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Coordinado por Lola Huete Machado
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Diario de viaje/Un año en Saint Louis (3)

Una familia en Saint Louis

Por tercera vez, una parte del equipo de Planeta Futuro se desplazó a la ciudad senegalesa, que dio una sorpresa tras otra a la redactora

La anécdota del viaje: la fotografía de una familia que, en realidad, no era familia. Aunque compartían un problema común...
La anécdota del viaje: la fotografía de una familia que, en realidad, no era familia. Aunque compartían un problema común...Miguel Lizana (AECID)
Alejandra Agudo

Pensaba que Saint Louis, ciudad senegalesa que la redacción de Planeta Futuro sigue durante un año, tendría poco que ofrecerme después de que todos los compañeros de la sección ya hubieran pasado por allí y regresado con decenas de historias en sus libretas. Pero todavía quedaban (y aún hay) personas increíbles, lugares y actividades por descubrir y contar. Saint Louis me regaló una sorpresa tras otra.

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Había planeado el viaje con la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo (Aecid), que se hizo cargo de la logística, para que pudiera ser testigo y transmitir el legado que la ayuda española ha dejado en la ciudad y los programas que aún siguen en marcha. Para conocer el contexto y tener una fotografía más amplia de la relación entre Senegal y España, entrevisté en su despacho en Dakar al embajador en aquel país, Alberto Virella. También charlé durante la hora de la comida con la responsable de la oficina técnica de cooperación, Belén Revelles. Había que aprovechar el tiempo para salir hacia Saint Louis cuanto antes, pues nos esperaban aún cuatro horas de carretera.   

Ya de noche, Miguel Lizana (el fotógrafo de la Aecid) y Mario Viyuela (técnico de la agencia en Senegal) y quien escribe llegamos al hotel, pero no tocaba descansar todavía. Khadi Mbaye me esperaba en su casa para una entrevista. Ella era una de las ocho mujeres poderosas de Saint Louis que las compañeras de Planeta Futuro que ya habían estado allí habían considerado importante dar a conocer para conmemorar el Día de la Mujer, para el que faltaban cuatro días. Cuando la conocí, toda ella era energía y generosidad, y me contó su historia, supe que merecía la pena el esfuerzo y posponer el encuentro con la cama. Mbaye es peluquera y forma a mujeres presas en estilismo para que a su salida de la cárcel tengan posibilidades de encontrar un empleo. Por esto y por otras tantas proezas cotidianas, sus tres hijas se mostraban muy orgullosas de su madre. Con ella, empecé a construir la pequeña familia que he dejado en aquella ciudad.

Pronto, a la mañana siguiente, conocería a un par de miembros más: el profesor Sen y Fatima Fall. El primero, me acompañó durante todo el viaje para traducir a mis interlocutores del francés y el wolof al español y viceversa, pues no hablo ni entiendo ninguno de los dos idiomas. La segunda, una de las ocho mujeres poderosas para el 8M, dirige el Centro de Investigación y Documentación de Senegal (CRDS, por sus siglas en francés) apoyado por la cooperación española. Además de su historia personal, en su despacho descubrí libros fascinantes. Pasé muchos minutos maravillada con un ejemplar sobre la geografía y gentes de África, escrito por un holandés que nunca pisó el continente, pero recogía los relatos de quienes regresaban del mismo. ¡Las ilustraciones eran impresionantes!

Desperté de mi ensimismamiento cuando miré el reloj. Tenía que regresar al hotel para escribir las dos entrevistas que ya tenía en mi cuaderno. La propia Fall me llevó en su coche, del que al apearme, varios niños talibés —estudiantes de escuelas coránicas a los que su maestro obliga a mendigar para llevarle dinero— se me acercaron para pedir comida o monedas. Esto se repitió cada vez que pisé la calle, para mi asombro de la gran cantidad de estos pequeños abandonados que deberían estar en el colegio, jugando y riendo, no pidiendo, hambrientos y temerosos de recibir una paliza si no consiguen suficiente dinero.

Los siguientes días fui llenando más y más páginas con experiencias, lugares y personas tan interesantes como anónimas e invisibles. Algunas ni siquiera existen oficialmente. Era el caso de los protagonistas de la fotografía que ilustra este artículo. Una imagen que, sin duda, se ha convertido en una de las anécdotas del viaje. Posan como una familia... pero no lo son. ¿Cómo llegamos a inmortalizar como parientes a estas cuatro personas?

En Podor, una de las zonas más desfavorecidas de Senegal, una paupérrima familia que apenas tenía tres cabras que le había donado la cooperación española, aseguró que nadie —antes de recibir tan preciada ayuda— se había pasado por allí para apoyarles o interesarse por ellos

Cáritas España apoya a su sección en Saint Louis para que haga campañas de sensibilización y asistencia legal para el registro de niños que no lo están, lo que les impide cursar la secundaria entre otras cuestiones. Llegamos a una de esas jornadas de concienciación en una aldea en el extrarradio de la ciudad por la tarde. Cuando ya había entrevistado a la responsable del programa, pedimos poder retratar a una familia cuyos hijos antes no tuvieran papeles y ahora, gracias a la intermediación de la ONG, sí. La luz del sol se estaba apagando y teníamos que ser rápidos para que Miguel pudiera realizar las instantáneas. "Aquí están", nos dijeron. En los últimos disparos de la cámara, ya era de noche. Fue cuando procedí a entrevistar al caballero, cuando descubrí que ni la mujer era su esposa, ni los niños —que habían acudido a la cita con un profesor— eran sus hijos. Aunque los cuatro, eso sí, compartían una circunstancia común: no habían estado registrados hasta que recibieron información y ayuda de Cáritas.

Otro tipo de inexistencia, aquella producto del olvido, fue la que me encontré en Podor, una de las zonas de la provincia de Saint Louis más desfavorecidas del país. Una paupérrima familia que apenas tenía tres cabras que le había donado la cooperación española, aseguró que nadie —antes de recibir tan preciada ayuda— se había pasado por allí para apoyarles o interesarse por ellos.

Como aquella familia, la primera que me invitó a un té de los muchos que tomaría durante el viaje, las gentes de Saint Louis y los alrededores me abrieron las puertas de su casa. Como la de Khady Ndeye, una matrona de una clínica privada a la que Lola Huete, responsable de Planeta Futuro, había conocido dos meses antes en el encuentro entre periodistas españoles y africanos en Gandiol, en el centro cultural Hahatay. En su hogar, nos invitaron cenar pescado a la parrilla servido en un plato común del que todos comen con las manos. A Miguel y a mí, nos dieron un tenedor por cortesía.

Lo mismo hicieron en casa de Fanta Mbodj. Esta mujer, hace poco más de una década, con 23 años, era lo que llamamos una nini. Pero escuchó un anuncio en la radio que ofertaba formación gratis en una escuela taller apoyada por la Aecid. Tras dos años de aprendizaje en agricultura, encontró un trabajo en una granja de legumbres francesa. Hoy, es la jefa y tiene a su cargo a decenas de jornaleros. En las tierras que dirige pasamos mucho calor y algo de hambre que aplacamos mordisqueando una mazorca recién cortada. Muy dulce.

Fatubintu Sar, representante de la asociación de mujeres procesadoras de pescado: "Me alegra que venga hoy una mujer a preguntarme, porque entre nosotras nos entendemos. Nosotras lo hacemos todo. Sé que tú me entiendes.
Fatubintu Sar, representante de la asociación de mujeres procesadoras de pescado: "Me alegra que venga hoy una mujer a preguntarme, porque entre nosotras nos entendemos. Nosotras lo hacemos todo. Sé que tú me entiendes.Miguel Lizana (AECID)

En su vivienda, donde accedió a que la grabásemos al día siguiente, nos invitó a té, pan con mantequilla y cacahuetes. "La merienda tradicional", nos indicó el profesor Sen, que a estas alturas ya se había convertido en nuestro guía y compañero, además de traductor. Fueron tan hospitalarios que nos dio la hora de cenar: alubias con salsa picante. "Estoy muy contenta por vuestra visita", me escribió Fanta en un mensaje a mi WhatApp cuando llegué al hotel. Lo traduje con el teléfono móvil y le contesté. Todavía me sorprende que haya gente que me agradezca que les invada su intimidad y les robe su tiempo. Y Fanta no fue la única que lo hizo en este periplo.

También la señora Fatubintu Sar, representante de la asociación de mujeres procesadoras de pescado, me transmitió su agradecimiento. A ella la conocí el 8M. Mientras en España miles de mujeres hacían huelga y se manifestaban, esta septuagenaria limpiaba y salaba pescado en el puerto de Saint Louis. Ante mi interés por su situación, dijo: "Me alegra que venga hoy una mujer a preguntarme, porque entre nosotras nos entendemos. Nosotras lo hacemos todo. Sé que tú me entiendes". Con mi lazo morado pinchado en la camisa, no pude más que asentir y continuar escuchando su larga lista de reivindicaciones. Solo una frase así podía conseguir que mereciese la pena estar a más de 3.500 kilómetros de la histórica manifestación en Madrid en defensa de la igualdad y los derechos de las mujeres.

Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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