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Armas en los institutos de Estados Unidos: 220 tiroteos en 18 años

El entorno educativo no siempre es seguro. No, al menos, cuando hay acceso a armas de fuego. 2018 es el año con peores datos en el país, pues solo hasta mayo se produjeron 23 asaltos en centros: 128 personas perdieron la vida en ellos; la mayoría, estudiantes

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Desde el inicio del siglo XXI, es decir, hace 18 años, se han perpetrado 220 tiroteos en institutos y colegios de primaria y secundaria de Estados Unidos a los que han estado expuestos algo más de 218.000 estudiantes, según información recabada por el diario The Washington Post con datos hasta el pasado mayo y por EL PAÍS hasta el 31 de octubre. La cifra no incluye los que tuvieron lugar en otros espacios no educativos, como el reciente atentado en un bar de California durante una fiesta universitaria. En total, en lo que va de siglo se ha registrado una media de 10 tiroteos anuales. El año que menos hubo fue 2002 con cinco, y el que más, 2018: entre enero y octubre se han producido 23.

Los asaltos costaron la vida a 128 personas y resultaron heridas 258, la mayoría estudiantes. Además, en 29 ocasiones el propio tirador también murió porque se suicidó. Solamente en el ataque al instituto público Oxnard Honor High, ocurrido el 10 de enero de 2001 en California, el perpetrador fue abatido por la policía. Se trataba de un chico de 17 años que no era alumno del centro pero frecuentemente lo merodeaba, según apuntaron en su momento fuentes de la investigación.

Estados Unidos es un país con 326 millones de habitantes y 393 millones de armas según la encuesta de 2018 sobre armamento ligero Small Arms Survey. Es el 40% del total mundial en un país con el 4% de la población de la planeta. Poseerlas es un derecho contemplado en la segunda enmienda de la Constitución y un tercio de la población adulta afirma contar con al menos una, mientras que alrededor de un 11% dice que no la tiene, pero en el futuro podría adquirirla.

Existen diversos estudios que vinculan una normativa restrictiva con un descenso del número de homicidios y asesinatos de niños, y aunque se ha dado una creciente presión social para que se restrinja el comercio de armas, lo cierto es que por ahora no se ha modificado la ley. Quienes defienden su uso argumentan que dado que muchas de las matanzas se llevan a cabo con arsenal adquirido de forma ilegal, modificar la ley no serviría de mucho.

Los más graves

La mayor matanza registrada desde la ocurrida en Columbine en 1999 fue la acaecida en el colegio Sandy Hook en una tranquila localidad de Connecticut el 14 de diciembre de 2012. Esa mañana, el pistolero Adam Lanza, de 20 años, mató 26 personas: 20 niños y seis adultos trabajadores en el centro. Luego, se quitó la vida. Años después, una investigación de la revista Science reveló que una de las consecuencias de este tiroteo fue un aumento en las ventas: hasta tres millones más se vendieron en los cinco meses posteriores a la tragedia. Este incremento coincidió con un mayor número de muertes por disparos accidentales, aunque no se estableció una relación de causa-efecto.

El segundo ataque con más víctimas tuvo lugar el 14 de febrero de 2018 en el instituto Marjorie Stoneman Douglas de Parkland, Florida. El autor es Nikolas Kruz, un estudiante de 19 años que había sido expulsado por su indisciplina. Entró pertrechado con bombas de humo y un fusil de asalto con el que disparaba indiscriminadamente. Mató a 17 alumnos e hirió a otros tantos: en total, 34 afectados. En marzo, la fiscalía pidió la pena de muerte para él.

Edades tempranas

Aunque no se dispone de las edades de los tiradores en un pequeño número de casos, con los datos disponibles cabe resaltar que la edad media de los tiradores menores de edad es muy baja: 15 años y 16 si se incluye a los adultos, pues solo 44 de los 220 atacantes tenían más de 18 en ese momento.

Los más pequeños son dos chicos de seis años. Uno de ellos provocó un accidente en el que hirió a dos compañeros en la cafetería del colegio de educación primaria Betsy Ross de Houston (Texas) el 19 de abril de 2011. El niño se llevó un arma cargada de casa (que es donde las encuentran la mayoría, según el análisis de The Post) y, al sentarse para almorzar, se le cayó del bolsillo. Él también resultó herido, aunque ninguno de gravedad. El otro ocurrió el 29 de febrero de 2000 en el colegio Buell de Flint (Michigan). El pequeño mató a un compañero de clase delante de otros 22 estudiantes, al parecer porque no le caía bien, aunque no se esclarecieron los motivos.

Pese a todo, el caso de las escuelas, una encuesta del Pew Research Center realizado a principios de 2018 encontró que solo una ligera mayoría de las personas consultadas (55%) se opondría a que los maestros y funcionarios portaran armamento, incluyendo el 36% que afirmó que se opondría enérgicamente. "Aún así, una minoría considerable (45%) dijo que era partidaria de permitir que los maestros las llevaran a los centros", dice el estudio.

Perfil del tirador: estudiante y varón

Otro dato significativo tiene que ver con el color de piel: pese a que solo el 16,6% de los alumnos estadounidenses es afroamericano negro (el resto son blancos, hispanos u otros), los que han experimentado un tiroteo como testigos o han resultado heridos o muertos asciende al 34,4%.

Como en estos dos casos, la mayoría de autores eran estudiantes o exestudiantes de los centros atacados. Los que no se corresponden con este perfil son pocos, pero muy variados: el novio o exnovio de una estudiante, padres, hermanos, el esposo de una profesora, personal administrativo, guardias de seguridad y policías, un profesor despedido o alumnos de centros rivales.

De la investigación también se desprende que 29 casos fueron disparos accidentales, 48 indiscriminados, siete suicidios públicos, en siete no se esclareció la causa y el resto fueron planeados contra una persona o personas concretas. En la mayoría, el atacante era un hombre. Solo hay 10 perpetrados por mujeres, de las cuales cinco eran mayores de edad y las otras cinco, menores.

El estrés postraumático

No solo el que recibe un disparo sufre consecuencias desde el punto de psicológico. También quienes han estado expuestos a una situación de violencia, en este caso un tiroteo, pueden sufrir la misma sintomatología aunque físicamente hayan salido ilesos: estrés postraumático. Aunque no tienen por qué desarrollarla obligatoriamente, advierte Miguel Ángel Pérez Nieto, psicólogo y decano de la facultad de Educación y Salud de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. "No todos acaban desarrollando estrés postraumático porque hay factores de protección como el entorno y el apoyo social que, especialmente en las primeras horas, días y semanas después del suceso, ayudan a asentar lo que ha ocurrido".

Pero sí que es cierto que muchas veces los niños (y también los adultos) que presencian una situación en la que perciben que hay un riesgo para su integridad física —"y esto es muy importante porque no basta con ver algo, tienes que entender que eso te podría haber pasar a ti", aclara Pérez Nieto—, sufren un impacto emocional enorme. "La experiencia directa es un criterio necesario para entender que haya ese desarrollo de estrés postraumático; especialmente en menores de seis años va a ser muy importante que hayan tenido una experiencia directa con el suceso".

El primer síntoma que se presenta normalmente, según el psicólogo, es la reexperimentación: un alto nivel de ideas intrusivas en forma de pensamientos obsesivos, juegos recurrentes continuos, pesadillas...También se suele dar una alta emocionalidad negativa que se traduce en que el niño está en una posición de híper vigilancia contínua, con muchas respuestas de sobresalto, dificultades para concentrarse y dormir y, en general, con arrebatos de furia, de irritabilidad, etc.

Reexperimentación, alta emocionalidad negativa, evitación y disociación son los síntomas más frecuentes entre las víctimas de un tiroteo, también los testigos

"También sueles encontrar a medida que avanza el problema un descenso del estado de ánimo que conlleva menor interés por hacer cosas que antes le gustaba hacer, aumento del miedo, la culpa, la tristeza, la vergüenza, la confusión... E incluso socialmente los niños tienden a ser más retraídos o más evitativos", enumera Pérez Nieto. Esta evitación o huir de todo aquello que les pueda recordar el tiroteo es el tercer síntoma. El cuarto, finalmente, no es tan seguro que aparezca, pero si lo hace suele dar la cara en las etapas iniciales después del suceso traumático. "Puede darse cierto grado de rasgos disociativos, como la sensación de que no están donde están, o de que eso no les ha ocurrido a ellos... Tiene que ver con la dificultad que presentan debida a la carga emocional del suceso para entender que eso ha ocurrido de verdad".

Además, existe una variante relacionada con la disociación. "A veces la sintomatología puede empezar a aparecer en torno a unos seis después de que haya tenido lugar el suceso, y es más común en personas y niños que, casi de manera automática, han controlado esas emociones;  hay un momento donde necesitan el proceso de aprendizaje y todo vuelve a salir".

Pérez Nieto apunta también que los niños suelen tener una capacidad de desarrollo y aprendizaje que les hace superar el trauma mejor de lo que se cree. "Conozco menos estudios vinculados a violencia y tiroteos; en abusos sexuales se ha visto que el porcentaje de menores capaces de superarlo es significativo: en torno a un 50%", explica.

Cualquier individuo, y en función de cómo es capaz durante los primeros días de compartir lo ocurrido, entender lo que ha pasado, expresar sus emociones y del apoyo que reciba socialmente, puede asentar esa experiencia y de alguna manera integrarla en su vida, aunque eso no siempre ocurre. "Quien no lo supera presenta esta sintomatología de forma muy continuada y suele tener un impacto muy alto en el desarrollo cognitivo y social posterior, especialmente en el desarrollo socioemocional del niño", relata el decano, "por lo que una intervención adecuada que permita reintegrar toda la experiencia dentro de su desarrollo social es fundamental".

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