Voluntariado a 10.000 metros de altura
Una activista de Aviación Sin Fronteras cuenta su experiencia acompañando a Jean Pierre, un niño de Benin que llegó a España para recibir atención sanitaria
Cuatro y media de la mañana.
El despertador me saca de entre las sábanas.
Ducha y café a toda prisa, aunque a estas horas no haya atasco.
La costumbre.
20 años haciendo el mismo recorrido. Casi podría llegar al aeropuerto con los ojos cerrados.
Aunque hoy me toca ponerme otro uniforme, otra acreditación y los pasajeros se hayan visto reducidos a uno solo: Jean Pierre.
Su aventura comienza a más de 5.000 kilómetros de Madrid, en una aldea de Benin. Jean Pierre llegó con el sol y el olor a hierba recién cortada que, a finales de junio, parecen invadir España. De su viaje de ida poco más sé, ni falta que hace, porque lo que de verdad importa es que hoy vuelve a casa.
El programa en el que participo por primera vez, Alas de la esperanza, es uno de los ejes de actuación de Aviación Sin Fronteras. Este proyecto permite que cientos de niños sin los recursos o infraestructuras necesarios para el tratamiento especializado de las enfermedades —graves pero curables—que padecen, puedan viajar hasta España para ser intervenidos quirúrgicamente o recibir la atención médica adecuada.
Los viajes de acompañamiento de niños supusieron el origen de Aviación Sin Fronteras en Francia, cuando un grupo de personas del entorno de esta industria fue consciente de las facilidades que sus respectivas compañías les ofrecían al tener la posibilidad de poner al servicio de cualquier entidad sus billetes con descuento para empleados. Esta circunstancia supone el ahorro de muchos miles de euros al año, los que hubiesen hecho falta desembolsar para otros acompañantes que no fuesen beneficiarios de este tipo de billetes. De este modo, ese dinero ahorrado puede invertirse en ampliar proyectos o llegar a más beneficiarios. Así de sencillo.
'Alas de la esperanza' permite que cientos de niños puedan viajar hasta España para ser intervenidos quirúrgicamente
O así de complicado. Porque lo cierto es que son muchos los actores llamados a intervenir en un proyecto como este.
Empezando por el personal sanitario que detecta los casos médicos y los deriva a los trabajadores sociales locales de Tierra de Hombres. Pasando por el hospital español que se hará cargo del tratamiento médico. Luego la familia de acogida durante la recuperación del niño y las familias que lo alojan cuando debe hacer noche entre vuelo y vuelo.Y, finalmente, los acompañantes del niño en todos los trayectos de su viaje. Son muchas las piezas que deben encajar casi al milímetro y que, milagrosamente, lo hacen. Aviación Sin Fronteras es quien coordina la labor de estos acompañantes.
Como tantas otras organizaciones humanitarias en España, su estructura está íntegramente formada por voluntarios, con la salvedad de su directora, Ana Ferrer, única integrante en plantilla. Los coordinadores de los proyectos, las personas que participan en las misiones, el equipo de comunicación, la junta directiva… Todos conforman una extraordinaria red de voluntarios.
¿Cómo es posible funcionar solo con voluntariado? “Los proyectos salen adelante con buena voluntad y mucha dedicación” afirma Ana. “Tenemos un equipo de voluntarios impresionante. Si llega a ser por los presupuestos que manejamos… No sé cómo nos la apañaríamos. Los voluntarios, junto con las empresas que nos ofrecen financiación, son los agentes fundamentales de nuestra labor. Sin ellos nada de lo que hacemos sería posible. Nuestros proyectos no tienen una carga económica muy elevada pero, de un tiempo a esta parte, muchas entidades se han volcado en el voluntariado corporativo que es maravilloso, sí, pero también ayuda a que se estanque nuestra financiación y nos resta tiempo ya que hay que formar a un grupo de gente que no siempre le va a dar continuidad al voluntariado”.
Ana mantiene una postura crítica en más aspectos: “Soy defensora de las pequeñas organizaciones porque, al final, a las grandes se les abren muchas más puertas. Es con esas entidades, las de tamaño reducido, con las que nos gusta colaborar en otros proyectos como el envío de material escolar o médico a países en vías de desarrollo, la alfabetización en Burkina Faso o las actividades lúdicas en entornos aeronáuticos para personas con alguna discapacidad o en situación desfavorecida”.
Jean-Pierre es todo un personaje. Marta, su mamá de acogida por una noche —esa que por incompatibilidad de vuelos ha tenido que pasar en Madrid— me entrega el papeleo para su viaje y toda su documentación médica. Me informa de qué medicinas debe tomar y cuándo debo administrárselas, mientras él juguetea a nuestro alrededor. No parece en absoluto preocupado por pasar de unas manos a otras. A estas alturas de la película, debe de estar acostumbrado: desde que salió de su país ha estado acompañado por al menos seis voluntarios diferentes, uno por vuelo. A estos hay que sumarle los componentes de la que ha sido su familia durante casi tres meses, el tiempo que transcurrió desde su operación hasta su recuperación y su alta médica.
Jean-Pi, como se autodenomina con su boca mellada y su lengua de trapo, es puro nervio. No deja de canturrear “¡Cotonú! ¡Cotonú!” por todo el aeropuerto. Corretea delante de mí, apostilla todo lo que digo, sonríe sin parar. Me pide zumo, un bocadillo de jamón, me enseña todo lo que lleva en su mochila, el álbum de fotos que su familia de acogida ha confeccionado a lo largo de estos tres meses. Me enseña fotos de sus padres, de sí mismo allá en Benin.
Los viajes de ida de estos chicos suelen ser más complicados. Son pequeños enfermos, que nunca han salido de su aldea ni se han separado de sus familias
Me abruma descubrir a un pequeñajo delgaducho, de tez cetrina y mirada apagada que nada tiene que ver con el que tengo ahora a mi lado.
Y es que los viajes de ida de estos chicos suelen ser más complicados. No hay que olvidar que son pequeños enfermos, que nunca han salido de su aldea ni se han separado de sus familias. En los 20 años que se llevan realizando estos acompañamientos nunca ha surgido problema médico alguno, pero no deja de ser una responsabilidad hacerse cargo de un niño en estas condiciones, sin posibilidad de comunicarse en su idioma y sobrecogido porque su mundo está sufriendo un cambio drástico que no alcanza a entender.
Por eso los voluntarios en contacto directo con ellos deben tener unas características particulares: disponibilidad de billetes y de tiempo, soltura para moverse en un entorno aeronáutico y aeroportuario, prudencia, equilibrio pero, sobre todo, una sensibilidad especial para acompañar a unos niños, muchas veces de corta edad, que nunca han salido de su entorno.
Jean-Pierre ahora rebosa vida y salud. Me asombra tener la suerte de poder acompañarlo un trecho del camino. Pienso en lo que das y lo que recibes cuando eres voluntario. Pienso que el altruismo no existe, que el comportamiento humano es egoísta por naturaleza, que siempre hacemos las cosas con algún propósito en mente, aunque solo sea satisfacción propia.
Estas reflexiones, a poco más de un mes de haber realizado el acompañamiento, me llevan a recordar aquellas que me hice hace ya un tiempo cuando decidí hacer voluntariado. No son otras que las que recoge la app voluncloud.org, las que cualquiera que desee iniciarse en este campo debería plantearse: encontrar tus razones, mirar a tu alrededor, definir tu implicación, tus intereses y dar el paso.
Debe de ser cierto eso que dicen que el corazón del ser humano tiene cabida para todos, que se hace un poco más grande con cada persona que lo toca. Y eso es sin duda lo que Jean-Pierre ha hecho.
Ensancharme el corazón.
Natalia Galiana Debourcieu es voluntaria de Aviación Sin Fronteras.
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