, y que por primera vez será difundido entre la población. Lo lleva encima.

"Creo que hay una especie de fatiga general por el patrimonio. Además de haber menos: según mis estadísticas, desde 2000 se ha perdido más de un 30%"

Define el comienzo de su aventura en Senegal como un “verdadero choque cultural”, del que ahora está cerrando capítulo: “Madame Patrimoine”, como la llaman los vecinos de Saint Louis, dejará a final de año la que ha sido su segunda casa durante dos décadas. Se va una de las personas que aglutina más conocimiento científico sobre el patrimonio urbano de la ciudad y lo hace con un sentimiento agridulce. Su próximo destino: las islas Comores, donde trabajará como experta internacional de la Unesco para preparar su clasificación como Bien Universal. Se va, pero volverá. Y antes de marchar dejará un regalo: dos manuales para la construcción de una casa prototipo y otro de buenas prácticas para tareas constructivas de base.

Pregunta. Aterriza en la ciudad en 2001, apenas unos meses después de ser clasificada como Bien Universal por la Unesco, ¿por qué?

Respuesta. Llegué con una colega argelina, también de la Escuela de Arquitectura de Lille, a hacer un primer reconocimiento para ver la posibilidad de realizar un inventario con el alumnado, y nos dimos cuenta de la inmensidad del trabajo: la isla era colosal y apenas había documentación previa. Nos preguntábamos cómo conseguiríamos catalogar todo aquello, pero efectivamente lo hicimos, trabajando más de 12 horas al día durante muchos meses. Recuerdo cuestionarme la utilidad de la misión, unas dudas que me han acompañado durante todo este tiempo: veía tantas necesidades alrededor, tantas otras prioridades en la ciudad y no percibía un real interés en el patrimonio. Un interés que en el momento juzgué como escaso, pero que ahora considero aun menor.

P. ¿Qué ha cambiado en dos décadas?

R. Creo que hay una especie de fatiga general por el patrimonio. Además de haber menos: esta semana se han derrumbado dos casas. Según mis estadísticas, desde 2000 se ha perdido más de un 30%. Cuando llegué había un sentimiento de urgencia: se decía que mañana sería demasiado tarde y, efectivamente, hoy, en 2019, estamos en el demasiado tarde para al menos un centenar de casas. Salvar algunos inmuebles moribundos tendría un precio desorbitado que no vale ni la pena, además de estar rodeados de edificios nuevos que rompen la coherencia por lo que le quita el sentido de querer recuperarlos.

P. ¿Por qué cree que se ha producido ese deterioro?

R. Creo que es la consecuencia de que haya sido la comunidad internacional la que haya tirado del carro desde 2000. Cuando se clasifica un bien significa que hay una toma de conciencia, es el momento cero: hay un reconocimiento del valor y a partir de ese día se tiene cuidado. Aunque sea lentamente, se mejora: se escriben leyes de protección, se movilizan fondos, se rehabilitan casas. Aquí, a partir de ese día, se produce el efecto inverso: aunque se recuperen algunos edificios se abandonan muchos otros, se pierde patrimonio.

Lo que ha sucedido en Saint Louis, un fenómeno que se llama despatrimonialización, ha servido para que la Unesco revise la clasificación de las ciudades a partir de 2000. La exigencia no es nueva, pero ha servido para que se evalúe con más atención. Antes de pedir la nominación de un sitio tiene que haber una patrimonialización: que la población local quiera salvaguardar el patrimonio. Que los habitantes, los propietarios, los vecinos, los usuarios defiendan el dosier. Aquí esto no fue así: la ciudadanía no sabía nada. Fue una decisión política.

"Me disgusta profundamente encontrarme en una misión que considero que ha fracasado"

P. ¿Hay riesgo de desclasificación de la ciudad como Bien Universal?

R. Es una cuestión tremendamente sensible políticamente. Parece que este año no va a haber misión de seguimiento y, como hay algunas iniciativas en marcha para la recuperación de casas, se da por hecho que todo va bien. Todo el mundo cuida a Senegal. A nivel local, es algo paradójico. Se quiere la etiqueta de Unesco, es un orgullo tener ese reconocimiento internacional, pero no el trabajo que va asociado. El Estado, la Universidad y otros actores tendrían que buscar un relato patrimonial que interpele a la población. Hoy, la historia que se cuenta de ese patrimonio, vinculada a la ocupación colonial francesa, satisface a una élite, pero a las familias que destruyen o abandonan sus casas no las vincula, pues se sienten ajenas.

P. ¿Qué le ata a usted a Saint Louis?

R. Lo mismo que me ata a las personas: cuanto más las conoces, más unida te sientes, con sus virtudes y sus defectos. Como le pasó al Principito con la rosa. ¡Hay que releer El Principito!. Concretamente me atan dos cosas a Saint Louis. Una es la luz. Como pintora, tengo una enorme sensibilidad a los colores y a la luz, y como arquitecta soy sensible a las arquitecturas que saben manejar los colores y las luces, como es el caso. Conozco cada lugar de la isla: sé en qué esquina se refleja cada rayo de luz y a qué horas pasear por cada calle. Saint Louis es un regalo continuo. Y eso se está perdiendo: los edificios de cuatro pisos, que se construyen desoyendo las recomendaciones de la Unesco, no resaltan los mismos volúmenes. Y la segunda es que conozco la isla tan íntimamente que me siento ultra capacitada para aportar mis conocimientos técnicos en temas precisos: cómo hay que reconstruir una casa, como hay que rehabilitarla, por qué, qué correcciones hay que hacer... Me siento responsable.

P. ¿Está satisfecha profesionalmente de su trabajo en la salvaguarda del patrimonio de la ciudad?

R. Me disgusta profundamente encontrarme en una misión que considero que ha fracasado. En estos últimos años se han desperdiciado muchos medios, incluidos los míos: mi capacidad intelectual, mi tiempo. He pasado día y noche trabajando sobre este tema. Le he consagrado años de mi vida y esos conocimientos generados, y que he distribuido en centenares de documentos, nadie más se los ha apropiado. Sin embargo, no hay culpables: ha sido un proyecto mal calibrado desde el inicio. Pero efectivamente, a nivel profesional, me decepciona porque los resultados de mi trabajo no se traducen en hechos.

"Conozco cada lugar de la isla: sé en qué esquina se refleja cada rayo de luz y a qué horas pasear por cada calle"

Es por eso por lo que he decidido retirarme del programa, porque creo que es hora de que las riendas las lleven las personas locales competentes. Me voy con la pena de no haber podido formar a ningún arquitecto senegalés en 19 años. Lo he reclamado desde el principio y lo he puesto como condición por escrito en mi último contrato: tener un becario o un arquitecto senegalés a mi lado para transmitirle mi metodología de trabajo, mi conocimiento y sobre todo familiarizarle con las herramientas, al menos durante seis meses, pero nunca me lo han puesto. Nadie vendrá tras de mí cuando me vaya ni para recuperar los documentos de mi ordenador. No les interesa.

P. Hay gente que piensa que el patrimonio de la ciudad es algo que solo interesa a la comunidad extranjera ¿Se siente interpelada porque se juzgue como una injerencia neocolonial?

R. Estoy absolutamente serena porque vengo de un país donde jamás se ha hecho una intervención en África, donde había tantos problemas domésticos, y también una colonización que duró 150 años, que no se pensó en la injerencia externa. Yo no tengo el complejo que tiene el francés al trabajar en Senegal. Es cierto que se produce una amalgama y todos somos percibidos como tubabs (occidentales blancos). Y más trabajando para financiadores europeos. Pero yo no me lo tomo personalmente ni me siento cuestionada. No estoy trabajando en una intervención neocolonial en un país africano: trabajo en un sitio clasificado patrimonio universal y que, por tanto, como ciudadana del mundo, también me pertenece y me corresponde salvaguardarlo.

P. ¿Cuál es el principal desafío actual de la ciudad?

R. Su propia existencia. El valor de Saint Louis es la resiliencia urbana: esta isla es una máquina, un artefacto, un constructo creado por la ingeniería militar francesa hace 350 años, que consiguió hacer frente a condiciones inapropiadas tanto geográfica como climatológicamente. Y fijar un territorio que se convierte en una ciudad (¡que incluso llega a ser capital del África Occidental francesa!) y que perdura hasta hoy. La urgencia actualmente para salvar la ciudad es revisar esa máquina y tomar medidas sobre la erosión costera. Realojar dignamente a las familias y repensar la industria pesquera, ideando alternativas integrales para proponérselas a esa gente, con vínculos al ejercicio de su profesión. Se necesita una enorme visión y valentía política para preservar esta isla.

P. ¿Influirán los recursos encontrados frente a estas costas?

R. El petróleo está creando interés en la ciudad. Los secretos que rodean este tema, del que solo conocemos algunos titulares, pronostican que va a llegar mucho dinero aquí, se especula con la demanda creciente de inmuebles, de tierra...

P. ¿Cómo ve Saint Louis en 10 años?

R. Estoy convencida de que no será la misma ciudad. No me la puedo ni imaginar. ¡Tengo curiosidad! Veo todas las premisas de un gran cambio, pero no soy capaz de imaginármelo. Creo que la isla estará aún aquí, aunque diferente: pero sobrevivirá.

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