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CLAVES
Columna
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Candidatos líquidos

Algunos políticos se mantienen amenazando con partir; otros, al irse, dejan clara la gran pérdida que sufriremos sin ellos

Máriam Martínez-Bascuñán
Jean-Christophe Cambadelis declara vencedor de las primarias a Benoit Hamon.
Jean-Christophe Cambadelis declara vencedor de las primarias a Benoit Hamon. CHRISTOPHE PETIT TESSON (EFE/EPA)

Francia se ha convertido en la metáfora del virus de la incertidumbre. El contexto de inestabilidad política afecta especialmente a la volatilidad de los candidatos, que aparecen y desaparecen en su peculiar bazar de disfraces. El rebelde Hamon se impuso sobre el oficialista Valls, quien había quitado de en medio al consumado Hollande. En la derecha, el ganador fue el inesperado Fillon, imponiéndose al moderado Juppé en la reñida disputa que dejó fuera de juego al resucitado Sarkozy. Veremos qué margen de maniobra queda en el centro, tras su escándalo financiero, para el independiente Macron.

Lo decía el viejo Bauman: “La muerte se convierte en algo temporal que sólo está vigente hasta nuevo aviso”. La defunción política dura lo que se tarda en regresar. Aumenta la tendencia de los candidatos a ser efímeros, aunque su fugacidad implica en realidad una perenne discontinuidad. No están, pero no abandonan, y al reaparecer su máscara es otra: vengadores, salvadores, adanistas, izquierdistas, antiestablishment, jacobinos, víctimas o animadores. Algunos se mantienen amenazando con partir; otros, al irse, dejan clara la gran pérdida que sufriremos sin ellos. El reverso de esta política de candidatos líquidos es económico: produce votantes ávidos de consumir aspirantes.

También lo advirtió el perspicaz sociólogo: jamás se ha sentido tan urgentemente el impulso de elegir. El militante muda en homo eligens y convierte la democracia en un fetiche de la selección: él, antes que nada, es fuente de poder, y eso le hace soberano. Lo crucial en dicha soberanía es elegir. Juzgar políticamente las situaciones (atender con prudencia a las consecuencias de la elección) pasa a un segundo plano. La soberanía electiva localiza en un solo punto la tendencia que representa el candidato. Tal etiqueta nos tranquiliza: evitamos pensar en términos de contradicciones, dudas o tensiones y, por tanto, de dilemas políticos. Las incomodidades que abrumaban al homo eligens se diluyen al creer que nunca se equivoca porque siempre “gana la democracia”, exigiendo que esté ahí para nosotros, aunque nosotros dejemos de estar ahí para ella. @MariamMartinezB

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