Galicia, otra moda es posible
MÁS QUE como una marca, Masscob se podría definir como un proyecto de vida. A Marga Massanet y Jacobo Cobián sumar sus apellidos les unió en una trepidante aventura familiar y empresarial. Juntos y revueltos, han levantado una firma de moda discreta, que desde A Coruña, sin apenas hacer ruido y en solo 14 años, ha conseguido llevar sus diseños a casi 100 puntos de venta repartidos por todo el mundo. Entre ellos, se encuentran algunas de las mejores tiendas internacionales –desde Barneys en Nueva York hasta Le Bon Marché en París–. Y todo gracias a una estrategia que ha terminado dando sus frutos: primar la calidad sobre la cantidad.
Amantes, colegas, padres de dos niños e inseparables compañeros de fatigas, lo suyo es una apasionada historia de amor. Entre ellos y con su profesión: “Cuando haces lo que te gusta, te involucras tanto que se convierte en tu vida”, dice Massanet. “Ponemos mucho empeño en todo”, confirma Cobián. Como el que invirtieron en abrir su nueva tienda próxima al barcelonés paseo de Gràcia; la tercera de la marca, tras las de A Coruña y Madrid. “He invertido más energías en ella que en la casa en la que vivo de alquiler. Nos implicamos mucho, pero al final eso se transmite. Esto no es solo es ropa. Nos importa el diseño, la arquitectura, los muebles”, explica Cobián.
Su nuevo local, inaugurado en septiembre del año pasado, está concebido por el arquitecto francés Laurent Deroo, y en él, sus delicados vestidos – que rondan los 300 euros– se codean con cerámicas de artistas locales y bellas plantas. Todo respira paz.
En Masscob no entienden de prisas. “La empresa es nuestra, así que vamos poquito a poco. Pero desde el principio tuvimos claro que queríamos vender”, argumenta Cobián. Massanet añade: “Y que el producto fuera real”.
“la empresa es nuestra y vamos poco a poco, pero desde el principio tuvimos claro que queríamos vender”.
Hoy su equipo está compuesto por 30 personas. Lejos quedan las primeras incursiones en París cuando luchaban por colocar sus prendas en las tiendas que admiraban. “¡Qué viejos estamos!”, bromea Jacobo al echar la vista atrás. “Teníamos una energía. No nos paraba nada”, exclama con nostalgia Massanet. “Éramos muy inconscientes. No veíamos problemas en ningún sitio. Oye, que no tienes dinero en el banco, da igual, palante. Que no creas que han sido todo rosas, que lo hemos pasado mal. No podíamos vivir juntos porque no teníamos dinero”, dice Cobián.
La estrategia de la paciencia, nada fácil en un mundo entregado a las satisfacciones inmediatas, empezó a funcionar. “A veces otras tiendas se interesaban por nuestros diseños, pero no era donde queríamos estar. Así que a esperar. A veces podían pasar dos años hasta lograr entrar en la boutique perfecta”, explica Massanet.
“Para nosotros haber llegado donde lo hemos hecho resulta un honor, nunca lo hubiésemos imaginado. Si lo haces bien, despacio y con calma, las cosas salen”, apuntilla Cobián.
Ahora la firma se encuentra en una etapa de expansión. Pero no quieren pisar el acelerador. Aunque han mantenido conversaciones con inversores –una inyección de capital les permitiría crecer más rápido–, de momento no ha surgido la química. “Tenemos miedo. Nos hemos sentado a hablar con gente, pero no nos sentimos cómodos. Tampoco lo descartamos”, argumenta Massanet. Como toda relación que se precie, “es cuestión de feeling”.
Con la responsabilidad que conlleva una empresa que se siente como una familia, cada nueva colección busca superar a la anterior. Sus prendas atemporales, de materiales nobles y bien cortadas, que basculan entre lo masculino y lo femenino y que integran la dualidad de sus personalidades, son, para ellos, mucho más que moda. Detrás hay “una filosofía tranquila de la vida, de hacer las cosas de otra manera”, defiende Cobián. “Somos del old fashion, nos gusta el papel. Tocar, sentir”. Y aunque la industria de la moda, cada vez más veloz, les demanda más colecciones, ellos no parecen dispuestos a perder su esencia. “Hacemos dos colecciones al año y de ahí no nos movemos. Si no al final es como, perdona la expresión, cagar prendas. Hacer por hacer, ¿por qué?”.
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