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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
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CIUDAD FRONTERA

Las mujeres porteadoras en la ciudad de Melilla

Supervivencia en el espacio transfronterizo urbano bajo enormes fardos de “comercio atípico”

Frontera. Barrio chino de Melilla
Frontera. Barrio chino de MelillaMar Toharia
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Ser ciudad frontera determina las vidas de muchos de los seres urbanos que la habitan o transitan. Así sucede en Melilla, una ciudad isla entre dos continentes, separada del resto de Europa por el mar mediterráneo y de África por una valla perimetral que posiblemente constituye una de sus imágenes actuales más mediáticas. Y que forma parte de la frontera sur de España, que según el informe sobre Fronteras Más Desiguales del Mundo (FMD) es la séptima más desigual del mundo, y la más desigual de Europa.

Este espacio transfronterizo, un conocido impedimento para la población africana que busca entrar en Europa, es también el escenario de un enorme trasiego diario de personas más desconocido. Y entre las 30.000 personas que se calcula que transitan la frontera a pie cada día están aquellas que sobreviven del "comercio atípico" transfronterizo, y son en su mayoría mujeres. O las porteadoras.

De los cuatro pasos fronterizos que existen en Melilla- Mariwari, Farkhana, Barrio Chino y Beni Enzar- es por los dos últimos por donde tiene lugar el "comercio atípico" o contrabando regulado. Una actividad que supone grandes beneficios económicos para las arcas municipales de Melilla y de la que viven miles de personas. Aquellos que traen la mercancía, ya embalada, en camiones o viejas motos hasta los solares cercanos. Los encargados, que a menudo ayudan a cargar estos fardos sobre las espaldas y a ajustar las cuerdas. Las personas porteadoras.

La mercancía llega en grandes barcos que atracan en el puerto de Melilla, donde los impuestos son más laxos. Y cruza después la frontera a pie, en fardos cargados sobre las espaldas, sin poder ayudarse de carretillas u otros medios de transporte ya que la legislación marroquí permite que "las personas pueden entrar a su territorio con lo que lleven en su cuerpo".

Esta actividad mediatiza la vida fronteriza durante las primeras horas de la mañana, un horario restringido por la apertura y cierre de los pasos fronterizos. Y, aunque Beni Enzar está abierto a personas y coches –todo el año las 24 horas del día– el tránsito de mercancías solo puede efectuarse de lunes a jueves de 9 a 12 de la mañana. Durante estas horas las porteadoras buscan ganarse el sueldo.

Mujeres porteadoras de Melilla
Mujeres porteadoras de MelillaMar Toharia

Y ser testigo de todo ello resulta sobrecogedor. Los fardos son enormes. Miles de personas en movimiento, mayoritariamente mujeres, algunas de avanzada edad, embarazadas, discapacitadas o con la espalda encorvada para siempre. Cada paquete puede llegar a pesar 100 kilos, siendo lo más común 50 kilos. Van llenos de mantas, ropa usada u otros productos de calzado, tecnología o artículos de ferretería. Para subir este peso a la espalda a menudo se necesita ayuda de los estibadores. Después, cuesta arriba, durante unos 800 metros, caminan hacia Marruecos. Donde la entrada es literalmente un embudo, y bidones, ruedas, paquetes y cientos de personas se agolpan. Una vez entregado el fardo, de nuevo de regreso.

Un trabajo deslomador que requiere pasar el máximo número de veces la frontera para conseguir una cantidad de dinero suficiente. Pero por cada paquete transportado una mujer porteadora cobra entre 3 y 5 euros, dependiendo del peso (que supera los 50 kilos y puede llegar hasta los cien). Diariamente entran entre 6.000 y 8.000 porteadoras, y se realizan entre 15.000 y 25.000 pases.

Barrio chino de Melilla.
Barrio chino de Melilla.Mar Toharia

Un guardia civil me invita a alejarme, y responde antes a algunas de mis preguntas escuetamente. Explica que estas miles de personas que cada día acuden a la frontera "son como un rebaño, con el que hay que tener mano derecha a veces" –mientras somos testigos de como sus jefes golpean con las porras los segundos fardos de algunos de los porteadores o directamente a éstos cuando no pasan por el camino que se les indica–, "y otras veces, mano izquierda, y dejar pasar por un "atajo" a las mujeres embarazadas, a personas con diversidad funcional, a ancianos o ancianas bajo un fardo de más de 50 kilos de peso". Y me cuenta que aquello es una gran polvareda de lunes a jueves. Donde "es necesario que estén allí, porque si dejas a las ovejas sueltas por el campo, sería el caos. Están para conducirlas por donde deben ir, y que no pase nada. Mantener el orden. Y a veces para ello, es necesario usar el palo".

Un conductor de camión, que da la vuelta en la rotonda tras dejar más fardos, me mira y me pregunta si me gusta lo que veo. Niego con la cabeza. Y me contesta sin frenar, que así es cada semana. Mientras observo, y me alejo despacio, las mujeres porteadoras me observan a mí, me saludan y sonríen bajo el peso. Mujeres, marroquíes, transfronterizas, que así son sustentadoras de su hogar. Afirma el informe de la asociación Tawaza que "ninguna porteadora trabaja para ella misma, el dinero que ganan es para alimentar a otros". Suelen ser madres que viven en situación de vulnerabilidad social extrema, a menudo separadas o repudiadas. La mayoría no tienen más de 40 o 50 años, pero aparentan veinte años más.

Una actividad que supone casi un tercio de la economía de la ciudad

Transportistas de mercancía de "comercio atípico" en la frontera de Melilla
Transportistas de mercancía de "comercio atípico" en la frontera de MelillaMar Toharia

Este comercio atípico supone por otro lado, unos enormes beneficios para las arcas públicas municipales. Aunque no existe una cifra exacta, la Asociación por los Derechos Humanos de Andalucía (ADPHA) estima que genera unos 1.400 millones de euros cada año en Ceuta y Melilla. Lo que supone casi un tercio de la economía de cada ciudad. Y, según el semanario marroquí Al Ayam, este negocio también supone al año alrededor de 90 millones de euros en "propinas" que se embolsan policías y aduaneros magrebíes en las fronteras de Ceuta y Melilla. Además, según la Cámara de Comercio Americana de Casablanca, en Marruecos viven directamente de ello unas 45.000 personas y hay otras 400.000 personas que participan indirectamente (comerciantes, camioneros y transportistas que se encargan de la logística necesaria para que el trasiego de mercancías sea posible).

Por eso, a pesar de la dureza de las condiciones de vida y la carencia de derechos laborales de las porteadoras, desde ninguno de los dos lados de la frontera se plantean alternativas serias a este lucrativo negocio fronterizo.

Un reto para los Derechos Humanos y el desarrollo urbano sostenible

Las condiciones de este trasiego de mercancías tolerado, atípico o alegal, son verdaderamente infrahumanas, a juicio de la APDHA. Y es que, al enorme peso que transportan las porteadoras se suma la inhumanidad física de los pasos fronterizos en sí, la frecuente violencia policial, el tener que efectuar pagos de soborno a la policía, los acosos sexuales o el requisamiento de la mercancía de forma arbitraria. El Instituto de Derechos Humanos de Catalunya (IDHC) ha propuesto, por estos motivos, que "el Gobierno realice las reformas arquitectónicas necesarias para asegurar que los pasos fronterizos por los que realizan los portes estén adaptados a la seguridad de las personas y al respeto a los derechos humanos así como que se generen protocolos claros y públicos para la gestión del comercio "atípico" así como se dote de medios para que la gestión del fenómeno no sea exclusivamente policial y, en todo caso, respetuoso con los Derechos Humanos". Y así lo recoge el manifiesto Restablezcamos la legalidad en la Frontera Sur.

Sin duda, también desde la perspectiva del desarrollo urbano sostenible, resulta imprescindible contemplar como una prioridad que las personas tengan un empleo y condiciones de vida dignas. Los espacios urbanos, diseñados a escala humana, no podrán ser sostenibles sin tener en cuenta las condiciones sociales de su población y las necesidades humanas básicas. También en los espacios transfronterizos donde, con frecuencia, el día a día permanece invisibilizado.

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