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Iciar Bollain: “Las chicas hoy no aguantan las tonterías que soportamos nosotras”

Javier Salas
Elsa Fernández-Santos

En su noveno largometraje, la directora se zambulle en la atribulada biografía del bailarín cubano Carlos Acosta. Yuli está escrita por su pareja y padre de sus hijos, el guionista escocés Paul Laverty. La autora de Te doy mis ojos está entusiasmada por la defensa feminista de las jóvenes y cree que es necesario “normalizar la presencia de mujeres y ver historias con mujeres diferentes en la pantalla”.

SU DEBUT en la dirección con Hola, ¿estás sola? (1995) demostró que Iciar Bollain (Madrid, 1967) era dueña de una voz propia, tan firme como tierna, tan ­realista como soñadora. La historia de aquellas dos chicas y su aventura algo quijotesca trataba sobre la orfandad, la amistad y el deseo de una vida mejor en una España donde el relato dominante era el de una juventud hedonista y despreocupada. Bollain, la adolescente de El Sur (1983), de Víctor Erice; la miliciana del POUM de Tierra y libertad (1995), de Ken Loach; ganadora de dos Premios Goya por la escritura y la dirección de Te doy mis ojos (2002), acaba de estrenar Yuli, su noveno largometraje, cuyo guion fue premiado en el pasado Festival de San Sebastián. Escrito por su pareja, el guionista Paul Laverty, padre de sus tres hijos, adapta la biografía del cubano Carlos Acosta, No Way Home. Convertido en primera figura del Royal Ballet de Londres, Acosta describe su infancia obligado a bailar por su padre, a veces incluso a palos, hasta su madurez, convertido en una estrella que necesita curar las heridas de su pasado. La conversación tiene lugar durante una visita de Bollain a Madrid.

¿Qué le interesó más de las memorias de Carlos Acosta, su condición de bailarín cubano o de bailarín negro? Que era un bailarín cubano, conocía un poco el país por la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. Fui varias veces como alumna y profesora, y entendía lo que contaba Carlos de su extrañeza ante todo cuando salió la primera vez de Cuba. Paul [Laverty] me hizo ver que además había un viaje excepcional: el del nieto de un esclavo negro que acaba bailando en el corazón, como quien dice, del imperio británico, el Royal Ballet.

“Entiendo perfectamente a los que se han ido de Cuba y a los que se siguen yendo. Pero también a los que se quedan y quieren hacer cosas en su país”

¿Por qué no está en la película el desencuentro de Acosta con la figura más importante del ballet cubano, Alicia Alonso? En las memorias no hay tal desencuentro. Él entra en el despacho de Alicia Alonso, esa puerta se cierra y Carlos no cuenta más. Yo no sé lo que hablarían, pero lo que sí es cierto es que ella le dio el permiso que necesitaba para marcharse, como cuenta la película.

Pero el desencuentro ocurrió. ¿Les daba miedo tocar ese tema? Miedo ninguno, pero si Carlos no habla de ello, ¿cómo voy a hacerlo yo? Cuando Carlos vuelve a Cuba después de Londres, su lugar natural es el Ballet Nacional, pero le ponen en un rango muy inferior al suyo, y eso le humilla. Eso sí está en el libro, pero esa etapa no la tocamos, como otras, porque no cabía todo.

¿Sigue siendo Alicia Alonso una figura intocable en Cuba? Sí. De hecho la biografía de Carlos está en cajas y sin poder distribuirse en Cuba porque alguien ha interpretado que podría ofender a Alicia Alonso. Y eso no es así. Carlos no ha hecho un ajuste de cuentas con nadie, ni siquiera con su padre, y con él sí tenía muy buenos motivos. Es un libro sobre cómo reconciliarse con su pasado, con su familia. Y en ese sentido él es un hombre agradecido.

¿Es Cuba un país racista? Tanto como el resto del mundo. Me costó mucho encontrar un actor cubano negro para interpretar al padre. Yo preguntaba por qué y me decían: “Porque no hay actores negros”. Pues lo mismo que en Hollywood hasta hace muy poco.

Javier Salas

¿Cómo es la Cuba pos-Castro? ¿Quedó a medias el primer impulso liberador? Todo se ha desinflado con Trump. Hay muchas cosas que tienen que cambiar; entre otras, la gente necesita poder ganarse la vida con su trabajo, pero a la vez son orgullosos de lo suyo. Saben cómo está Honduras por ejemplo, esa caravana de migrantes huyendo de la miseria y de la violencia de las maras… En Cuba todavía existe la cohesión social. Pero necesitan un marco económico en el que poder ganarse la vida sin los mil malabares que tienen que hacer.

Yuli añora todo el rato su hogar. Aunque no se eluden los problemas del país, la mirada nostálgica a Cuba manda en el relato. ¿Se puede sentir nostalgia por un país que ha pisoteado los derechos de muchos de sus ciudadanos? La autobiografía de Carlos se llama No Way Home. Es decir, sin mirar atrás. Es un elemento constante en su vida, el desarraigo y la soledad. También lo pasó muy bien fuera, pero vivió siempre con esa nostalgia presente. El periodismo pone el foco en el régimen, pero en el día a día también está tu familia, tus amigos, tu forma de hablar, tu humor…, tu cultura. Gente como la maestra de la película, que está inspirada en un personaje real, que sigue trabajando allí con una vocación y una dedicación admirables…, todo eso también es Cuba.

¿Por qué cree que el castrismo usó desde bien pronto el ballet como elemento político? La periodista Alma Guillermoprieto lo cuenta bien como bailarina que viaja en los albores de la revolución a la isla… Lo he leído, es un texto muy interesante. En ese sentido Castro fue un visionario. La cultura es importante, la defiende y la fomenta. Pero no como un arma, sino como una necesidad. El talento que hay en Cuba es enorme.

Si fuera cubana… ¿sería de los que se van o de los que se quedan? Imposible saberlo. Entiendo a los que se han ido de Cuba y a los que se siguen yendo, pero también a los que se quedan y quieren hacer cosas en su país.

“El Brexit es un disparate. La falta de rigor ha estado en todas partes. También en la prensa  y en la izquierda. Y ahora ya no hay por dónde cogerlo”

La película gira alrededor de la figura del padre de Yuli, un camionero analfabeto que sin embargo tuvo claro que su hijo debía ser bailarín. Es normal que Carlos Acosta perdone a su padre y no haga ese ajuste de cuentas. ¿Y el espectador? ¿Cree que una carrera de éxito justifica una paliza como la que le pega el padre al niño en un momento del filme? Piense en el padre de Luis Miguel en la famosa serie… Yo como madre jamás haría eso, es lo único que puedo decir. Jamás empujaría a un hijo mío a nada de eso. Pero tanto un bailarín de élite como un deportista de élite o le empujan y se empuja a sí mismo o no llega. Sinceramente creo que no se puede llegar tan alto sin esa presión.

¿Qué siente usted por el padre de Yuli? Hombre, no comparto en absoluto su manera de hacer ni de educar. Creo que el actor, Santiago Alfonso, le ha dado un calor y una humanidad que yo sospecho que no tenía el padre verdadero. Pero Carlos le ha dedicado el libro a su padre, él es el eje de toda la historia.

¿La obligaron de niña alguna vez a algo? No me obligaron a nada. Probé ballet muy pequeña y me pareció un tormento.

¿Ve algún paralelismo entre la precocidad inherente a la profesión de bailarín y la que usted tuvo como actriz niña? Yo nunca tuve a nadie detrás. Entré por casualidad, me quedé porque quise y cuando quise pasar a la dirección lo hice. Siempre con todo el apoyo, pero sin nadie empujando. Sí hubo precocidad, fui una niña en un mundo de adultos, y por eso he crecido deprisa y por eso mismo siento mucho pudor al trabajar con niños, creo que hay que tener mucho cuidado con ellos y por ejemplo me alegro de que no haya Goya para niños, una alfombra roja y un photocall no es un lugar para ellos. Exponerlos tan pronto a la competición y los premios me parece tremendo.

¿Cómo es el método de trabajo entre Paul Laverty y usted? Como pareja, ¿discuten mucho? En este caso el proyecto se lo propone la productora inglesa Andrea Calderwood a Paul y él a su vez propone que lo hagamos juntos. Aceptaron, y entonces leímos la biografía y viajamos a Cuba para conocer a distintas personas del entorno de Carlos para entrevistarlos. Paul escribe solo, y cuando termina yo intervengo hablando todo con él exhaustivamente, escena por escena. Es el mismo método de trabajo que tiene con Ken Loach. Una vez que hacemos el casting, el proceso es a la inversa: yo hago el casting, luego lo comparto y él opina. Nos entendemos bien. A veces llego a la hora de cenar con muchas dudas, por ejemplo cuando ya estoy montando. Pero en esos casos, Paul suele insistirme en que haga lo que quiera y que una vez que haya tomado mi decisión la pongamos en común. Solo una vez, en También la lluvia, discutimos por una frase que yo quería quitar y él se emperraba en incluir. Tuvimos un largo tira y afloja, hasta que encontramos un consenso y llegamos a un camino intermedio.

¿Y sus hijos no se hartan? No, no, no, en el fondo es mucho más fácil para ellos un proyecto juntos. Si fuese por separado, hablaríamos igual, todo el rato, pero refiriéndonos a otros que no conocen. A su manera también ellos forman parte de nuestros proyectos.

“Hay que potenciar a través de los platós la presencia de mujeres. Allí donde hay un desequilibrio se debe corregir. Pero cuotas
en los festivales, ni de broma”

Resulta chocante que en el cartel de la película el nombre suyo y el de Paul Laverty aparezcan con la misma jerarquía. No es lo habitual. Paul lo hace siempre así, también con Ken Loach. Paul, con mucha razón, es un escritor cansado de que las películas sean de los directores, cuando el director no haría nada sin un guion. Hablar de la mirada de un director olvidando que hay un guion de otra persona es algo que los periodistas hacen con demasiada frecuencia.

¿Cómo es vivir en Edimburgo? Está bien, mis hijos están creciendo con dos culturas. Me gustan los colegios públicos, las universidades también son buenas. ¡Y cuanto más están allí, más les sale la vena española! De todas formas, mi vida laboral sigue en España. Vengo muy a menudo.

¿Le preocupa el Brexit? Mucho. Es un disparate y una frivolidad. La falta de rigor ha estado en todas partes, también en los periodistas o en la izquierda. Nadie realmente les exigió respuestas a los que apoyaban el Brexit. Nadie preguntó cómo iba a ser esto, y así están, que ahora ya no hay por donde cogerlo.

En 2003 dirigió Te doy mis ojos, sobre la pesadilla de una mujer maltratada por su marido. El número de víctimas de violencia de género no ha dejado de crecer desde entonces. ¿Qué seguimos haciendo mal? En Reino Unido las cifras son parecidas a las de España, pero no está en la agenda como lo está, por ejemplo, la pederastia. Así que, dentro de lo malo, al menos en esto España va un paso por delante. Pero las cifras son descorazonadoras. Y más cuando ves que la gente joven tampoco cambia.

Precisamente su primera película, Hola, ¿estás sola?, hablaba de dos amigas fuertes e independientes que se acostaban con quien querían, vivían más o menos como querían, se divertían… ¿Qué le parecen las chicas de hoy? Pues mira, una de las cosas más emocionantes que he visto en mucho tiempo fue el pasado 8 de marzo. Jamás pensé que vería las calles de todo el país llenas de consignas feministas y de tantas chicas jóvenes defendiéndolas. Por desgracia, me pilló en Edimburgo. Vale, según algunos informes, las chicas aceptan que les controlen más el móvil que antes, pero a la vez esas mismas jóvenes son capaces de dar la cara más que nunca. Las chicas de Hola, ¿estás sola? podían ser muy libres, pero la que escribió su historia soy yo, y yo he vivido toda mi vida con el miedo a una violación, y si un hombre me molestaba en un autobús y me hacía pasar un mal rato, me bajaba abochornada. Ahora le sueltan una fresca. Por eso el 8 de marzo fue para mí un antes y un después.

¿Y ha sufrido situaciones desagradables en el cine? En el cine, como en cualquier parte. Alguien que te entra y le respondes simpática para no soltarle una bordería. Y yo, como todas, he sonreído muchas veces cuando en realidad estaba muy incómoda y no me hacía gracia. Eso es algo que creo que ahora ha cambiado: no están por la labor de aguantar las tonterías que hemos tenido que aguantar nosotras.

¿Y en el cine qué queda por hacer? Hay que normalizar la presencia de mujeres y ver historias con mujeres diferentes en la pantalla. No se trata de tener una mirada femenina o masculina, es que a las mujeres nos pasan cosas diferentes y queremos contar las historias desde otra experiencia, la nuestra.

¿Le gusta ver películas contadas por mujeres? Sí, ­mucho. No lo hago por militancia, sencillamente es que me cuentan cosas y experiencias que me interesan mucho.

¿Percibe cierto oportunismo en la demanda de estas historias por parte de los productores? Cuando hicimos Cima Asociación de Mujeres Cineastas hace 10 años y hablábamos de todo esto, nadie entendía cuál era el problema. Ahora no hay que decirlo, está sobre la mesa, y es estupendo que haya más sensibilidad hacia esto.

Javier Salas

¿Cree en las cuotas? Creo en las cuotas de igualdad en los comités, que es donde se decide qué se hace. Y también creo que hay que potenciar a través de puntos la presencia de mujeres en los proyectos. Allí donde hay un desequilibrio se debe corregir. Pero cuotas en los festivales, por ejemplo, ni de broma.

Usted es madre de tres varones. ¿Cómo educa hoy una feminista? Los hijos aprenden mucho de lo que ven en casa, y si ven a su madre deslomarse sola, por mucho que les digas que eres igual, lo que están viendo es otra cosa. Yo me voy a trabajar y Paul los cuida. Y viceversa. Si estamos los dos y hay que ir al médico o a una tutoría, repartimos. Yo me alegro infinito de que estén viendo a su padre cuidarlos. Así aprenderán a hacerlo ellos.

¿Pero reparten de verdad las tareas? Sí, las llevamos los dos.

¿Ha dejado de hacer cosas por sus hijos? Sí, claro, pero no me pesa. También he tenido que estar cuatro meses fuera rodando y lo he hecho. Ellos saben la madre que tienen, les doy mucha chapa. Si ven una película machirula, que las ven, les pongo otra para compensar. Por ejemplo, les llevé a ver el documental sobre Chavela Vargas para que vean que hay muchos tipos de mujeres.

¿Y les gustó? Les flipó. Una señora, borracha, con dos pistolas, lesbiana, libre. Se quedaron locos con Chavela. También les pongo temas más duros, como el documental sobre Sonita Alizadeh, una rapera y refugiada afgana a la que iban a vender de niña en matrimonio. ¿No les gusta el rap? Pues que escuchen también a Sonita. A mí me criaron así, y de una forma muy natural nunca percibí ninguna diferencia entre mis hermanos chicos y mi hermana gemela y yo. De hecho recuerdo perfectamente, en mi primera rueda de prensa como directora, que alguien me hizo notar que era eso, una directora, y que eso era excepcional. Hasta ese momento nunca me había parado a pensarlo. 

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Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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