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Susana Fuster: “La adolescencia es una etapa en la que los niños hablan poco pero dicen mucho”

La autora de ‘Hijos que callan, gestos que hablan’ enfatiza en su libro que no es que el joven no se comunique, sino que está diciendo muchas cosas con su cuerpo

Un joven mira el móvil en su habitación.
Un joven mira el móvil en su habitación. getty

El del lenguaje corporal en la adolescencia, y cómo interpretarlo, es un tema que está por descubrir. Sobre ello habla Susana Fuster, experta en comunicación no verbal, en ‘Hijos que callan, gestos que hablan’ (Espasa), un libro con el que quiere demostrar que no es que el adolescente no nos hable, sino que está diciendo muchas cosas con su cuerpo, con ese lenguaje no verbal que muchas veces no somos capaces de interpretar. Lejos de pretender que el libro se convierta en un manual de ayuda o en un diccionario de signos, ya advierte la experta que se trata de una herramienta para que las familias puedan entender más a sus hijos, y mejorar así la comunicación. Eso sí, antes, dice Susana Fuster, “hay que aprender a mirar con otros ojos al adolescente” y ponernos en sus zapatos, porque, aunque lo hayamos olvidado, nosotros también fuimos un día adolescentes.

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Pregunta: Sobre la adolescencia hay muchos libros pero yo creo que, al menos en España, ninguno había analizado “lo que los adolescentes dicen sin palabras”.

Respuesta: Hay muchos libros enfocados a ayudar a los padres desde el punto de vista de la psicología pero ninguno que nos hable del lenguaje corporal de los adolescentes, pese a ser algo fundamental. Estamos en una etapa en la que hablan poco pero dicen mucho porque muchas veces no están hablando lingüísticamente, o no nos están hablando como esperamos que lo hagan, pero nos están enviando un montón de señales.

Hay que aprender a mirar con otros ojos al adolescente porque cuando lo haces, cuando empatizas y das un paso más allá, te das cuenta de que es mucho más fácil entablar la comunicación con nuestros hijos.

P: Te has centrado en una etapa que suele causar mucho desasosiego a los padres pero no sé si es más un mito que una realidad. ¿Tanto miedo nos da la adolescencia de verdad o es más el ruido que escuchamos alrededor?

R: La adolescencia es una etapa muy bonita y también una etapa de mucho aprendizaje; no solo para los propios adolescentes, sino también para nosotros. Yo siempre digo que como padres jugamos con ventaja porque ya hemos pasado por ello. Lo malo es que se nos ha olvidado. Cuando eres capaz de ponerte en su lugar, empatizas mucho más con el adolescente.

Creo que a muchos padres que sus hijos comiencen a buscar su lugar, que sean más independientes, les asusta. Saber cómo está funcionando el cerebro del adolescente en esta etapa puede tranquilizarles. Su cerebro está madurando y la parte de su estructura límbica, que es donde está la amígdala y donde nacen las emociones, es la que lleva el control. El lóbulo prefontal que es el que se encarga de razonar, de pensar antes de actuar, de la toma de decisiones, todavía está en proceso de desarrollo y va a un ritmo un poco más lento que el sistema límbico. Por eso son más impulsivos, más irracionales, pero es ley de vida.

P: ¿Son muy diferentes los gestos de un niño a los de un adolescente?

R: El lenguaje no verbal es universal. No hay un diccionario de gestos que nos diga qué gestos pertenecen a los niños, a los adolescentes o a los adultos. Lo que sí es cierto es que en determinadas etapas hacemos nuestros unos gestos u otros. Los niños más pequeños, por ejemplo, cuando saben que han hecho algo que no está bien se llevan la mano a la boca o esconden esas manos. Según vamos creciendo vamos dulcificando esos gestos, pero están ahí; y es verdad que en la adolescencia ese lenguaje gestual o corporal se descontrola mucho y no son muchas veces conscientes de lo que están expresando con el cuerpo y con la voz.

P: En el libro mencionas que no es fácil “saber” observar y que es precisamente esto lo que hace que nos perdamos muchas de las señales que emiten nuestros hijos. No sé si influye en esa falta de observación ese “todo para ya” de nuestra sociedad o que a nosotros mismos no nos han enseñado a observar ni conocemos el lenguaje no verbal.

R: Creo que no hemos desarrollado esa capacidad de atención y de observación. Es cierto que todos estamos programados genéticamente para interpretar el lenguaje no verbal de las personas que tenemos a nuestro alrededor –y si son nuestros hijos mucho más porque les conocemos–, por lo que en teoría partimos con esa ventaja.

Ciertamente el cerebro está captando esas señales pero ocurre que no nos han enseñado a interpretarlas de manera adecuada, a decodificar correctamente determinadas conductas no verbales.

Por ejemplo, el tema de las expresiones faciales es muy interesante. Hay siete expresiones faciales que todos, independientemente de la cultura, de la edad o del país en el que hayamos nacido, manifestamos igual en el rostro: son la alegría, la tristeza, el miedo, la sorpresa, la ira, el desprecio y el asco. Esto lo hacemos moviendo determinados músculos de la cara. Si tú aprendes qué músculos se mueven cuando estás manifestando esa emoción, estás viendo realmente qué emoción puede estar sintiendo tu hijo.

P: Conocer esto no sé si puede servir para camuflar las emociones…

R: Tú puedes estar falsificando una emoción pero siempre se produce algo que los expertos denominamos microexpresiones faciales. Son la válvula de escape a través de la cual, y de manera inconsciente, el adolescente te va a decir qué está sintiendo, y que surgen incluso antes de que se dé cuenta. ¿Qué tienen que hacer los padres a la hora de detectarlas? Pues lo primero es aprender a identificar cómo se muestra cada emoción en el rostro. Como las microexpresiones son muy breves, tienen que conocer a qué parte del rostro deben prestar atención. Por ejemplo, tú puedes darte cuenta de que a tu hijo algo le está apenando si tú eres capaz de detectar cuando las cejas se arquean por la parte interna y tienden a juntarse hacia arriba, es muy difícil que ese músculo se mueva de manera voluntaria. O el miedo o la sorpresa. Cuando sienta miedo los párpados se van a abrir más, se van a elevar, las comisuras de los labios se van a estirar hacia las orejas. Tú le puedes estar haciendo una determinada pregunta y a lo mejor él o ella no quieren decírtelo o tiene miedo a darte una respuesta y ese rostro va a cambiar. Esto, acompañado de una determinada postura, de un determinado tono de voz, te está dando pistas.

P: ¿Qué necesitamos para saber interpretar correctamente un cambio en el comportamiento habitual de un adolescente?

R: Hay seis pasos que pueden servirnos para poder interpretar correctamente lo que calla el adolescente. Como padres, lo primero que deberíamos hacer es aprender a desarrollar nuestra capacidad de observación: traer al plano consciente muchas de las actitudes, gestos, expresiones faciales, que hasta ahora nos pasaban inadvertidas pero que están ahí. Muchas veces nuestra rutina diaria hace que no acabemos de prestar la atención que merece todo esto. También es fundamental conocer el patrón de conducta del adolescente, cómo actúa normalmente, porque todo lo que se aleje de una manera habitual de actuar es un cambio de comportamiento al que debemos prestar atención porque eso está respondiendo a una variación emocional. El siguiente paso es analizar los ocho canales expresivos que nos están dando información (la expresión facial, los gestos, el uso que hacen del espacio, su postura, el contacto físico ­–y la duración de ese contacto–, la forma en la que visten, la voz y la mirada). Es muy importante que no nos fijemos en un único gesto, sino que hay que verlo en su conjunto y no de manera aislada. Hay que enmarcarlo todo en un contexto porque hacerlo fuera de él no nos permite interpretarlo: el tiempo, el espacio y el ambiente en el que se produce. Y, por último, es importante comprobar si existe coherencia entre lo que está diciendo y lo que está expresando corporalmente.

P: ¿Y después? ¿Qué hacer con lo que interpretamos? ¿Cómo puede ayudarnos?

R: Lo primero que tenemos que hacer es dejar al margen los juicios, y no confrontar a nuestros hijos a la primera porque eso hace que se pongan a la defensiva. Después hay que ver cómo “les entramos”, buscar el momento adecuado para hablar con ellos y, entonces, poner en marcha las habilidades de comunicación y la escucha activa a todos los niveles para crear un clima de confianza y de respeto mutuo. Se trata de expresar asertivamente nuestro punto de vista poniendo el foco en resolver la situación, y no tanto en el conflicto o en la confrontación. Tenemos que ponernos en sus zapatos.

P: Supongo que en todo esto, nuestro papel como espejo también es importante en cuanto a los mensajes verbales y no verbales que les hacemos llegar.

R: Todo comunica y nuestro propio lenguaje corporal también les está enviando información. En la medida que nuestro hijo interprete el comportamiento corporal más cercano, su actitud va a ser más complaciente. Muchas veces esas emociones que expresamos con nuestro lenguaje no verbal se contagian: si nos dirigimos ya con cara de enfado pues lo más probable es que nuestro hijo nos responda también con esa cara de enfado o de ira. Nuestro lenguaje no verbal también actúa como un potente imán que impacta directamente en el inconsciente del adolescente. Tenemos que ser muy conscientes de esto porque nuestro mensaje no verbal también modula sus reacciones emocionales hacia nosotros.

Nos están observando a todos los niveles desde pequeños, y en la adolescencia, aunque pensemos que no, seguimos siendo un punto de referencia muy importante para ellos. Es cierto que están buscando más independencia, su autonomía, pero seguimos siendo muy importantes. No le puedes decir a tu hijo que no haga cosas que hacemos nosotros. Todo cambia mucho si, en vez de estar todo el día con cara de asco, de ira o de enfado, tenemos una expresión corporal más distendida, más relajada o más alegre.

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