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La gran oportunidad de la economía verde

El menor desarrollo extremeño resulta ser un activo en la nueva era de la sostenibilidad

Elaboración de picón, combustible de biomasa a base de restos de poda, en La Albuera (Badajoz).
Elaboración de picón, combustible de biomasa a base de restos de poda, en La Albuera (Badajoz). Jacobo Hernández (AGE Photostock)
Thiago Ferrer Morini

Hay un Trujillo en Perú, una Mérida en México, un Medellín en Colombia; Santiago de la Nueva Extremadura, fundada por Pedro de Valdivia (nacido en Villanueva de la Serena), es hoy la capital de Chile. Nombres extremeños esparcidos por el mundo por una tierra que, durante siglos, ha expulsado a sus habitantes, movidos por el afán de fortuna o por la mera necesidad de supervivencia. Los que se quedaron han aprendido a tirar de recursos para sacarle partido a un entorno natural que, si bien no es abundante, sí puede llegar a ser productivo si es gestionado de forma equilibrada y con un ojo puesto en las generaciones futuras.

"Hay dos características en la economía extremeña del siglo XVI que aún encontramos hoy", explica Raúl Molina, profesor de Historia Económica de la Universidad de Extremadura. "Primero, la baja densidad de población, impulsada por una emigración muy potente; segundo, la subexplotación de los recursos". Todas estas características, que dejaron atrás a la región en las sucesivas revoluciones industriales, pueden serle paradójicamente útiles en una economía global obligada a prestarle mucha más atención a la huella ecológica que genera y en su sostenibilidad a largo plazo.

Es un camino a seguir, y la comunidad autónoma necesita caminos a seguir con urgencia. Con 8.250 euros de renta media por habitante en 2017 (un 25% menos que el promedio nacional), Extremadura es la región más pobre de España. En la última encuesta de población activa de 2018 la tasa de paro (del 23,1%) fue la mayor entre las comunidades autónomas, y el desempleo de los menores de 25 años estaba por encima del 50%, la única región (junto con Ceuta y Melilla) donde esto seguía siendo así.

Y el papel de la iniciativa privada ha de ser fundamental. Entre otras cosas, porque Extremadura es la comunidad autónoma con el mayor porcentaje de empleados públicos, un 31% del total de asalariados en 2018, según el INE. "Extremadura será una de las regiones más favorecidas por (...) el aumento de salarios públicos, las pensiones y el salario mínimo (...) debido a la proporción relativamente elevada de asalariados públicos, pensionistas y trabajadores cuyo contrato se encuentra ligado al salario mínimo interprofesional", relata un informe del BBVA sobre la economía de la región publicado hace unas semanas.

Esto también tiene un efecto psicológico. "Llevo aquí 11 años, y doy clase en Administración y Dirección de Empresas, una carrera que está diseñada para formar empresarios", apunta Molina. "Pues bien, cada inicio de curso hago una encuesta a mis alumnos para preguntarles quién de ellos quiere ser empresario; el año que más, fue un 5%. La mayoría quiere, en el mejor de los casos, trabajar para la Junta para no tener que marcharse".

El enorme potencial

Pero el profesor de la UNEX no pierde la fe. "Esta región tiene unas potencialidades enormes". Alrededor del 7,5% de la superficie del territorio de la comunidad está incluido dentro del censo de áreas protegidas de la Junta, incluyendo el parque nacional de Monfragüe (el único de la región, clasificado en 2007) y los parques naturales de Cornalvo (en Badajoz) y del Tajo Internacional (en Cáceres y compartido con Portugal). "Durante demasiados años se ha contemplado esta protección con cierta sensación de impotencia, porque se consideraba que había que mantenerlo sin sacar réditos sociales y económicos", señala Miguel Bernal, director general de Extremadura Avante, el brazo de apoyo al emprendimiento y la inversión de la Junta de Extremadura. "Eso ha cambiado. Hay una apuesta muy potente por la explotación sostenible del medio ambiente".

Uno de los ejemplos más claros de esta visión más equilibrada acerca del medio ambiente se puede ver en el paisaje extremeño por antonomasia: la dehesa. Casi un tercio de la superficie de la región está formado por este ecosistema, que a los ojos del visitante de regiones como la sierra de San Pedro en Cáceres o la que rodea a Jerez de los Caballeros, en Badajoz, parece haber estado ahí desde siempre: kilómetros y kilómetros de encinares y alcornocales extendidos hasta donde alcanza la vista. "Los sistemas que tenemos, no solo en Extremadura, sino en todo el suroeste ibérico, están tradicionalmente pensados para proyectarse hacia el futuro", considera Francisco Vázquez, jefe de sección de Producción Forestal y Biodiversidad en el Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Extremadura. "Desde hace siglos, progresivamente han ido reajustándose a las necesidades del espacio histórico".

Pero este paisaje ni es fruto del azar ni es eterno. El avance del cambio climático y de una enfermedad, la "seca" (cuyas causas aún están por aclarar), está haciendo que la sostenibilidad sea más complicada. "Muchos de nuestros montes están envejeciendo y se están desgastando", explica Enrique Cardillo, investigador de Producción Forestal en el Centro de Investigación de la Madera, el Corcho y el Carbón Vegetal. "Puede ser por un conjunto de cosas, pero quizás porque hemos pisado demasiado el acelerador con la ganadería". El cerdo ibérico ha sido el centro del ecosistema de la dehesa y la clave para el desarrollo de muchas regiones. Pero, aunque en términos absolutos, el tamaño de la cabaña ganadera extremeña aún no ha llegado a los niveles previos a la crisis, un monte más deteriorado puede soportar menos animales.

En un polígono industrial salpicado de naves abandonadas a las afueras de Mérida se está avanzando para sacarle más rentabilidad al monte de forma sostenible. Aquí, entre el aroma de las jaras y los lentiscos, lleva instalado desde hace más de dos décadas el Centro de Investigación de la Madera, el Corcho y el Carbón Vegetal. "Aquí, nuestra investigación va, sobre todo, en dos direcciones: la gestión de las masas forestales y la de los productos que se extraen de ellas", señala Cardillo. "En el campo de la dehesa, lo que hacemos es revisar las formas de explotación orientada a la regeneración".

Uno de los aprovechamientos más prometedores son los residuos de la poda, biomasa que puede ser utilizada para la obtención de energía. "Extremadura tiene un potencial muy grande para el uso de la biomasa, pero no se aprovecha", explica Adolfo Reviriego, director general de Tentubio, una empresa de Almendralejo que lleva ocho años en el sector. "Como mucho, se utiliza un 25%; lo demás se quema directamente en el campo". El problema es que los productos del campo local tienen menos poder calorífico que otros, como el hueso de aceituna, y, en consecuencia, su transporte resulta menos rentable. "Si la planta de pellets más cercana está a más de 300 kilómetros, no vale la pena", explica Reviriego. "Lo que haría falta es potenciar tanto la elaboración local como su uso, para lo que hay que convencer al sector industrial, concienciarlos de que esto es algo que se amortiza en tres o cuatro años". El cambio climático también está afectando el otro gran polo primario de Extremadura: los regadíos. Los productores de los valles del Guadiana y del Tajo están teniendo que adaptar sus producciones para obtener más producción de menos agua.

Aumento de los márgenes

Es fundamental encontrar una solución porque los márgenes ya de por sí no son grandes. Y la agricultura y la ganadería representan más del 12% del empleo en Extremadura, frente a un 4% en el conjunto del país. "El tejido económico extremeño es muy dependiente del sector agroganadero", explica Javier del Pueyo, director general de Banca Pueyo. "Y dado que los precios de los productos que se generan no suben y los costes están aumentando, no nos queda otra que trabajar en procedimientos que nos permitan ser más productivos para tratar de conseguir rentabilidad". Uno de los principales problemas está en que mucha de la propiedad está basada fuera de la región, por lo que cuesta. "Es curioso ver cómo los principales explotadores de las dehesas extremeñas son ganaderos castellanos", considera Molina.

El camino es apostar por la calidad en lugar de por la cantidad: productos ecológicos y de producción controlada y con denominación de origen. Con algo más de 3.000 empresas, la región es la quinta en el país en número de productores de agricultura ecológica, además de tener en su haber 10 denominaciones de origen, entre quesos, miel, el pimentón de la Vera y las picotas del Valle del Jerte. "Extremadura es una zona con gran potencial", apunta Pueyo. "Creo que hay que seguir apostando por buenos cauces de comercialización que añadan valor a la materia prima, que, sin duda, es excelente".

"La agroindustria ya tiene su inercia propia", apunta Bernal. "Es un sector consolidado y maduro. Hoy nos lleva a poder presumir de una industria que, en algunos casos, ya es de segunda e incluso de tercera transformación". No todo es agroindustria. Fábricas como la de Cristian Lay (dedicada a la cosmética y a la bisutería) o la Siderúrgica Balboa, en Jerez de los Caballeros, o la histórica fábrica Diter (hoy propiedad de la alemana Deutz) de piezas para motores, en Zafra, también están presentes en la región. Para Francisco Javier, "pensar en modelos empresariales de altos hornos y de automóviles es ya pensar en el siglo pasado, hay que apostar por una industria sostenible".

No todos los desafíos son materiales. La formación es algo fundamental, y aquí, según Molina, ha contribuido la Universidad de Extremadura, fundada en 1973. "Hasta que aparece la universidad, esta región era de agricultores, ganaderos y gente que trabaja en el sector público", señala. "Pero llega la universidad y aparece algo fundamental: al factor trabajo se le da la preparación adecuada para incorporarse al mercado laboral".

Pero hay saberes que no se enseñan en la universidad. La despoblación y el envejecimiento rural no solo suponen una pérdida de capital humano, sino también de formas tradicionales de gestión del territorio que hoy podrían ser útiles. "El que quiera aprender cómo gestionar de forma sostenible no tiene que ver lo que hacemos ahora, sino lo que se hacía entonces", lamenta Cardillo. "Hay artes que se están perdiendo, y los recién llegados no saben".

El imponente poder acuífero

Con más de 140.000 hectómetros cúbicos (una cuarta parte de la capacidad nacional), Extremadura es el mayor depósito de agua embalsada de España. Cinco de los diez mayores pantanos del país están en la región. Un agua que —dentro de los límites de los tratados firmados con Portugal, que obligan a dejar que un caudal mínimo fluya hacia el país vecino— es una herramienta de desarrollo económico y una fuente de energía.

Un ejemplo de este desarrollo está en Orellana la Vieja (Badajoz), entre unas colinas donde las vetas de granito afloran como cuchillas de entre la escasa vegetación, impidiendo cualquier explotación salvo unas cuantas ovejas. Aquí, el Guadiana se extiende apacible, contenido por una presa de 740 metros de largo y 63 metros de altura.

La explotación de las aguas ya se planeó a principios del siglo XX, pero fue el franquismo el que acabó inaugurando estas obras. Dentro de la retórica de desarrollismo autárquico típico de la época, se aprovechó para implantar un programa de "colonización" en ambas provincias.

El regadío sigue cambiando la cara de esta tierra. En las vegas del Guadiana, a los cultivos de tomate, maíz y forraje de invierno se suman árboles frutales y, desde hace poco, olivares, que obtienen mejores rendimientos gracias al riego por goteo. Estos últimos ya representan un 18% de la superficie en regadío de la comunidad. Además, especialmente en Cáceres, el agua es motor de la energía hidroeléctrica: las presas de Cedillo y José María de Oriol (Alcántara) son de las mayores de España por potencia instalada.

Pero estos no son los únicos beneficios del agua. Todo un sector turístico se ha desarrollado en las costas de los embalses, en algunos casos de forma excesiva, como en la urbanización La Isla de Valdecañas, junto al embalse del mismo nombre en El Gordo (Cáceres), declarada ilegal por el Tribunal Supremo.

La prohibición deriva de otra de las consecuencias de los pantanos: que se convierten en un polo de atracción de muchas especies de animales, especialmente aves. El embalse de Orellana, una zona de especial protección para aves, es uno de los dos espacios en la región certificados como "humedal de importancia internacional" bajo la Convención de Ramsar.

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Sobre la firma

Thiago Ferrer Morini
(São Paulo, 1981) Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid. En EL PAÍS desde 2012.

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