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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La salud tiene una brecha… digital

Las viejas desigualdades se repiten con las nuevas tecnologías. La disparidad en el acceso a internet es geográfica, económica y generacional

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Laura y Carlos tienen la misma enfermedad y han ido al centro de salud donde, tras la consulta, les han hecho unos análisis. Recibirán los resultados por correo electrónico y les informan de que les llegará por WhatsApp un código QR para que puedan acceder a información personalizada y complementar las instrucciones terapéuticas recibidas en la consulta. También les dicen que cuentan con un grupo de apoyo que se reúne por Skype al que pueden unirse agregando su nombre de usuario a la página, cuyo enlace es la URL que aparece en su receta electrónica. Son las herramientas digitales que acaban de introducir en el centro de salud para mejorar la comunicación entre los equipos clínicos y los pacientes. Laura está encantada; Carlos, angustiado. Ella tiene 42 años, él 73.

Las tecnologías de la información y de la comunicación están aquí para quedarse. Sin embargo, no han llegado de la misma manera para todos. En algunas partes del mundo su uso es prácticamente universal, mientras que en otras aún falta mucho para que sea así. Hay diferencias tanto entre países como dentro de ellos, dependiendo de los niveles de ingresos y localización geográfica de los hogares. El problema es que las nuevas tecnologías repiten las viejas desigualdades que afectan a los sectores más pobres, ubicados, generalmente, en zonas rurales.

Sin embargo, las desigualdades son también generacionales, y se presentan a todos los niveles y en todos los países, con independencia de su grado de desarrollo. En Estados Unidos, por ejemplo, el 98% de los jóvenes entre 18 y 29 años es usuario de internet, mientras que entre los mayores de 65 años ese porcentaje se reduce al 66%. En el Reino Unido, casi el 90% de la población declara haber usado la red durante los últimos tres meses. Entre ellos, el 99% son menores de 44 años y el 40% son mayores de 75 años aunque, si residen en Irlanda del Norte, se habrá conectado únicamente el 29,8% de los adultos mayores.

En España también se ven estas brechas digitales, tanto en lo que concierne a los grupos de edad como al territorio. Según la Encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías de información y comunicación en los hogares, en el año 2017, el 84,6% de la población utilizó internet en los últimos tres meses, pero solamente se conectó el 43,7% de los adultos que tenían entre 65 y 75 años y muchos menos si procedían de Melilla (26,4%), de Castilla-La Mancha (30,3%) o de la Comunidad Valenciana (33,9%).

Las desigualdades generacionales se presentan a todos los niveles y en todos los países, con independencia de su grado de desarrollo

América Latina y el Caribe ha celebrado el rápido avance de las redes de información, aunque está todavía muy lejos del nivel alcanzado por los países de la OCDE. La conexión a la banda ancha móvil de Latinoamérica pasó de un 7% en el año 2010 al 58% en el año 2015, mientras los países desarrollados partieron de un 73,2% y alcanzaron el 85% en ese mismo periodo de tiempo. Pero la penetración de internet en los hogares no crece al mismo ritmo y solo en Argentina, Panamá, Paraguay, Costa Rica, Uruguay y Chile supera el 45%. En este último país, que presenta una de las mayores tasas de envejecimiento de esa parte del mundo, únicamente el 22,7% de los mayores de 60 años usa internet, con diferencias que se triplican según se pertenezca al sector más rico o más pobre de la sociedad.

A medida que la banda ancha se extiende y desciende su coste, es más fácil conectar cualquier dispositivo a la red. Además, el desarrollo de la internet de las cosas ya se deja sentir en la gestión y provisión de los servicios de salud. Pero si bien esto ofrece amplias posibilidades, no es razonable relegar sus beneficios para las personas más jóvenes, con altos niveles educativos y de ingresos y a los residentes en zonas urbanas, sobre todo cuando nos encontramos en un contexto de envejecimiento de la población con un consecuente aumento de las enfermedades crónicas.

Para que el uso de las tecnologías de la información en el terreno de educación en salud y en la gestión de tratamientos domiciliarios sea efectivo, es necesario derribar las barreras que hacen que las personas mayores presenten niveles de utilización más bajos que el resto y hay que generar competencias entre estos usuarios. Las herramientas que abren la puerta a infinitas posibilidades están ahí para todos, pero a Laura y a Carlos les han aplicado el mismo protocolo y no pueden aprovecharlas de la misma manera. ¿Serán sus tratamientos médicos igual de efectivos? La meta a conquistar es que lo sean.

Patricia Jara es especialista líder de la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

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