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Columna
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Una primavera feminista

Manuel Rivas

Muchos políticos y 'comentócratas' son incapaces de ver lo que significa el movimiento de liberación de las mujeres, una corriente de fondo que va más allá de la política

CUANDO INTUYÓ el final, un campesino gallego, viudo, enfermo y encamado, hizo llamar a un notario para transmitirle las últimas voluntades. Respecto de su propiedad más querida, una finca de tierra muy fértil, decidió repartirla en partes iguales a su descendencia. “Anote”, le dijo al notario, “un tercio para Francisco, un tercio para María, un tercio para Miguel, un tercio para Elisa, un tercio para Rosalía, un tercio para Henrique…”.

—Pero ¿no serán muchos tercios? —le preguntó el notario.

Y con la misma ironía le respondió el paisano:

—¡No sabe usted lo grande que es la tierra!

Esa matemática generosa no suele funcionar en la política. En España se han demonizado los gobiernos de coalición, mientras se recibían como una bendición las mayorías absolutas. El descrédito de los acuerdos de gobierno con las “minorías”, dispuestas siempre a “chantajear” al Estado, ha sido una constante compartida por una facción de la comentocracia nacional. ¡Ah, cuánto más sencillo y eficaz era el gobierno de una mayoría absoluta! Y mucho mejor si a la cabeza estaba alguien con abolengo y bioquímica de mando incorporada. Un corresponsal de prensa explicó esa diferencia hace muchos años y con motivo de una fiesta en París en la que participaban la emperatriz Eugenia de Montijo y la reina Victoria. Mientras Eugenia, nacida en Granada un día de terremoto y con una vida bastante aciaga, miraba hacia atrás para comprobar si había una silla antes de sentarse, la reina Victoria se sentaba sin más, sin girarse, segura de que una silla estaría allí justo en el momento y en el lugar donde decidiese tomar asiento.

Es muy importante observar cómo se sienta una persona. Si comprueba si hay una silla o no antes de sentarse. Hay gente que lleva una poltrona incorporada, como una propiedad. Es algo que se da en el poder político, pero también en magistrados y altos funcionarios. El imperio de la silla frente al servicio público. Es una distinción que arrastra como tara la democracia española. Hay espacios de representación como es el Senado donde esa confusión entre silla y persona lo convierte en un escenario de anacronismo futurista: podría celebrarse una sesión solo con sillas telemáticas. No hay nunca disidencia interior en los grupos ni se la espera.

Tampoco en Andalucía. El resultado de las elecciones ha sido muy plural, con seis “tercios” por lo menos, permitiría combinaciones generosas entre demócratas, pero esa versatilidad se pierde por la manera de sentarse que tienen algunos. La idea de Andalucía como un latifundio a dominar y que propicie ese otro delirante atraso futurista: la distopía de lo que denominan “reconquista”. Se ha hablado mucho de lo que significa o puede significar la irrupción de la ultraderecha y del papel hamletiano de Ciudadanos ante un pacto que carga el diablo, pero se ha comentado mucho menos o nada del silencio disidente en el Partido Popular. Me he fijado en la forma de sentarse de Casado, el actual líder conservador, y es el típico personaje que no comprueba si hay silla para sentarse. Se sienta y ya está. Es decir, es de los convencidos de que nació con la silla puesta o de que se la puso Aznar, que es lo mismo. El entendimiento con los ultras se basa en la convicción de que nadie en la derecha les va a quitar la silla. Ya se la están quitando. Ahora ya no se habla de “chantaje”. Se está produciendo el rito contagionista. El Partido Popular ya no es lo mismo con ese pacto y estamos ante el Partido Paleoconservador. ¿Dónde están las voces liberales, dónde las cristianodemócratas? ¿No hay un solo disidente? ¿Dónde están los centinelas que alertaban del populismo extremista? Las únicas voces discrepantes que se oyen son de mujeres conservadoras en lo político, pero horrorizadas ante esta deriva machista.

Este año comienza la primavera en marzo, alrededor del Día de la Mujer Trabajadora. Muchos políticos y comentócratas, en la derecha y también en la izquierda fosilizada, son incapaces de ver lo que significa el movimiento de liberación de las mujeres. Están ciegos ante una corriente de fondo que va más allá de la política. Una lucha por la igualdad, la seguridad comunitaria y los nuevos derechos civiles. La rebeldía capaz de contrarrestar la brutalidad distópica. No ven porque no quieren ver. En El arte de ver las cosas, escribió el naturalista John Burroughs: “El ojo ve aquello para lo que cuenta con recursos para ver, y estos recursos para ver son directamente proporcionales al amor y al deseo que haya detrás”.

Cuidado al sentarse sin mirar. A veces no hay silla. 

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