Tiene 20 años y acaba de debutar en Fórmula 1: ¿será el futuro campeón?
Tras proclamarse el mejor de F2, Charles Leclerc ya ha puntuado en su estreno en la categoría reina. El piloto de Alfa Romeo Sauber e imagen de Carrera apunta muy alto
"Mejor no le preguntéis a Charles Leclerc por Bianchi”, nos sugiere una persona de su entorno minutos antes de que el piloto monegasco de 20 años se siente a hablar con nosotros. “Él es muy cordial y contesta a todo lo que le preguntan, pero tocar ese tema le entristece y le deprime”. Sin embargo, en cuanto aparece Charles, luciendo el mono de su equipo, Alfa Romeo Sauber, y las gafas de sol de Carrera, una de las marcas con las que colabora, es él mismo quien menciona con total naturalidad a su amigo de infancia, el piloto Jules Bianchi, fallecido en Niza en 2015 tras sufrir un accidente nueve meses antes en el Gran Premio de Japón. “Crecí a su sombra”, explica con sencillez, “él siempre fue para mí una referencia vital, el camino a seguir y una especie de hermano mayor”. Se llevaban siete años y sus padres, pilotos ambos, eran íntimos amigos.
Fue en casa de Jules donde Charles se sentó por vez primera al volante de un kart. Se recuerda eufórico, embriagado por la sensación de libertad y velocidad. Aún no sabía leer, pero ya le estaban enseñando a conducir. Tenía cuatro años. “Pero mi primer recuerdo relacionado con el motor es incluso más antiguo”, añade esbozando una sonrisa tímida, “fue años antes, jugando con un bólido de Fórmula 1 de juguete entre las manos en el balcón de casa de los Bianchi, durante el Gran Premio de Mónaco de 2000. Recuerdo el rugido de los motores en la distancia y el tacto de aquel juguete en mis manos”.
Charles insiste en que no son recuerdos adquiridos, sino de una memoria genuina que conecta su infancia con su gran pasión y la actividad a la que está consagrando su vida, el automovilismo. “Mentiría si dijese que no he pensado alguna vez en ser campeón del mundo”, reconoce con su manera de comunicarse ciertamente cordial y sin aparentes reservas, “pero esos son sueños de infancia que tienes que aprender a aparcar para dar lo mejor de ti mismo sin obsesionarte, sin volverte loco”.
“No te vuelvas loco, mantén los pies en el suelo”. Ese fue precisamente el primer gran consejo que le dio su manager, Nicolas Todt, que acompaña su carrera desde 2005. “Mi padre y Nicolas me transmitieron la necesidad de que me centrara también en los estudios para tener un plan B en caso de que el sueño de llegar a la Fórmula 1 no se hiciese realidad”. Un sueño con su punto de insensatez, porque, según recalca el propio Leclerc, “hay solo 20 pilotos en la máxima categoría, y seguro que muchos miles de pilotos de un cierto nivel aspirando a conseguir hacerse con uno de esos volantes”.
Sin embargo, cuando uno nace en un lugar tan volcado hacia la Fórmula 1 como Mónaco, crece rodeado de pilotos y ha experimentado la llamada del vértigo y la velocidad desde los cuatro años, es lógico que se sienta, en cierta medida, “predestinado”. El plan B de Charles, a medida que se abría paso peldaño a peldaño hacia la élite, convirtiendo la precocidad en rutina, pasaba por sus otras dos vocaciones, el diseño de moda y la arquitectura. “No he renunciado a ellas en absoluto”, nos explica. “Cuando deje atrás la Fórmula 1 me gustaría seguir formándome para diseñar mi propia marca de ropa o construir edificios. Solo tengo 20 años, así que supongo que la mayoría de mis opciones de futuro siguen abiertas”.
En esta temprada de su debut en la Fórmula 1 ha cosechado algún éxito, como el sexto puesto en Bakú. Ser capaz de completar las carreras también ha sido para él un notable éxito. “Vengo de ser campeón de F2, pero el salto de una categoría a otra es brutal. Yo era muy consciente de que me esperaba un periodo de adaptación difícil y estaba dispuesto a sufrir y sobreponerme a las adversidades. Al final, todo está yendo bastante mejor de lo que me esperaba”.
Admirador de Ayrton Senna desde sus años en la academia de Ferrari, Leclerc se define como un piloto “cauto y cerebral”, pero dispuesto a asumir riesgos. “Se trata de ser el más rápido”, deja caer con la sencillez del que no necesita insistir demasiado en lo obvio, “pero siempre con cabeza”. “Control” es una de las palabras que se deslizan a menudo en su discurso. Cuenta que una parte esencial de su preparación consiste en trabajar con expertos en rendimiento y psicología deportiva: “Ellos te dan las herramientas necesarias para no perder el control en situaciones muy estresantes y potencialmente peligrosas”. Asegura que convivir con el riesgo es “un instinto” que se cultiva y se desarrolla. “Mi padre no sufría por mí, y yo tampoco sufro cuando estoy pilotando. Mi madre sí me consta que lo pasa mal. No sé si reza o no por mí, pero ahora que lo dices, creo que voy a preguntárselo”.
El consejo de Todt, ese simple y elocuente “no te vuelvas loco”, le acompaña en ese momento de pánico que, para muchos pilotos, se produce minutos antes de que arranque la carrera: “Yo los aprovecho para estirar los músculos y tratar de visualizar el circuito, imaginarme lo que me espera. No soy supersticioso, no soy aprensivo. No tengo manías ni rituales, no escucho música, no hablo con nadie. Solo me relajo y pienso en la carrera. Soy así de previsible y de aburrido”. En eso consiste su rutina. Naturalidad y sensatez a velocidades de vértigo.
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