Una guerra civil digital
La sociedad debe exigir a los políticos emplear a fondo el valor democrático del diálogo
En 1976, yo y 677.455 bebés nacimos en España. Hoy, aquellos que vivimos, tenemos la misma edad que nuestra democracia: 41 años. Aprendimos a caminar en democracia, fuimos al colegio en democracia y nos enamoramos por primera vez en democracia. A mis hijos deseo criarlos en democracia. También deseo morir en democracia, pero ahora dudo de que esta sobreviva sin interrupciones a mí y a mis hijos. Los acontecimientos en Cataluña son la gota que ha colmado el vaso del desasosiego colectivo.
Además de un niño del 76, soy historiador y sociólogo profesional, licenciado por la Universidad de La Laguna y doctorado por la Universidad de Harvard. Dediqué mis primeros trabajos de investigación a la historia contemporánea de España. Cuando en 1994 la democracia española y los 677.456 hijos del 76 cumplimos la mayoría de edad, yo estaba en la soledad polvorienta de un archivo, leyendo documentos históricos llenos de palabras, frases y discursos que incitaban a la violencia sectaria y no al diálogo democrático. Eran documentos sobre guerras civiles, gobiernos fallidos, reyes inhábiles, políticos caducos, familias divididas y pueblos destruidos.
Hoy, en 2017, esas palabras, frases y discursos que creía enterrados para siempre en los libros de historia han reaparecido en la primera página de los periódicos, los titulares de los informativos y, sobre todo, en las conversaciones fratricidas de las redes sociales.
En esta batalla hay muchos soldados que son hijos de la democracia
Nadie en su sano juicio quiere que se repita la violencia de la Guerra Civil del 36. Pero los tiempos cambian, y con ellos también cambian las maneras de canalizar el odio y hacer la guerra. Hoy en España se está librando en las redes sociales una guerra civil digital. Lo más alarmante y doloroso es que miles de sus soldados son hijos de la democracia.
Estos soldados cavan sus trincheras en perfiles de Facebook, tuits sectarios, mensajes secretos de Snapchat, imágenes privadas de Instagram y grupos cerrados de WhatsApp. Parapetadas en estas trincheras digitales hay personas a las que quiero y admiro, como nuestros antepasados tuvieron a sus seres queridos luchando en las trincheras del 36.
En vez de dialogar, los atrincherados digitales se borran de un grupo de WhatsApp si no se aplaude su opinión sobre qué hacer con Cataluña o España. Un amigo militante del Partido Popular insultó a Rajoy en Facebook por ser demasiado blando con Cataluña. Un amigo independentista catalán me envió el famoso vídeo de Arias Salgado de 1975 que anuncia la muerte de Franco, pero diciendo “españoles, Franco ha vuelto”. Mi pareja y yo nos enzarzamos en una discusión sobre si son reales o están trucadas las fotos que circulan en las redes de gente ensangrentada tras las cargas policiales del 1-O.
La misma recriminación, “¿ahora eres de derechas?”, que leí en documentos históricos escritos antes de la Guerra Civil del 36 la leí esta semana en un grupo de WhatsApp, cuando un familiar censuraba a otro su opinión sobre el referéndum en Cataluña. Las declaraciones del futbolista catalán y español Gerard Piqué se usan como arma arrojadiza en las redes. Y algunos hijos del 76 dudan que el diálogo democrático sea la solución y añoran el autoritarismo de una dictadura en la que jamás vivieron.
En la crisis en Cataluña nos jugamos la supervivencia de la democracia
La crisis en Cataluña, que amenaza con extenderse al País Vasco, Canarias y Galicia, va más allá del independentismo. Lo que nos jugamos es la supervivencia de una democracia de 41 años. Desde la cuna, mamé los valores democráticos del diálogo, el consenso y también el derecho a disentir. No conozco mejores valores y son los que uso a diario.
Uno de esos valores consiste en escuchar a todas las partes en conflicto. Otro valor es el de nunca olvidar (sobre todo en el peor de los momentos) que es más estratégico lo que nos une que lo que nos separa. Otro valor es el de aceptar y respetar las diferencias. Estos valores me han llevado a admirar y querer a amigos y familiares que son conservadores, de centro y comunistas, que son nacionalistas españoles, catalanes, vascos y canarios.
Por ser del año 1976 me gusta comparar la salud de mi vida con la salud de nuestra democracia. Y estos días es tanto el odio hacia Cataluña y España que fluye por las redes sociales, mientras la fractura social se agiganta, que este hijo del 76 duda si realmente la democracia vive en nuestros corazones y nuestras formas de pensar.
Demostremos a nuestros antepasados, los atrincherados del 36, que no hemos olvidado las lecciones de la guerra. Para ello, la sociedad civil tiene ya que dar un firme paso adelante y exigir a los políticos que empleen a fondo el valor democrático del diálogo para solucionar esta grave crisis. Si se logra, los hijos del 76 llegaremos a viejos, presumiendo ante nuestros nietos no de haber luchado en una guerra civil, sino de ser la primera generación que nació, vivió y murió en paz y en democracia.
Álvaro Santana Acuña es doctor en Sociología por la Universidad de Harvard y profesor en Whitman College.
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