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‘El mundo perdido’ de Arthur Conan Doyle está en peligro por el turismo

Los científicos alertan de la colonización de plantas invasivas en la cima del Roraima

El tepui Roraima recibe entre 3.000 y 4.000 visitantes al año.Vídeo: El País Vídeo

Los tepuyes del Escudo del Guayana, un grupo de montañas de una gran sabana de más de un millón de kilómetros cuadrados situado en el norte de Sudamérica, están en peligro por el turismo. Así lo afirma un equipo de científicos que lleva trabajando en la zona desde 1984. Estas montañas han sido inspiración tanto de la literaura, con El Mundo Perdido de Arthur Conan Doyle, como del cine, con la película de Píxar UP. Para los investigadores, estos tepuyes son auténticas joyas para estudiar el origen y la evolución de sus ecosistemas. Los tepuyes son un paraje muy remoto en el que todo ha evolucionado por sí mismo, sin la intervención del hombre. Ahora, una serie de plantas invasivas introducidas por el hombre amenaza con desplazar y extinguir las especies autóctonas, por lo que los científicos reclaman un plan inmediato para restringir el acceso a las montañas y así proteger la biodiversidad de la región del Guayana.

Los tepuyes son montañas altas con forma de mesetas, cimas planas y paredes verticales y en total hay unos 60

En total hay unos 60 tepuyes que abarcan varios países latinoamericanos, lo que dificulta la gestión y conservación del entorno. Los tepuyes son montañas altas con forma de mesetas, cimas planas y paredes verticales. Se trata de uno de los lugares más antiguos de la tierra, con dos mil millones de años de antigüedad, del periodo precámbrico. Y a pesar de su antigüedad, es uno de los lugares mejor conservados. Debido a las paredes verticales que dificultan el acceso a las montañas, las cimas se encuentran casi intactas a las acciones de los humanos. De hecho, de los 60 tepuyes que existen, tan solo se puede subir a dos, al Roraima y el Ayantepui. Por este motivo, el turismo nunca ha sido una gran preocupación para los científicos porque el impacto del hombre sobre el entorno era muy bajo, si se piensa en términos generales.

Pero esto ha cambiado. En 2010, un equipo de investigadores descubrió la presencia de 13 plantas invasoras en la cima del Tepui. Esas plantas no pertenecían ni al Roraima, ni a ningún otro Tepui y dos de ellas son especialmente agresivas, las gramíneas Polypogon elongatus y Poa annua. En aquel momento no se le dio mucha importancia, pero en una visita posterior los investigadores han comprobado mediante un estudio profundo y detallado que esas plantas ya se han extendido por varios puntos de la cima del Tepui y es a partir de este momento, cuando van a empezar a expandirse. “El problema de las plantas invasoras es que crecen más rápido que las autóctonas, a las que desplaza y el peligro es que se pueden extinguir”, explica Valentí Rull, del Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera-CSIC y uno de los científicos del estudio junto a Teresa Vegas y Elisabet Safont, de la Universidad de Barcelona. Los resultados de la investigación se han publicado en la revista Diversity and Distribution.

Vista aérea del tepui Roraima.
Vista aérea del tepui Roraima.Hermes Images/AGF/UIG (Getty Images)

“Ahora mismo podemos cogerlo a tiempo, pero hay que actuar ya, con urgencia”, advierte Rull. La zona de los tepuyes cuenta con una protección legal muy amplia. La Gran Sabana es patrimonio natural de la Humanidad y sobre el papel existen varias figuras para protegerlo, como el Parque Nacional Canaima. Pero la realidad, según señala el investigador es que son leyes vacías. Al tratarse de una zona tan grande, la Gran Sabana abarca el territorio de varios países lo que dificulta la creación de planes de gestión y conservación de los tepuyes. “Existe un organismo, el Fondo para la Protección del Guayana (GSF, por sus siglas en inglés), en el que están representados todos los países de la zona y que además tiene bastantes recursos para hacerse cargo de la conservación, pero su ámbito de actuación es limitado”, cuenta Rull.

El problema de las plantas invasoras es que crecen más rápido que las autóctonas, a las que desplaza y el peligro es que se pueden extinguir

Los científicos reclaman dos medidas principales. La primera es un plan urgente que restringa el turismo al Roraima y al Ayantepui. Que ese plan determine quién puede subir, a qué y en qué condiciones. Y la segunda es un plan de actuación completo y a largo plazo por parte de un organismo internacional como el GSF. “Es una zona demasiado importante como para dejarla en manos de un solo país”, cuenta Rull. Pero los investigadores también admiten que esto es muy complicado porque la mayor parte de los tepuyes, unos 50, están en suelo venezolano. “Ellos protegen su territorio y no quieren que nadie gestione lo que es suyo”, explica Rull. El problema, según el científico, es que Venezuela no tiene infraestructuras suficientes para conservar los tepuyes. “De lo que hay que convencerles es de que se trata de una ayuda y no de una invasión”, señala.

Rull lleva trabajando en los tepuyes desde hace más de 30 años. Su equipo empezó a investigar el origen y la evolución de la biodiversidad en las cimas de estas particulares montañas que por su belleza y su singularidad han servido de inspiración tanto a la literatura como al cine. Arthur Conan Doyle ambientó su novela El Mundo Perdido en este lugar y uno de los tepuyes era la meta que debía alcanzar el protagonista de la película de Pixar UP. Pero toda su belleza es superficial en comparación con el valor ecológico que tiene para los científicos. “En Europa, por ejemplo, es imposible estudiar cómo sería la biodiversidad sin la intervención del hombre”, cuenta Rull. “En los tepuyes, en cambio, podemos observar de primera mano ecosistemas naturales que jamás han sido modificados por el hombre. Esto es único y lo podemos perder”, explica Rull.

La mayor parte de los tepuyes están en suelo venezolano. El problema es que Venezuela no tiene infraestructuras suficientes para conservar los tepuyes

En 2003, el motivo de estudio de Rull y su equipo cambió. El conocimiento del cambio climático les llevó a intentar aplicar los conocimientos que habían adquirido sobre los tepuyes a su conservación. Establecieron el Roraima como el campo de estudio principal porque es el que mejor está estudiado y fue entonces cuando comenzaron a ir de forma más sistemática. “Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que el impacto del turismo era mayor del que pensábamos”, explica.

El Roraima recibe entre 3.000 y 4.000 visitantes al año. El Gobierno Venezolano ha realizado en más de una ocasión tareas de limpieza en el Tepui y en la última batida, en 2014, los voluntarios retiraron de allí más de una tonelada de basura. Pero esto ni siquiera había supuesto un verdadero peligro para la biodiversidad hasta que han aparecido las especies invasoras que amenazan con extinguir parte de la diversidad del Roraima y por extensión, del resto de los tepuyes. La solución a este problema sería sacar de allí a todas las invasoras, pese a que esta medida resulte muy impopular, tal y como reconoce Rull.

El Gobierno Venezolano ha realizado tareas de limpieza en el tepui en 2014 y los voluntarios retiraron de allí más de una tonelada de basura

Pero el peligro no acaba aquí. Hay otro problema pero en esta ocasión, para los habitantes indígenas de las faldas de las montañas. La presencia de una bacteria fecal humana, la Helicobacter pylori, en las zonas próximas a los campamentos ha puesto en alerta a los científicos. Se trata de una bacteria que afecta a alrededor de una 50% de la población mundial, pero que en esta zona tiene una prevalencia muy baja, entorno al 11%. Pero la presencia de esta bacteria en los lugares de los que se abastecen todas estas poblaciones indígenas puede convertir el lugar en un auténtico pozo de infección. “Y todas las aguas de las cimas de las montañas van después a los ríos Orinoco y Amazonas por lo que buena parte de ambos ríos, se pueden contaminar con la bacteria”, cuenta Rull.

Por todos estos motivos, los científicos reclaman un plan de medidas urgentes que regule el turismo. “Y luego vigilar que eso se cumpla, porque también hay mucho turismo ilegal y mucha corrupción”, cuenta Rull. El investigador explica que hay mucha gente que va a practicar deportes de riesgo, sin ningún tipo de permiso, pero pagan y hacen lo que quieren. Mientras que ellos, para ir, tienen que meterse en un proceso burocrático de dos años y en algunos casos, después de ese tiempo, ni siquiera les dan el permiso. “Esto es muy contradictorio. Porque los que vamos allí a investigar cómo conservarlo tenemos más limitaciones que aquellos que van y no sienten ningún respeto por el entorno”, concluye Rull.

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