Querido cuerpo
TENGO ALGO MUY importante que decirte y no sé cómo te va a sentar. Es posible que lo tomes como una traición, después de tantos años, y que me taches de egoísta, incluso de insensible, pero no podrás negar que nuestra relación se ha consolidado gracias a la sinceridad de la que no voy a prescindir ahora. Necesito que me comprendas. Tal vez me baste solo con eso para seguir adelante.
Pronto hará medio siglo que nos conocemos. Es mucho tiempo, aunque se me ha pasado volando, tengo que reconocerlo. Cinco décadas. Cincuenta años. Amándote y odiándote. Soportándote y disfrutándote. Cuidándote y, a veces, maltratándote, lo sé. No he conocido a nadie en mi vida mejor que a ti. Dudo que exista una relación más estrecha que la que hemos mantenido y mantenemos tú y yo. Te he observado cada día, viendo cómo cambiabas y aun ahora me sigues provocando la misma curiosidad que al principio. Cada día descubro algo nuevo en ti, como si te acabara de conocer. Cada día te miro y me digo que me resultas familiar y diferente. Admito que eres una mezcla continua de recuerdo y novedad: reconozco cada línea, marca, cicatriz, mancha y pliegue y le pongo fecha y evoco su historia; y me sorprendo con un escalofrío al distinguir esa vena que ayer no existía, esa textura que ayer era más fresca. A veces me alegro de verte y a veces te tengo miedo: eres reina o monstruo; elegante cuando te lo propones u hostil cuando me muestras el horror y la decrepitud.
Pronto hará medio siglo que nos conocemos. Es mucho tiempo, aunque se me ha pasado volando, tengo que reconocerlo.
Ambos teníamos unos ocho o nueve años cuando nos conocimos. Antes nos habíamos visto por ahí, pero no nos habíamos prestado mucha atención. De repente, te convertiste en mi inseparable compañero, en mi amiga del alma. Siempre juntos, tratando de caminar en la misma dirección. Desde el principio nos entendimos bien: te alimentaba y crecías; hacía ejercicio y te fortalecías; íbamos de fiesta y aguantabas como el que más. Luego te presenté a otro como tú y aliviaste tu soledad; aceptaste transformarte, hincharte y cansarte para dar vida a otros como tú y lo hiciste bien. Sé que siempre has hecho todo lo posible por mantenerme contenta.
Sin embargo, ahora tengo la sensación de que algo está cambiando. Nuestros caminos comienzan a separarse. Yo aún deseo la luna, la noche, el baile y la hoguera, pero tú quieres el sol, el día, el paseo, la manta. Te me estás volviendo perezoso, pálido, azulado. Te me estás arrugando. Tienes palpitaciones y sudores. Te me estás acobardando. Yo soy joven y tú ya no. Y no lo puedo soportar. Tenía que decírtelo. Perdóname.
Te he sido fiel, querido mío, aunque en más de una ocasión te hubiera cambiado por otro –más bajo, más tostado, menos grueso, con huesos más finos…–. A partir de ahora, si hemos de continuar juntos hasta la muerte, no sé cómo nos vamos a entender. De verdad, no quisiera que esto fuera el final de nuestra larga y fructífera relación, pero, sinceramente, ignoro cómo lo vamos a poder solucionar. Te amo cuando me amas; te odio cuando me dueles. Y me duele odiarte. Y por eso sufro. Mucho.
Me gustaría conocer tu opinión. ¿Es solo cosa mía o tú también percibes estas diferencias? ¿Podremos, de algún modo, salvarlas? Por favor, sé sincero. Espero tu respuesta.
Con todo mi amor. Luz.
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