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Lydia Valentín, el peso de la victoria

Ximena Garrigues y Sergio Moya
Álvaro Corcuera

Lo ha ganado todo en la halterofilia. Oro olímpico, mundial y europeo. En España es todo un referente de los deportes minoritarios. Predestinada a triunfar, su camino hasta el éxito lo ha labrado a base de resiliencia y trabajo. En una disciplina infestada de dopaje, sus rivales le arrebataron durante años los triunfos que ella merecía. Pero en 2016, tras la mayor cruzada contra las trampas en su deporte, Valentín recuperó las medallas perdidas y hoy es la mejor levantadora de peso del planeta.

En 1992, mientras en Barcelona se abrían al mundo el Estadio Olímpico de Montjuïc, el Palau Sant Jordi o las Piscinas Picornell, al otro lado de España un pequeño pueblo leonés estrenaba su polideportivo municipal. Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), y Antonio Canedo, alcalde socialista de Camponaraya, enamorados de sus respectivas localidades, se movían por el impulso de transformarlas a través del deporte. Dos figuras paralelas y ya desaparecidas, una de nivel mundial y la otra local, que gobernaron en lo suyo durante décadas (dos Samaranch, casi tres Canedo) y que lograron llevar a España al éxito olímpico, aunque con unos cuantos años de diferencia. Canedo, un edil muy dinámico según quienes le conocieron, construyó un recinto deportivo en su pueblo —que hoy cuenta con unos 4.000 habitantes y es satélite de la más grande Ponferrada— y colocó al frente a Isaac Álvarez, con quien compartía la pasión por la halterofilia, especialidad de la que ambos eran entrenadores. Fue así como este deporte tan minoritario en España —hoy cuenta con 2.571 federados, aproximadamente mitad hombres y mitad mujeres— se introdujo en la comarca del Bierzo como una especialidad más. El destino quiso que entonces una niña llamada Lydia Valentín (Ponferrada, 1985) empezara a despuntar en Camponaraya. “La conocí cuando tenía siete años. Poseía un talento natural, unas condiciones excepcionales. Destacaba en gimnasia y jugaba a baloncesto de manera espectacular. Era muy coordinada, con una gran potencia… Era superior a todo el mundo”, describe Isaac Álvarez.

“Cuando tenía 11 años me picaba con los chicos porque las chicas ya no eran rival para mí”

Ágil y competitiva, la actitud y aptitud de Lydia sobresalían. En el recién creado programa de deportes, los diferentes técnicos se la rifaban. No había especialidad ni rival que se le pusieran por delante. Ella misma rememora: “Era la que más corría, la que más saltaba, la que se picaba con los chicos porque las chicas ya no eran rival para mí”. Cuando alcanzó los 11 años, Isaac le propuso dedicarse a la halterofilia y a ella le gustó. “La idea era que destacara internacionalmente. Estaba seguro de que iba a triunfar. Con 14 años, cuando pudo competir por edad, se proclamó campeona de España dos veces consecutivas”. A partir de ahí, la Federación Española de Halterofilia se interesó por ella.

“Recuerdo que mis padres se reunieron en el salón de casa con el entrenador y el presidente de la federación. Yo estaba arriba, porque vivíamos en un dúplex, escuchando a escondidas. Para mí era un sueño que me llamaran de la selección y muy pronto le dije a mi madre: ‘¡Mamá, cómprame una maleta que me voy!”. La familia meditó mucho la propuesta de que Lydia, de 15 años y la mediana de tres hermanas, entrara al Centro de Alto Rendimiento (CAR) del Consejo Superior de Deportes y se mudara a Madrid, a la Residencia Joaquín Blume, a 400 kilómetros de Camponaraya. “Mis padres no fueron egoístas. Pensaron en mí. Me vieron tan ilusionada, tan convencida, con tantas ganas… Creyeron que podría ser mi única oportunidad”.

Lydia Valentín es la mejor deportista de la historia de la halterofilia española. Es la única en haber logrado un oro olímpico y mundial, además de ser cuatro veces campeona de Europa. A sus 33 años, dice que competirá al menos hasta los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Lydia Valentín es la mejor deportista de la historia de la halterofilia española. Es la única en haber logrado un oro olímpico y mundial, además de ser cuatro veces campeona de Europa. A sus 33 años, dice que competirá al menos hasta los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.Ximena Garrigues y Sergio Moya

Casi dos décadas después, a sus 33 años, Valentín es un icono, la mejor halterófila que ha tenido nunca España. Es cuatro veces campeona de Europa, una más que Estefanía Juan, la número uno hasta la irrupción de la leonesa. Es también oro mundial y olímpico, dos títulos que nunca ha ganado otro español, ni hombre ni mujer, en ninguna de las categorías que componen la halterofilia (van por peso corporal y ella compite en la de menos de 75 kilos). En el CAR, en el distrito de Moncloa, muy cerca del palacio donde vive el presidente del Gobierno, deportistas españoles de diferentes disciplinas se dejan la piel para lograr medallas. El gimnasio de halterofilia se encuentra en el sótano. Ahí Lydia se ha pasado literalmente media vida. En un espacio rectangular de tonos verdosos, iluminado artificialmente, rodeado de espejos y decorado con fotografías de los levantadores más exitosos que tiene y ha tenido España. Maquillada y vestida de negro, gira constantemente su cuello de un lado a otro para liberar tensión, como si estuviera a punto de alzar 115 kilos en arrancada o 135 en dos tiempos (la primera técnica consiste en subir las pesas con un solo movimiento por encima de la cabeza, y la segunda permite un parón intermedio por encima del pecho). Ese es el resultado que logró en el reciente Campeonato de Europa en Bucarest, medalla de oro en cada especialidad y por tanto también oro en el llamado total olímpico (la suma de los dos pesos levantados), con 250 kilos. Lydia chequea compulsivamente el móvil. Envía whatsapps, pide disculpas pero advierte: “¡A las ocho me voy!”. Esa noche juega el Atlético de Madrid con el Arsenal en el Wanda Metropolitano las semifinales de la UEFA Europa League y ella es seguidora colchonera confesa.

“Toda mi vida he competido contra tramposos. Lo único que me preocupa es que se los pille”

La deportista ríe al recordar su llegada al CAR. “Fue un cambio increíble. Estaba acostumbrada a entrenarme una hora diaria, y aquí lo hacía varias e iba también al instituto. ¡Estaba muerta, iba flipando!”. Jamás se quejó, disimulaba el cansancio para cumplir su sueño, y veía cómo otros no aguantaban y se marchaban. Matías Fernández, que era entonces su segundo entrenador (el primero desde 2008) y quizá la persona que mejor la conoce fuera de su familia y que la ha acompañado en toda su carrera, sabe lo difícil que es captar a halterófilos con talento como ella, enseñarles y conseguir que aguanten el paso del tiempo en un deporte minoritario como este, alejado de los focos mediáticos y de grandes recompensas. Es un camino en el que el deportista debe tenerlo muy claro, porque llega un punto, dice Lydia, que hay que elegir entre entrenarse y competir, o estudiar. Hay que convivir con la presión, y saber que una lesión puede alterar tu carrera, lo mismo que los pensamientos sobre el futuro económico. Estefanía Juan, de 36 años, tres veces campeona de Europa y ahora retirada, explica que las becas le daban “para sobrevivir” cuando estaba en la élite. Hoy es profesora de crossfit y halterofilia.

Lydia Valentín, en el Centro de Alto Rendimiento en Madrid, donde se entrena.
Lydia Valentín, en el Centro de Alto Rendimiento en Madrid, donde se entrena.Ximena Garrigues y Sergio Moya

Estefanía fue precisamente la primera persona que recibió a Valentín en el gimnasio del CAR cuando esta llegó siendo una niña desde su pueblo. Había sido curiosamente en Camponaraya donde ambas deportistas se habían visto por primera vez, durante un campeonato. “Estaba muy fuerte, era rubia y llevaba muchas horquillas de Hello Kitty en el pelo”, recuerda Juan. Ese muñequito japonés ha acompañado a Valentín en su carrera, pero además de esa imagen rosa que ha cultivado, lo que mejor la define, cree su entrenador, Matías Fernández, es “su constancia y su capacidad para mejorar”. Por eso ha resistido una vida dedicada a su pasión, levantar peso. Y ha marcado camino. Irene Martínez, medalla de bronce en la categoría de 63 kilos en el pasado Campeonato de Europa, ocho años más joven que Valentín, reconoce que la campeona es su inspiración: “Es muy buena técnica y físicamente. Pero lo más importante es su perseverancia. Cree mucho en ella. La mente es su mayor virtud”.

La gloria olímpica le llegó en el verano de 2016. Lo hizo con ocho años de retraso, de forma inesperada, después de que se destaparan varios casos de dopaje en halterofilia en las citas de Pekín y Londres, en las que ni siquiera se había subido al podio. En Río de Janeiro se llevó la de bronce. “Gané tres medallas en un mes. No me lo podía creer”, resume. El proceso fue sorprendente. Días antes de la cita de Río, el Comité Olímpico Internacional comunicó que las tres primeras clasificadas en la categoría de menos de 75 kilos en Londres 2012 quedaban descalificadas por dopaje. Valentín, que había sido cuarta, se convertía en virtual campeona, aunque hoy sigue sin recibir su medalla de oro, pues aún no se ha completado todo el proceso de alegaciones por parte de las acusadas — Svetlana Podobedova (Kazajistán), Natalia Zabolotnaya (Rusia) e Iryna Kulesha (Bielorrusia)—. Y después de los juegos cariocas, llegó la otra bomba: un nuevo test antidoping revelaba que la primera, tercera y cuarta clasificadas en Pekín 2008 —Cao Lei (China), Nadezhda Evstyukhina (Rusia) e Iryna Kulesha (Bielorrusia)— habían hecho trampas y que Lydia, quinta, pasaba a ser medalla de plata, por detrás de Alla Vazhenina, de Kazajistán, país hoy bajo la lupa del dopaje. El premio lo recibió de manos del COE en enero de este año, en un acto público con presencia de sus seres queridos y de diferentes autoridades, como el ministro de Educación, Cultura y Deportes, Íñigo Méndez de Vigo, entre otros. “Su cara se iluminó cuando le mostré la medalla”, asegura Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español. Pero las imágenes de aquel día más bien reflejan una alegría contenida, muy alejada del éxtasis que hubiera supuesto subirse al podio cuando tocaba. “Perdí lo más importante, el momento in situ, el celebrarlo y que la gente se emocionara conmigo. Pero no sirve de nada lamentarse de eso ni tampoco de los patrocinadores perdidos. Porque aquello no va a volver”, zanja Lydia.

Las zapatillas de Lydia Valentín y la faja decorada con el personaje japonés de Hello Kitty. En la muñeca, tatuados, los aros olímpicos y los logos de los tres Juegos Olímpicos en los que ha participado.
Las zapatillas de Lydia Valentín y la faja decorada con el personaje japonés de Hello Kitty. En la muñeca, tatuados, los aros olímpicos y los logos de los tres Juegos Olímpicos en los que ha participado.Ximena Garrigues y Sergio Moya

La deportista sabe, sin embargo, que su carrera y sus ingresos, así como la salud de la halterofilia española, hubieran sido muy diferentes. Ella asegura no haber calcu­lado al milímetro la cifra económica que dejó de ganar, pero a los 48.000 euros (ya cobrados) de la medalla de Pekín, se tendrían que unir otros 94.000 euros por el oro de Londres, y las becas ADO que le deberían haber correspondido, otros 184.000 euros adicionales (en cada ciclo olímpico se asignan unas cifras por deportista, superiores cuanto mejor resultado se haya obtenido en los Juegos anteriores). Ella y la federación hablan de ocho años en la sombra, tiempo que además coincidió con la crisis económica y con los recortes. De un presupuesto anual federativo que llegó a 1,2 millones de euros se pasó a los 900.000 actuales, muy lejos de las grandes potencias. Un país como Kazajistán, por ejemplo, dedica más de 10 millones al año. Como les sucede a otros Estados de su entorno, donde los deportes de fuerza son tradición, los kazajos ven en la halterofilia un emblema nacional. El dinero en los países de la antigua Unión Soviética no es problema, hasta el punto de que la organización del mundial de este año, que iba a haberse celebrado en Lima (Perú), cambió de sede gracias a una compensación económica. Ahora será en Ashgabat (Turkmenistán).

Es en este contexto donde el éxito de Valentín se puede calificar de inesperado. “Lydia ha logrado un hito porque nunca antes nos habíamos acercado a una medalla olímpica. Ella ha marcado el camino y nos ha sacado del segundo plano en el que estábamos”, asegura Constantino Iglesias, presidente de la Federación Española de Halterofilia. Los escándalos de dopaje, que afectaron fundamentalmente a países de la antigua URSS y a China, tuvieron consecuencias positivas para España. En los últimos mundiales, celebrados en Anaheim (Estados Unidos) en 2017, la Federación Internacional de Halterofilia prohibió la participación de nueve equipos (Rusia, Kazajistán, Azerbaiyán, Ucrania, Bielorrusia, China, Armenia, Turquía y Moldavia), suspendidos por un año. Esto abrió las opciones para deportistas como Valentín, que consiguió la medalla de oro. “No es fácil luchar contra esas potencias. Son países muy ricos, con un dopaje institucionalizado en el deporte. Suspenderlos fue una decisión muy valiente”, subraya Iglesias.

Ximena Garrigues y Sergio Moya

Para los Juegos de Tokio 2020, las sanciones continuarán. Mientras que países como España podrán enviar hasta ocho halterófilos a la cita (cuatro masculinos y cuatro femeninos), aquellas naciones con más de 20 positivos por dopaje desde Pekín 2008 solo podrán mandar a dos representantes. En este grupo están Rusia (que ya estuvo descalificado en Río 2016 junto con Bulgaria), Kazajistán o Bielorrusia. Los equipos que hayan tenido entre 10 y 20 casos de dopaje solo podrán contar con cuatro atletas. “Una cosa es que una persona dé positivo, y otra que varias de una misma federación sean pilladas. Eso es distinto y hay que sancionar al país entero”, opina la atleta Estefanía Juan, que cree que las medidas adoptadas por la Federación Internacional de Halterofilia llegan tarde y solo como consecuencia del miedo a que este deporte quede fuera en París 2024. Si eso se cumpliera, la halterofilia, que es olímpica para los hombres desde 1896 y para las mujeres desde 2000, sufriría su mayor golpe. Una posibilidad que Alejandro Blanco, presidente del COE, califica de rumor y prefiere no comentar.

“¿Cómo te enfocas otra vez cuando lo has ganado todo? Lo haces porque quieres más”

“Toda mi vida he competido contra gente que no jugaba limpio. En Pekín y en Londres sospechaba. ¿Por qué? Porque se sabe, por las marcas, por los positivos anteriores… Me preocupa que no se pille a los tramposos o que se tarde mucho en detectarlos”, dice Valentín. En Río 2016, por delante de ella, bronce en esos Juegos, quedaron Rim Jong-sim (Corea del Norte) y Darya Naumava (Bielorrusia), que pertenecen a países bajo sospecha, especialmente el segundo. ¿Descubriremos alguna irregularidad en los próximos años? Lydia guarda silencio unos segundos: “Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Yo no he dado nunca positivo. No me gustaría que me acusaran. Por tanto yo no puedo hacerlo. Ellas han pasado sus controles igual que yo”. Pero la sospecha es inevitable en un deporte con tantos casos de dopaje —49 positivos entre Pekín y Londres— y la duda es parte del ambiente durante la competición, coinciden Valentín y su entrenador. Ella añade: “Hay más halterofilia oscura que limpia. Hay dos tipos: la que respeta y la que es un show, con personas que van hasta arriba, baten récords que no son reales, y engañan al espectador, a los entrenadores y a los rivales. Esta halterofilia tiene muchísimo poder y por eso cuesta tanto combatirla. Hablamos de potencias. Pero claro, ¿qué haces contra Rusia, contra el dopaje de Estado?”.

Ximena Garrigues y Sergio Moya

Valentín aún se sorprende de que “saliera a la luz lo de Pekín y Londres”. “¿Por qué saltó? No lo sabemos”, se pregunta. El presidente del COE, Alejandro Blanco, cree que se debe a la mejora de los sistemas de detección. “La tecnología es distinta. Sustancias que hace unos años eran indetectables, ahora las pillas. Eso es muy importante, porque se envía el mensaje al deportista que quiera engañar que hoy se puede ir libre, pero diez años después se puede llevar una sorpresa”. Sin embargo, la explicación tecnológica no convence demasiado a Lydia: “Hubo positivos por la hormona del crecimiento, que ha dado positivo toda la vida… ¿Has visto la película Ícaro?”, pregunta. “Mírala y entenderás muchas cosas”. Este documental, ganador del Oscar este año, se centra en la figura de Grigory Rodchenkov, el exdirector del laboratorio antidopaje de Rusia. Este doctor, que huyó a Estados Unidos por miedo a ser asesinado, vive hoy oculto en territorio americano, después de destapar la trama de dopaje rusa (de la que él era uno de sus cerebros) en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014. Rusia, con 33 medallas (13 de oro), fue el gran vencedor de la cita. Sin embargo, la mitad de los metales quedaron bajo sospecha. La FSB, el antiguo KGB, manipuló y sustituyó muestras de orina contaminadas por otras limpias para sortear los controles. Una operación ordenada, según Rodchenkov, por el presidente del país, Vladímir Putin, y el entonces ministro de Deportes y hoy viceprimer ministro ruso, Vitaly Mutko. El científico huido asegura que Rusia lleva haciendo trampas de todo tipo desde 1968. Con la desin­tegración de la Unión Soviética, las malas prácticas se extendieron a los nuevos países que surgieron de la URSS. Varios de ellos figuran hoy en la lista negra de la halterofilia mundial.

Ximena Garrigues y Sergio Moya

Lydia prefiere no pensar en la retirada, aunque por su edad sí reconoce que los de Tokio serán sus últimos Juegos Olímpicos. En cuanto al futuro personal fuera de la competición, se ve a sí misma diseñando ropa y abriendo un gimnasio. Sobre lo primero ya ha comenzado una modesta andadura, con una línea de sudaderas estampadas con corazones (su sello en competición, además de Hello Kitty, consiste en dibujar con sus manos un corazón cuando obtiene una victoria). “Me interesa especialmente la moda, porque me considero supercreativa y porque creo que existe una demanda en el Centro de Alto Rendimiento, donde somos más chicas que chicos. Las cosas femeninas y de color rosa nos interesan mucho a nosotras. En un futuro me encantaría vestir a la selección y a los clubes, para que las chicas se sientan realmente como quieran, para que tengan alternativa entre lo unisex y lo más femenino”. Por el momento, hasta que llegue su adiós, se va marcando objetivos. El más inmediato son los Juegos del Mediterráneo, que se celebran en Tarragona a finales de junio. Más adelante, en noviembre, llegará el mundial de Turkmenistán. Lydia Valentín acudirá allí a defender su título, y lo hará coronada como la mejor halterófila del mundo, reconocimiento que le ha otorgado la Federación Internacional de Halterofilia. “Es como el balón de oro del fútbol”, sostiene Constantino Iglesias, presidente de la Federación Española, que la acompañó, en mayo, al acto en Georgia donde se le hizo entrega del premio. “Me siento muy orgullosa de que se hable de halterofilia gracias a Lydia Valentín”, dice la deportista de sí misma. “¿Cómo te enfocas otra vez cuando lo has ganado todo? Pues lo haces. Porque te gusta entrenar y competir, y porque quieres más. Mi filosofía es disfrutar, seguir trabajando y estar concentrada. Es muy importante tener clara la mente. Si competimos todos en igualdad de condiciones, ganará el que mejor estado mental tenga”.

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Sobre la firma

Álvaro Corcuera
En EL PAÍS desde 2004. Hoy, jefe de sección de Deportes. Anteriormente en Última Hora, El País Semanal, Madrid y Cataluña. Licenciado en Periodismo por la Universitat Ramon Llull y Máster de Periodismo de la Escuela UAM / EL PAÍS, donde es profesor desde 2020. Dirigió 'The Resurrection Club', corto nominado al Premio Goya en 2017.

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