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IDEAS | CURSO DE VERANO
Columna
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Solo en verano

Las vacaciones no están pensadas para gente sola. Te miran raro. Piensan: ¿por qué estará solo? Y no piensan nada bueno

Letizia Le fur (GETTY IMAGES)
Íñigo Domínguez

La confusión en que nos dejó la Real Academia de la Lengua al suprimir la tilde en “solo” hace ambiguo el titular que he puesto, pero me viene bien, así mezclo cosas. Quería escribir sobre cómo es estar solo en verano, pero así también puedo contar más cosas que pasan solamente en verano, que es de lo que han ido estas columnas. Pasar el verano solo es más intenso, porque todo te pasa a ti. No hay que esperar en los restaurantes, pero en general las vacaciones no están pensadas para gente sola. Te miran raro. Piensan: ¿por qué estará solo? Y no piensan nada bueno. Alguna desgracia, que lo haces obligado o estás trabajando. Vi una camiseta graciosa en una zona de descanso del extranjero: “Soy camionero español”. No por orgullo patrio, sino para que le reconocieran otros españoles y poder hablar con alguien.

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Estando solos siempre vemos a los demás como en una película y el verano para esto es formidable, la gente contempla su vida como desde un mirador y se pone filosófica. Pasé solo parte del verano y apunté frases oídas en conversaciones. Algunas propias de quien va a meterse en un túnel donde se pierde la orientación: “Este invierno tenemos que ver gente, ya no vemos a nadie”; “Este año me lo voy a tomar con más calma”; “Pues si nos sube el alquiler, tendremos que irnos y no sé dónde vamos a ir”. Hay comentarios nostálgicos: “Ahora me tomo más de una y al día siguiente no me puedo ni mover”; “Hacía mil años que no escuchaba esta canción”; “Algún día tendré una huerta, con mis tomatitos”. La gente pierde amistades por no saber educar a los niños: “No me apetece verlos por no aguantar a sus hijos, y me da pena, porque ellos son majos”. En esto se ven extremos en verano: mucho niño gritón, cuyos padres creen por alguna razón que los demás también deben soportarlo, y demasiadas familias cenando en silencio con los niños pegados a la tableta viendo Peppa Pig.

Ves parejas felices y otras en crisis, de eso que se ve a la legua. En un chiringuito él le dijo que estaba destrozando el pescado, que no sabía partirlo. Ella respondió: “Siempre me estás criticando”. Y luego discutieron media hora sobre su relación. Por una lubina. Los dos llevaban gafas de sol, no se veían los ojos. Personalmente me marcó una conversación con una camarera joven que me trató de usted:

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—Hombre, ¿ha vuelto el usted?

—Con gente mayor como usted, sí.

Lo peor es que lo dijo sin malicia. Hay sensaciones que solo sentimos en verano que volveremos a olvidar: te limpias la arena de la planta de los pies en la pantorrilla de la otra pierna; nunca te pones crema en el tobillo y luego te escuece; el ruido de las chancletas en el eco del pasillo; el siseo de la cadena de la bicicleta cuando bajas la cuesta sin pedalear; el estruendo de las cigarras en un pinar. Al final del verano vi un padre que le pasaba la mano por el pelo a su hijo ya casi adolescente, recién salido del mar, un gesto tierno, rápido, como si fuera la última vez antes de que no le deje hacerlo.

Feliz otoño, que no se suele decir. Lo de “feliz algo” se usa cuando se supone que uno tiene que ser feliz: cumpleaños, vacaciones, Navidades, fines de semana, puentes, veranos. Todo lo relacionado con no trabajar. Sobreentendemos que el resto del tiempo queda descartado, pero, como decía Pasternak, “se vive para vivir, no para prepararse a vivir”. Y felices vacaciones a los abuelos que empiezan sus vacaciones (tras librarse por fin de los nietos).

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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