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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La epidemia que debemos dejar de ignorar

Un 90% de los menores que mueren de tuberculosis no reciben tratamiento y un cuarto de millón de niños morirá de esta enfermedad este año

Karen, de 27 años, después de una larga lucha contra la tuberculosis multirresistente, ahora ya está curada y libre para disfrutar de una vida sana y plena en Medellín, Colombia.
Karen, de 27 años, después de una larga lucha contra la tuberculosis multirresistente, ahora ya está curada y libre para disfrutar de una vida sana y plena en Medellín, Colombia.JAVIER GALEANO / THE UNION
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Un alumno de primaria recibe un diagnóstico de tuberculosis en un frondoso vecindario en las afueras de Washington DC. Un helicóptero transporta a un niño con meningitis tuberculosa en el este de Canadá. Un estudiante de preescolar en Smarves, Francia, muestra síntomas de tuberculosis un año después de la muerte de un compañero de escuela por la misma enfermedad.

Son apenas tres víctimas de una epidemia de tuberculosis que afectará a un millón de niños este año. Entre los afortunados que reciban el tratamiento antibiótico estándar y no sufran de factores agravantes como el VIH, un 99% sobrevivirá. Y, no obstante, un 90% de los menores que mueren por esta enfermedad no reciben tratamiento; un cuarto de millón de niños morirá por su causa solo este año. No hay matices para esta historia: las autoridades sanitarias de todo el mundo están dejando a los niños con tuberculosis a su propia suerte.

Si esto suena indignante, piénsese en las primeras líneas del informe de investigación del Imperial College de Londres, el Consejo de Investigaciones Médicas y Unicef. “Hasta hace poco, la tuberculosis pediátrica ha sido relativamente ignorada por las comunidades más amplias de tuberculosis y salud materno-infantil”, escriben los autores. “Las aproximaciones sustentadas en los derechos humanos de los niños afectados por la enfermedad podrían ser muy potentes; sin embargo, no está generalizada la conciencia y la aplicación de estas estrategias”. En otras palabras, las mismas comunidades que se supone tendrían que abordar el problema de los niños con esta dolencia les han fallado, y pocos son siquiera conscientes del problema.

En todo el mundo, la tuberculosis mata a más gente que cualquier enfermedad transmisible. Se trata de un grave problema de salud pública, ya que la bacteria que la causa se propaga fácilmente por el aire. Sin embargo, afrontarla en niños no es lo mismo que hacerlo en adultos. Puesto que las pruebas de diagnóstico se han diseñado para adultos y los niños a menudo presentan síntomas diferentes.

A pesar de que los niños son una de las poblaciones de pacientes más vulnerables, sus necesidades se pasan por alto porque son menos contagiosos

Esta es una de las razones por la que muchos niños no reciben tratamiento, pero una explicación todavía más simple es que esta enfermedad no es tan contagiosa a nivel infantil como en adultos. Cuando los niños tosen, sus cuerpos más débiles expelen menos gérmenes que los mayores. Y cuando la enfermedad afecta a niños, la bacteria suele atacar partes del cuerpo adicionales a los pulmones, como el abdomen y los tejidos que rodean el cerebro.

Por supuesto, los trabajadores sanitarios individuales no están dejando que los niños con tuberculosis sufran y mueran, pero los sistemas de salud sí. A escala global, las iniciativas para combatir la enfermedad no cuentan con recursos suficientes. Con más de 10 millones de nuevos casos cada año, los fondos tienden a dirigirse a detener su propagación. Por ende, a pesar de que los niños son una de las poblaciones de pacientes más vulnerables, sus necesidades se pasan por alto porque son menos contagiosos.

Debido a estas prioridades a nivel de sistema, cada cuatro años, un millón de niños mueren de una enfermedad prevenible y tratable. Es una catástrofe humanitaria.

Afortunadamente, ya existen medidas prácticas para salvar vidas entre la población infantil en riesgo por la tuberculosis. Por ejemplo, sabemos que cerca de la mitad de los menores que cohabitan con un adulto infectado contraerán la enfermedad. Por lo tanto, cabe esperar que se examine y trate adecuadamente a los niños que vivan en hogares donde haya un adulto infectado. Sin embargo, un estudio publicado en 2017 en la revista The Lancet plantea que “sigue habiendo una muy infrautilizada investigación sobre contagios en el hogar” en países donde es común la tuberculosis.

Además, los trabajadores sanitarios y las autoridades de salud podrían detectar muchos más casos entre los niños simplemente prestando más atención a sus síntomas. Tras la promoción de este enfoque por la Unión Internacional contra la Tuberculosis y las Enfermedades Respiratorias en Uganda, los casos diagnosticados de tuberculosis pediátrica se duplicaron con creces en las áreas donde se implementó. En todo caso, y más allá de este ejemplo, por lo general los niños han sido marginados de la investigación sobre la dolencia, y necesitamos con urgencia el desarrollo de nuevas herramientas diseñadas específicamente para ellos.

La tuberculosis pediátrica es un problema moral y político. Los gobiernos deberían poner los derechos humanos en el centro de sus estrategias, políticas y servicios de salud. La Convención sobre los Derechos de los Niños —el tratado más ratificado del mundo— puede servir de marco guía. Cabe esperar que los líderes mundiales comprendan que la epidemia de la tuberculosis pediátrica refleja un abandono generalizado de los derechos fundamentales de los niños, y se podría reducir radicalmente con las intervenciones de las políticas actuales. Ya no hay excusas para ignorar este flagelo.

José Luis Castro es director ejecutivo de la Unión Internacional contra la Tuberculosis y las Enfermedades Respiratorias. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen Copyright: Project Syndicate, 2018.

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