La historia del bañador en centímetros de piel
De la enagua al tanga: 130 años de prendas de baño
Vestirse es significarse. Y si alguna prenda implica eso más que cualquier otra (con excepción, quizá, de los uniformes) es el bañador. O el biquini. Cada uno en su momento han supuesto una conquista del propio cuerpo a base de reducción de centímetros de tela.
Si los microbiquinis de las tiendas low cost siguen abriendo hoy las bocas de los más conservadores, hay que trasladarse a la puritana y católica Boston de principios del siglo XX, cuando a sus 20 años Annette Kellerman se plantó por primera vez un bañador ¡de manga corta! ¡Y sin enaguas! En época de mangas largas y faldas inmensas, el resultado fue una detención policial y una escandalera mundial. Normal que el biquini tomara el nombre del atolón de las pruebas atómicas de EE UU: fue la bomba.
Pequeños grandes logros, parte de la historia de la libertad de vestimenta... y de la humanidad.
Quitarse las enaguas un día llevó a poder pasear en boxer años después, o a que Ursula Andress mareara a los espectadores de medio mundo con su biquini en Dr No . 1962. No en España, donde el cartel de la película fue censurado. Ni hablar ya de toples: para eso hubo que esperar a las suecas (y sus divisas). Conquistas del armario y del cuerpo. De ahí a la carcajada, ya sin escándalo, de Borat solo hay un paso. Y un pedacito (menos) de licra.