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'La Chana', la bailaora indomable

La Chana con Peter Sellers.
La Chana con Peter Sellers.Rhona Bitner

CUANDO ANTONIA SANTIAGO Amador, La Chana (Barcelona, 1946), entra en escena, el mundo frena. Por encima de las vicisitudes, de las limitaciones y de la violencia que han acompañado su vida, esta gitana catalana hace arte del peligro.

Percusionista natural, se inició taconeando en un puente cuando vivía al raso y siguió sobre los ladrillos de un descampado.

Percusionista natural, Antonia se inició taconeando sobre las tablas del puente bajo el que vivía con su familia, y siguió sobre los ladrillos de un descampado al raso. La rumba familiar le sabía a poco, hasta que un día oyó por primera vez el compás de seguiriya en la radio y pasó la noche en vela memorizándolo. Venciendo la resistencia de su gente, debutó a los 14 años en La Bota de Tossa de Mar. A los 18, ya actuaba en Los Tarantos de Barcelona, y a los 19 Peter Sellers la fichó para actuar en la película El magnífico Bobo y se la quiso llevar a Hollywood. Pero su tradicional familia se lo impidió.

A los 22, triunfó en Los Canasteros de Madrid, a pesar de las reticencias iniciales del respetadísimo Manolo Caracol por ser rubia y catalana. Ganó el primer Premio del Festival de Danza de Perth (Australia), y siguió trabajando, imparable, en el teatro Arniches y en el Florida Park. En 1977, obtuvo gran popularidad gracias a su brillante actuación en el programa Esta noche fiesta, de José María Íñigo. Las audiencias la aclamaban en Chile y Argentina, pero, entre bambalinas, la tormenta familiar sacudía su vida.

Cuando su virtuosismo contaba con admiradores como Salvador Dalí, Maya Plisétskaia o Mijaíl Barýshnikov, Antonia Santiago Amador, La Chana, desapareció misteriosamente de los escenarios. Detrás de su ausencia, el maltrato reiterado de su marido. “Es entonces cuando él se marcha y se lo lleva todo, dinero, joyas y el BMW de Peret, y yo en la calle”, cuenta ahora la bailaora, en el salón de su domicilio en la localidad barcelonesa de Llinars. Fueron cinco años de inacción escénica, durante los cuales se sintió “menos que nada”, pero guardó su “entereza y alma”. Ante el espejo se rebelaba: trazaba un paso irrepetible. Siempre improvisa.

La bailaora actúa en un tablao no identificado de la Costa Brava (1966).pulsa en la fotoLa bailaora actúa en un tablao no identificado de la Costa Brava (1966).

Alentada por amigos y empresarios, en 1985 regresó al baile con la compañía La Cumbre Flamenca y triunfó en Australia, China, India, Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Tras casarse con Félix Comas, su actual marido, se retiró.

Ahora, La Chana, un documental que rescata su figura artística y humana, cosecha galardones, como el Premio del Público del Festival Internacional de Documentales de Ámsterdam (IDFA) y Le Voci dell’Inchiesta de Italia, entre otros. Gracias a la iniciativa de Beatriz del Pozo, pianista, bailaora y profesora de música española, y a la tenacidad de la directora croata Lucija Stojevic, el público de más de 30 países la aclaman a través de este documental, que se estrenó en cines el viernes pasado.

Acertó el gran bailarín Antonio cuando dijo que Chana hacía el flamenco del futuro. Desde Farrucos a Galvanes, de Canales a Rancapino, de Eva Yerbabuena a Rocío Molina (“su nieta”), todos se rinden a esta ­artista capaz de transformar la matemática en carne, aun bailando sentada, como lo hace ahora cuando se presenta en público.

Antonia describe el compás como una luz que todo lo abarca: “Yo entro y allí puedo hacer lo que quiero”.

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