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Combat rock
Columna
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Vacaciones tóxicas

No es la primera vez que Acapulco, uno de los destinos turísticos más representativos de México, encabeza las listas de playas contaminadas del país

Antonio Ortuño
Turistas en una playa de Acapulco.
Turistas en una playa de Acapulco.Cuartoscuro

¿Tiene usted ganas de meterse al mar y salir cubierto de sustancias horrendas, como si fuera el Vengador Tóxico o la Criatura del Pantano? Me parece que la respuesta será que no. Pero el riesgo existe y muchas veces, demasiadas, no somos conscientes de él.

Un amigo extranjero viajó el pasado julio con todo y familia a Acapulco, una de las playas más conocidas en el mundo entero, para pasar el verano. Se trata de un tipo que ha persistido en visitar nuestro país y no se ha dejado desanimar por la hiperviolencia nacional ni por los peligros (bien sabidos) que corre todo el que pise nuestras calles, comenzando por los locales y terminando por los turistas. Mi amigo y los suyos han desfilado, en veranos anteriores, por Los Cabos, Punta Mita, Holbox y Cozumel. Este año, luego de leer en la prensa reportes sobre problemas con la contaminación por sargazo en el litoral de la llamada “Riviera maya”, que había sido su primera elección, se olvidaron del Caribe y decidieron que Acapulco, en el Estado mexicano de Guerrero, sería su destino.

Los problemas comenzaron pronto. La primera playa acapulqueña a la que mi amigo y su familia decidieron ir parecía normal. Se metieron al mar y nadaron. Nadie les avisó de que la playa estaba reportada como no apta para el uso recreativo por la Comisión Federal de Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris). Se enteraron de rebote, gracias a un periódico, y ya en la cena. ¿De qué estaba contaminada la playa? De algo siniestro. La presencia de enterococcus faecalis excedía los límites permitidos por las regulaciones ambientales. Adivinó usted: la culpa era de las descargas irregulares de aguas negras, toneladas de desechos humanos arrojados al mar por roturas o mala planeación de los desagües. Peor aún: la playa de marras, llamada Caletilla, no era la única en ese estado espantoso. Otras cuatro (Hornos, Manzanillo, Suave y Carabalí) estaban en las mismas condiciones.

Por suerte para mi amigo y su familia (y también para el resto de los turistas y, sobre todo, para los miles de trabajadores del puerto, cuyos ingresos dependen de que lleguen multitudes a sus hoteles, restaurantes y tiendas) en Acapulco había playas más limpias. La historia, pues, tiene una suerte de final feliz, porque a pesar de haberse bañado en aguas repugnantes, las consecuencias no pasaron del asco y una irritación de ojos episódica. La siguiente playa a la que fueron estaba perfecta y allí se instalaron el resto de la vacación. Pero el problema persiste, desde luego.

La Playa Suave, en Acapulco, ha excedido el límite tolerado de bacterias astronómicamente. El rango permitido es entre 0 y 200 enterococos por cada cien mililitros de agua, y en Playa Suave la Cofepris encontró 3968 bacterias en su monitoreo del 1 de julio, es decir, casi veinte veces más que el tope (en ese mismo monitoreo, por cierto, en Caletilla se encontraron 1607; en Hornos y Carabalí, 657; y en Manzanillo, 616). El 11 de julio pasado, tras unas medidas urgentes de limpieza y un nuevo monitoreo, Caletilla y Carabalí fueron sacadas de la lista negra. El 26 del mismo mes, Hornos y Manzanillo también fueron reportadas como limpias. La Playa Suave, sin embargo, sigue literalmente hundida en la porquería y no ha sido sacada de la lista aún, pese a los reclamos de las autoridades locales. 

Esta no es la primera vez que Acapulco (que, repitamos, no es cualquier destino turístico, sino uno de los más representativos del país) encabeza las listas de playas contaminadas de México. Los reportes de enfermedades e infecciones entre lugareños a causa de ello son frecuentes. Sin embargo, políticos y empresarios se quejan de que en realidad hay una “campaña negra” contra el puerto guerrerense.

Las medidas de limpieza fueron veloces, sí, pero cabe preguntarse si serán suficientes. O permanentes. Y también cabe preguntarse si no será que tenemos una visión tan corta que preferimos arruinar el medioambiente y perder miles de visitantes (y de divisas) antes que optar por soluciones de fondo.

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