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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
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Addis Abeba

Urbanización o muerte

La violencia que emerge de las tensiones entre población y desarrollo urbano pone en duda el supuesto esplendor de la capital etíope

Soldados etíopes tratan de parar una protesta durante el estado de emergencia declarado en la ciudad de Bishoftu, en la región de Oromia.
Soldados etíopes tratan de parar una protesta durante el estado de emergencia declarado en la ciudad de Bishoftu, en la región de Oromia. STR (AP)
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A pesar de que su población urbana no supera el 19%, Etiopía es uno de los países donde la urbanización se está desarrollando de una forma más acelerada. Y como en otras partes del plantea, este proceso no está exento de tensiones políticas, económicas y sociales muy graves.

Junto con Ruanda, Etiopía es considerado como un paradigma de desarrollo bajo un Gobierno represivo y centralizado. Paradigma que pone, a menudo, en entredicho la gestión de gobiernos africanos más democráticos. Sin embargo, ya no se trata de cuestionarse moralmente si el modelo de desarrollo es o no es ético. Cuando se analiza la urbanización y el desarrollo alcanzado por Addis Abeba o Kigali, la cuestión es: ¿son estas ciudades sostenibles a largo plazo?

Addis Abeba, con una población de alrededor de 4 millones de habitantes, es una de las ciudades africanas más prometedoras y con más potencial para atraer a los inversores extranjeros . Ya se ha mostrado pionera en la construcción de infraestructuras urbanas como el primer tren ligero del África Subsahariana, inaugurado en 2015. Una muestra del liderazgo chino en la construcción de infraestructuras en África.

Sin embargo, en sus tierras circundantes, cada vez más amenazadas por la presión que la capital ejerce para su crecimiento, la violencia se ha convertido en una de las consecuencias más fatídicas del fenómeno de la urbanización. 

Desde abril de 2014, manifestaciones contra los planificadores públicos que habían diseñado un plan maestro para el futuro de Addis -ciudad fundada en 1886 por el emperador Menelik II-, desataron disturbios en la capital. Las protestas se expandieron rápidamente, y las fuerzas de seguridad respondieron con brutalidad, cosa que no hizo más que avivar las calles, donde se multiplicaron las protestas. Desde entonces, la dureza estatal contra escolares, estudiantes y campesinos desarmados, provocó una escalada de violencia sin precedentes en Addis y otros centros urbanos de Etiopía como Gondar. Ya son varios cientos de fallecidos, en su mayoría adolescentes y estudiantes, los que han muerto en manos de la desproporcionada acción de las fuerzas de seguridad nacionales, tal como denuncia Human Rights Watch.

Los activistas y los universitarios más críticos viven hoy una auténtica caza de brujas, ya que, la policía rastrea a los sospechosos casa por casa y detiene a los disidentes y a cualquier familiar o amigo que les de cobijo. El número de desaparecidos sigue creciendo, y hay denuncias de ejecuciones extrajudiciales por parte de organizaciones para los derechos humanos y la sociedad civil.

Los oromo, que representan entre un 35 y un 40% de la población etíope, o los amhara, el segundo grupo étnico más extenso del país, se encuentran en el epicentro del conflicto, siendo las comunidades más castigadas por el monopolio de la violencia ejercida por el estado etíope. Su lucha, puesta en la arena mediática por el maratonista oromo Feliya Lilesa en las últimas olimpiadas de Río de Janeiro, es una de las más perseguidas por el estado etíope, de mayoría tigrinya —el 6% de la población—.

Aunque los factores de la actual crisis son multicasuales, el detonador de la actual situación es la expansión de Addis Abeba, que provoca el desplazamiento forzoso de miles de personas, de las que se están vulnerando los derechos fundamentales. Las reivindicaciones por parte de la población etíope: pluralismo político (el Frente Democrático Revolucionario Popular de Etiopía lleva 26 años en el poder), inclusión étnica y fin de la impunidad a las detenciones, represiones y asesinatos.

Cuando la dicotomía es urbanización o muerte, el modelo de desarrollo queda desacreditado por sí mismo. Como afirmaba en una rueda de prensa preparatoria para la última reunión de ONU Habitat en Quito, Ecuador, el director ejecutivo de este organismo de las Naciones Unidas, Joan Clos: "Gran parte del éxito para alcanzar las metas de la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 dependerá de la construcción de ciudades sostenibles, como está en el Objetivo 11: crear ciudades y asentamientos urbanos inclusivos, seguros, resistentes y sostenibles". Addis Abeba no parece haber escogido el camino adecuado para hacer del desarrollo un motor para la inclusividad, la resiliencia o la sostenibilidad urbana.

Mientras el país goza de una vertiginosa tasa de crecimiento del 11%, este desarrollo económico no ha conseguido eliminar la pobreza, que azota a un 25,7% de la población urbana. Además, entre un 70 y un 80 por ciento de etíopes residen en tugurios urbanos (barridos del centro de la capital etíope por el gobierno para conseguir una buena imagen de la ciudad), y solo el 27% de la población urbana cuenta con servicios de saneamiento. Las evidencias empíricas sugieren que el modelo de crecimiento impulsado por el gobierno, no solo está vulnerando los derechos humanos, sino que además, es insostenible a medio y largo plazo.

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