Hombres: ni estamos ni se nos espera
No nos involucramos. Identificamos feminismo con una cruzada que concierne a las mujeres y, por tanto, una lucha en la que nuestro papel debe limitarse al apoyo
Hace un par de semanas salgo a la calle y me abalanzo sobre la única mesa que quedaba libre en la soleada Plaza de Olavide un domingo por la tarde. Abro el especial Mujeres de EL PAÍS SEMANAL mientras pido algo de beber y me sumerjo en la lectura. No tarda en insinuarse la frase que hizo que dejara el suplemento sobre la mesa y sacara bolígrafo y libreta: “No se puede redefinir el papel de la mujer sin redefinir el del hombre”.
Gracias, Olivia Muñoz-Rojas, por decirlo tan claro.
Me quedo pensativo, la mirada perdida en un grupo de niños que juegan al balón en el único claro de mesas, junto a la fuente. A sus espaldas, mientras celebran un gol en la portería imaginaria, ruge de pronto el surtidor y se disparan mis neuronas. “No se puede redefinir el papel de la mujer sin redefinir el del hombre”, me repito. Es una frase-detonante, uno de esos estímulos que reaccionan con una idea en gestación, precipitándola a borbotones. Fluyen desde el subconsciente las noticias y estadísticas acumuladas durante semanas —más de un millón y medio de mujeres se manifiestan contra Trump en distintas ciudades del mundo tras su nombramiento, las mujeres dominan las oposiciones de acceso a los altos cuerpos de funcionarios del Estado en nuestro país, las mayores consumidoras de cultura en occidente son las mujeres…—, discurriendo hasta conformar una imagen en mi mente, imprecisa e intuitiva, del estado actual del feminismo.
Propongo la revolución como oportunidad. Hasta la fecha, los hombres estamos desaprovechando la nuestra
Veo a un grupo de mujeres en dicha imagen. Caminan decididas, con la cabeza alta, algunas tienen el puño levantado. Hay determinación y orgullo en sus ojos, hay pasión. Hay un zumbido en el ambiente, una electricidad que se contagia. Hay ganas de trabajar, espíritu de superación, creatividad. Hablan entre ellas, tienden puentes entre sus diferencias, unen fuerzas en la consecución de un objetivo común. Distingo, entre la multitud, a algunos hombres. Pero son casos aislados. Somos pocos. Seguimos siendo pocos. ¿Dónde estamos los hombres en esta revolución que lleva décadas llamando a nuestra puerta?
Levanto la vista de la libreta y miro a mi alrededor: hay muchos hombres en la plaza: charlando, comiendo, bebiendo, riendo. Luego los hombres estamos. Pero no nos involucramos. Identificamos feminismo con una cruzada que concierne a las mujeres y, por tanto, una lucha en la que nuestro papel debe limitarse a proporcionarles apoyo. Pero antes hablaba de revolución, no de lucha. El cambio se está produciendo de raíz, es global, afecta a todos los ámbitos de la sociedad. El foro político cambia, el entorno laboral cambia, la familia cambia, las mujeres cambian. Los hombres también estamos cambiando, por mucho que nos esforcemos en ignorarlo o, en los peores casos, evitarlo.
Propongo la revolución como oportunidad. Hasta la fecha, los hombres estamos desaprovechando la nuestra. Nos comportamos como asistentes a una función de la que, en verdad, también somos protagonistas. Y mientras observamos a las mujeres transformarse allá a lo lejos, en el escenario, dejamos escapar nuestra oportunidad de hacer lo mismo. Debemos comprender que no se trata de acompañar a las mujeres, sino de unirnos en la creación de una sociedad más igualitaria y justa, de salir al escenario y exponernos al cambio, de abrazar una transformación que también nos concierne. Solo así podremos aportar nuestra particular sensibilidad y visión del mundo a la misma. No solo es nuestra responsabilidad; también es nuestro derecho.
Álvaro Fernández de la Mora es doctorando en Leyes en la Universidad de Oxford.
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