El indispensable diálogo

Se imponen, cada vez más, los bajos y egoístas instintos, azuzados por indeseables a los que solo interesa su propia riqueza

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca, el pasado 21 de febrero. Manuel Balce Ceneta (AP)

¿Puede alguien imaginar, por anodino que resulte, un mundo sin diálogo?

Si además, ese mundo en el que vivimos es cada día más complejo y las relaciones entre los países chocan más y más con intereses y dificultades, ¿qué posibilidades de vivir en paz, de avanzar, de progresar de crecimiento del ser humano, de justicia social, de la convivencia pacífica y gratificante tenemos? ¿Cómo puede trasmitirse el conocimiento, la empatía, el bienestar y el progreso sin diálogo?

Desgraciadamente, y cada vez más, el diálogo es sustituido por la imposición, la intransigencia, el egoísmo y el ...

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¿Puede alguien imaginar, por anodino que resulte, un mundo sin diálogo?

Si además, ese mundo en el que vivimos es cada día más complejo y las relaciones entre los países chocan más y más con intereses y dificultades, ¿qué posibilidades de vivir en paz, de avanzar, de progresar de crecimiento del ser humano, de justicia social, de la convivencia pacífica y gratificante tenemos? ¿Cómo puede trasmitirse el conocimiento, la empatía, el bienestar y el progreso sin diálogo?

Desgraciadamente, y cada vez más, el diálogo es sustituido por la imposición, la intransigencia, el egoísmo y el desprecio al otro.

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No nos preocupamos del bien común, sino del nuestro particular; no nos preocupan las costumbres, las necesidades o los sufrimientos de otros, sino el nuestro propio; nosotros primero, pese a quien pese y pase lo que pase. Y es un terrible error, porque hasta del más insignificante tenemos algo que aprender y algo que aportarle.

El diálogo es lo que hace la vida posible, lo que permite que los pueblos progresen, lo que contribuye a la paz, lo que hace al ser humano más sabio y mejor. Es, en suma, parte indispensable en la vida de los humanos.

Por desgracia, se imponen, cada vez más, los bajos y egoístas instintos, azuzados por indeseables a los que solo interesa su propia riqueza, gentes que envenenan a la gente sencilla, poco instruida, que se traga inocentemente mentiras que van siempre destinadas a asustarles, a que teman peligros inexistentes, a robarles la tranquilidad, sustituyéndolo por el temor.

Cuánto mejor nos iría si aprendiéramos de todo lo que viene de los demás, si tuviéramos conciencia ciudadana, si nos escucháramos a nosotros mismos y aprendiéramos a rechazar a los catastrofistas y a los que, de forma torticera y ramplona, pretenden manejarnos a su antojo.

Esta tribuna es una colaboración de un lector en el marco de la campaña ¿Y tú qué piensas?. EL PAÍS anima a sus lectores a participar en el debate. Algunas tribunas serán seleccionadas por el Defensor del Lector para su publicación.

Los textos no deben tener más de 380 palabras (2.000 caracteres sin espacios). Deben constar nombre y apellidos, ciudad, teléfono y DNI o pasaporte de sus autores. EL PAÍS se reserva el derecho de publicarlos y editarlos. ytuquepiensas@elpais.es

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