¿Es el ‘britpop’ culpable del Brexit?
Muchos creen que este movimiento musical no solo nos dio a Oasis, Blur o Suede, sino que también propulsó la salida del Reino Unido de la Unión Europea
“El britpop presentó una idea simplista del pasado y forzó un extraño consenso que, al final, terminó por convencer a muchísima gente. Casi un millón y medio de personas en Reino Unido compraron Be here now, el tercer disco de Oasis. No era un buen álbum. Creo que ese fue el punto en que mucha gente se dio cuenta de que algo iba mal. Echarle un vistazo a tu colección de discos, ver entre ellos Be here now y pensar: ‘¿Qué he hecho?’. Veo el Brexit como otro Be here now. Cuando te das cuenta de que es malo, ¿vuelves a la tienda de discos y lo devuelves o tratas de convencerte de que es bueno y vives con él el resto de tu vida?”.
Esta analogía que nos cuenta el periodista irlandés Karl Whitman es realmente buena. El único problema es que podría funcionar con este largo de Oasis como con un mal disco de bossanova, trip hop o ambient. Entonces, ¿por qué ha elegido un disco de una de las principales figuras del britpop? Pues porque le hemos hecho una pregunta inductiva basada en que desde hace unos meses se ha extendido una idea entre cierta facción de la prensa y el público británico de que este movimiento musical surgido en las islas en primavera de 1993 y liderado por bandas como Suede, Blur, Pulp o los propios Oasis es, en parte, responsable de la configuración de la idea del Brexit. Su triunfo en las urnas más de dos décadas después ya es más cosa de Cambridge Analytics o Dominic Cummings.
“Creo que existe un considerable elemento de cargo de conciencia entre muchas de las bandas de esa escena musical. En sus memorias [Mañanas negras como el carbón, Ed. Contra], Brett Anderson, líder de Suede, comparte su preocupación en plan: ‘¿Qué hicimos? ¿De qué somos responsables?’. Para mí, el britpop licuó el pasado para sacar de él algunas imágenes e ideas de lo que significa ser inglés, pero sin pensar demasiado en ello. Eso es lo que lo emparenta con el Brexit. Comparte esa nostálgica y falsa imagen del pasado. No creo que la relación entre ambos sea casual, aunque no iría tan lejos como para afirmar que aquella música provocó la salida de la UE”, cuenta Whitman. “El britpop se enlaza con Tony Blair, la idea de la Cool Britannia y el Swinging London. Una broma”, aporta el escritor Jon Savage, reputado ensayista de la historia del rock, cuya última obra editada en España es Teenage (Ed. Desperta Ferro). “Ese movimiento musical era holgazán y encantado de conocerse, pero el Brexit es mucho peor”.
“Esos argumentos que enlazan el britpop con el Brexit no tienen ningún sentido. Se sustentan sobre una imagen caricaturizada del britpop como algo insular y nacionalista. Yo estaba allí y jamás fue así”. Dorian Lynksey es uno de los mejores periodistas musicales ingleses del último cuarto de siglo y autor de 33 revoluciones por minuto (Ed. Malpaso), un libro en el que repasa 33 canciones de política y agitación. Él sostiene que hay mucho más en el britpop que la nostalgia, el patriotismo pop o la exhibición desinhibida de símbolos nacionales.
La escena era una amalgama de músicos con sensibilidades distintas –no tiene nada que ver la cosmovisión de Jarvis Cocker con la de Liam Gallagher– en una coyuntura social y económicamente efervescente como fue la de mediados de los años noventa. Si lo miramos fríamente, había mucha más excitación ante la opción de sacar a los tories del gobierno británico que ante la posibilidad de que Inglaterra ganara la Eurocopa que organizó en 1996. Hablando de fútbol… “Durante ese torneo se extendió la sensación de que la bandera se la podíamos arrebatar a los camorristas y a los racistas. Ese patriotismo era amable y cosmopolita. No era para nada algo basado en el odio. Para mí, el origen del Brexit viene de mucho más atrás, de la falsa convicción de que Gran Bretaña ganó sola la II Guerra Mundial o de la pérdida del Imperio, o incluso de después de esa época, con la crisis económica y la de los refugiados. Si lo comparamos con esos momentos, los noventa son un periodo benigno y amable, acaso un poco demasiado complaciente y encantado de conocerse”.
Muchos datan en abril de 1993 el nacimiento oficial del britpop. Aquel mes, la portada de la revista musical Select la ocupaba una imagen de Brett Anderson ante una Union Jack. El titular rezaba: “¡Yankis! ¡Marchad a casa! Suede, St. Etienne, Denim, Pulp, The Auteurs y la batalla por Gran Bretaña”. Aparte de que cada grupo era de su padre y de su madre y que ninguno de sus miembros es hoy mínimamente sospechoso de haber apoyado el Brexit –el britpop es esencialmente de clase obrera inquieta y, en ciertos casos, aspiracional–, el asunto contenía una enorme dosis de ironía, además de identificar un enemigo (musical), EE UU, que curiosamente ha sido la muleta sobre la que se apoyan los defensores del Brexit cuando se les advierte sobre lo aislacionista de su propuesta.
El transatlanticismo, la relación especial, ya sabe. “La idea era que la música británica era tan emocionante que ya no era necesario fijarse en los estadounidenses”, recuerda Lynskey. “Pero eso no tiene nada que ver con ser provinciano o cerrado de miras. No puedo relacionar eso con el Brexit, porque ninguno de esos artistas hoy es probrexit. Mira, si entonces hubiesen compartido la estupidez de la gente que aboga por salir de la UE, ¿no estarían hoy a favor de eso públicamente? Ninguno lo hace”, añade.
Quienes sí lo han hecho son los dinosaurios intocables del canon musical previo, como Roger Daltrey, o rebeldes venidos a menos como Johnny Lydon. O incluso Morrissey. En 1992, el de Manchester actuó en el londinense Finsbury Park como telonero de Madness, banda de ska que llevaba desde finales de los setenta mezclando pop con sonidos jamaicanos. En su actuación, Morrissey sacó una Union Jack para cantar una canción titulada The National Front disco, un tema que la prensa entendió como racista y que resultó serlo bastante menos de lo que sería años más tarde el propio Morrissey. El resultado fue que le echaron del escenario a botellazos. Con las fuerzas izquierdosas del norte de Londres no se juega.
“Para todos los que amaron a The Smiths, la deriva de Morrissey ha sido descorazonadora. Mira, comparar la exhibición de banderas de Damon Albarn con la de Morrissey no tiene sentido. Damon quiere que la gente venga, Morrissey quiere alejarlos. La idea de Inglaterra de gente como el propio Albarn o Jarvis Cocker se interesaba más por los descastados, los melancólicos, los perdedores. Incluso Three lions, la canción oficial de la Eurocopa del 96, dice que siempre perdemos, pero igual esta vez no. Perdimos, claro. Common people, de Pulp, habla de resentimiento de clase. A design for life, de Manic Street Preachers, es patriotismo, pero de clase obrera, no nacionalista; habla de bibliotecas, centros sociales y estado del bienestar. Incluso This is a low de Blur recorre la idea del declive. Reto a cualquiera a que me diga un solo tema del britpop que trate sobre lo maravillosa que es Inglaterra”, sentencia Lynksey.
“Sacar la bandera a pasear siempre es peligroso. Es la más clara forma de abrir la puerta a la peor forma de nacionalismo. Siempre trato de evitar todo lo que lleve la Union Jack. Vivo en Gales, aquí no se saca eso a pasear”, apunta Jon Savage.
Aquí, en España, sí. Y de los balcones ha saltado a los escenarios y las pasarelas. En términos estéticos y musicales empezamos a vivir cierta celebración nacionalista, pero a diferencia del britpop esta no viene con algo de carga social, bastante de sentido crítico y toneladas de ironía. Esta es producto de una generación de niños ricos (y pijoapartes) que ha copado los medios culturales y de estilo de vida y que ahora, por fin, tiene la posibilidad de hablar maravillas del talento de quienes fueron con ellos al colegio de pago. Europa, nos vemos en 25 años.
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