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Columna
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Actúa

Resulta lógico que busquen una vía autónoma frente a la mezcla de maniqueísmo primario y de subordinación orgánica a Podemos

Antonio Elorza
El exjuez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, en una foto de archivo.
El exjuez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, en una foto de archivo.Álvaro García (EL PAÍS )

“Los viejos rockeros nunca mueren”, cantaba Miguel Ríos. El tema viene de inmediato a la mente al leer la lista de firmantes del manifiesto presentado por el movimiento político Actúa como paso previo a su reciente fundación. En torno al exlíder de Izquierda Unida, encontramos a personajes inscritos bajo distintas siglas en aquella izquierda democrática que el PCE cobijó primero, y destruyó más tarde, pero que en cualquier caso desempeñó un papel de primer orden de cara a nuestra transición a la democracia. Ahí están Cristina Almeida, Teresa Aranguren, el exrector Carlos Berzosa, Antonio Gutiérrez, el ex secretario general de CC OO, tras un dignísimo paso por el socialismo, y una pareja de escritores siempre leales a sus ideas, Almudena Grandes y Luis García Montero. El fichaje estrella, como no podía ser menos, es el juez Baltasar Garzón, una baza atractiva para la política anticorrupción (y para retomar con rigor el tema de la memoria histórica).

Son los restos de un naufragio, o de varios naufragios, pero a lo largo de las pasadas décadas supieron al menos mantener una actuación coherente, firme y sin estridencias, a partir de la cual resulta lógico que busquen una vía autónoma frente a la mezcla de maniqueísmo primario y de subordinación orgánica a Podemos que ha determinado la muerte política de Izquierda Unida. Desde su nacimiento en 1986, como lancha de salvamento del hundimiento del PCE, IU tropezó con un problema de liderazgo: pensada por Nicolás Sartorius, la puesta en práctica de su estrategia acabó absurdamente en manos de Julio Anguita, promotor de una política binaria, de regreso al clase contra clase, inspiradora de la actual de Alberto Garzón. Llamazares puso buen sentido en sus años de gestión y es lógico que ahora encabece el necesario y difícil intento de reconstrucción.

El intento forma parte de la pléyade de movimientos que van surgiendo de la desintegración de la socialdemocracia (Francia) o de los sucesores del comunismo democrático (Italia). La crisis de la democracia social se inició en los años 70, con el paso a una coyuntura económica depresiva que culminó en la crisis de 2008. Sin nada que repartir, ante el fracaso de todo intento keynesiano, la conversión en partido de profesionales integrados y el giro defensivo de la mentalidad obrera, su única baza fue capitalizar el rechazo a una derecha impopular (Hollande 2012, Sánchez 2017). Con el riesgo de que más dura sea luego la caída.

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Queda en pie una exigencia: la lucha contra una creciente e inaceptable desigualdad, que constituye la primera vocación de Actúa. A su lado, prioridad al desplazamiento del PP, ecología y anticorrupción. Es un bosquejo que toca ahora desarrollar, en cuestiones capitales (economía, Europa, política internacional). Una compleja andadura.

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