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Turismo para cerrar las heridas de la guerra

Hasta hace siete años, el conflicto armado impedía visitar regiones enteras de Sri Lanka. Hoy el país explora vías para abrirse a los viajeros respetando su esencia

Elena G. Sevillano
Una turista fotografía estatuas de Buda en un templo de Colombo, capital de Sri Lanka.
Una turista fotografía estatuas de Buda en un templo de Colombo, capital de Sri Lanka. DINUKA LIYANAWATTE (REUTERS)

Los recuerdos de Siva Kajeeban sobre la guerra civil que asoló su país, Sri Lanka, son algo borrosos, como corresponde a las vivencias del niño de 10 u 11 años que era durante lo más crudo del conflicto. “Recuerdo cómo mis padres nos iban moviendo a mí y a mis hermanos constantemente de un sitio a otro por culpa de los combates y los bombardeos. Durante algo más de un año vivimos en un campo de refugiados. Fue una época muy oscura, nadie tenía esperanza”, cuenta en su lengua materna, el tamil.

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Aquella época de desesperanza, durante la que perdió a varios miembros de su familia –tíos y tías--, acabó en 2009, cuando el ejército srilankés derrotó definitivamente a los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (LTTE), más conocidos como los tigres tamiles, la organización que sembró el terror en todo el país con constantes ataques, muchos de ellos suicidas. Las más de dos décadas de conflicto étnico dejaron entre 80.000 y 100.000 víctimas. Más de 200.000 tamiles abandonaron el país.

Kajeeban, que hoy tiene 23 años, consiguió ir a la escuela técnica y terminó un curso de ingeniería civil, pero pasaban los meses y no encontraba trabajo. Su familia, natural de Jaffna, al norte del país, tiene pocos recursos. Le apremiaba poder ayudarles, pero las oportunidades aún son escasas en la región más castigada por la guerra y con un índice de pobreza que supera la media nacional. Un día, viendo la televisión, le llamó la atención el anuncio de unos cursos gratuitos para formarse en hostelería.

La cadena de hoteles Jetwing lleva desde 2006 dando formación a jóvenes de zonas rurales donde va a abrir un nuevo establecimiento. Ya van cinco, tras los cuales han contratado a los alumnos. El anuncio llevó a Kajeeban a apuntarse, terminó el curso, y ahora trabaja en mantenimiento del hotel Jetwing Jaffna, que se inauguró en abril pasado.

“El turismo está empezando a llegar a las zonas donde hubo guerra”, relata, con la traducción al inglés de otro empleado del hotel. “No todo el mundo estaba dispuesto a aceptarlo. La cultura es muy diferente. Pero los hoteles y la llegada de viajeros han significado más oportunidades de trabajo para los jóvenes y para mejorar la economía local. Muchos de mis amigos ahora ven posibilidades de futuro donde antes no las había”.

La zona norte, especialmente la península de Jaffna, y la costa este, con pueblos de pescadores bellísimos como Trincomalee, fueron terreno vedado para los turistas hasta 2009. No solo por el peligro que suponían los Tigres Tamiles; también porque el Gobierno, que no podía garantizar la seguridad de los viajeros, prohibía el acceso a estas zonas. Y por si la guerra no hubiera hecho suficiente para demoler la incipiente industria turística del país, el tsunami de 2004 en el Océano Índico barrió la costa este y sur de Sri Lanka y acabó con lo poco que quedaba en pie. 

Turistas extranjeros pasean por una playa a las afueras de Colombo (Sri Lanka) el pasado 3 de julio.
Turistas extranjeros pasean por una playa a las afueras de Colombo (Sri Lanka) el pasado 3 de julio.LAKRUWAN WANNIARACHCHI (AFP)

El fin del conflicto supuso el inicio de la recuperación de una industria con la que el país espera contribuir a cerrar las heridas y devolver la actividad económica a zonas deprimidas. Por eso la Organización Mundial del Turismo (OMT) escogió Sri Lanka para celebrar una conferencia en julio pasado con el título Turismo: un catalizador para el desarrollo, la paz y la reconciliación. Passikudah, un pueblo de pescadores con una de las mejores playas del país, fue el lugar escogido para dar a conocer las experiencias de otros países que también se han abierto al turismo después de conflictos armados.

Que Passikudah y todo el norte y el este del país están dejando atrás los tiempos de la guerra se hace evidente nada más ver la hilera de flamantes hoteles construidos junto a la playa. Hace unos años solo los barcos de los pescadores ocupaban la arena dorada. También las cifras dan cuenta de la rápida recuperación turística del país tras el fin de las hostilidades. En 2009 lo visitaron 448.000 personas. Dos años después, casi el doble: 856.000. En 2015, según datos de la Oficina de Turismo de Sri Lanka, ya fueron 1,8 millones de visitantes y este año esperan llegar a 2,5 millones.

Heridas sin cicatrizar

Pese a las cifras espectaculares, a Sri Lanka aún le queda trabajo por hacer si quiere que los beneficios del turismo lleguen por igual a todos sus habitantes. Tal y como recuerda Vinya Ariyaratne, secretario general del movimiento Sarvodaya Shramadana, el turismo “debería contribuir a cerrar las heridas, pero no hay que olvidar que esta es una sociedad que ha vivido en guerra hasta hace muy poco tiempo”. “Muchas heridas aún no han cicatrizado: no olvidemos que el conflicto terminó por la fuerza, por la vía militar”, añade.

Por eso, en su opinión, la industria debe asegurarse de integrar a los jóvenes en el proceso. “Hay que intentar que no se sientan atraídos por movimientos violentos, y para eso no hay nada mejor que darles salidas profesionales”, asegura. “El turismo está transformando la vida de los ciudadanos”, señala el ministro de Desarrollo turístico y asuntos religiosos de Sri Lanka, John Amaratunga. “Hay trabajo en los hoteles, en empresas que les suministran, en negocios de artesanía, en los transportes… Para nosotros el turismo ahora mismo es una prioridad, y queremos que los jóvenes se formen para formar parte de esta industria”, añade.

El presidente del Instituto internacional para la paz a través del turismo (IIPT, en sus siglas en inglés), Louis D’Amore, añade que una de las claves para el éxito de la apertura al turismo es dar protagonismo a todos los implicados, especialmente a los habitantes de las zonas en las que se desarrolla. “Las comunidades tienen que sentir que son capaces de gestionar sus propios negocios en ese nuevo contexto”, afirma.

Turistas frente al templo Nallur Kandaswamy, en Jaffna (Sri Lanka), el pasado julio.
Turistas frente al templo Nallur Kandaswamy, en Jaffna (Sri Lanka), el pasado julio.E. G. S.

La participación de las comunidades locales fue uno de los puntos controvertidos de la conferencia celebrada en julio. La prensa local dio voz a una asociación de pescadores de Passikudah que no se había sentido representada. “El turismo debería ayudarnos a mejorar nuestros medios de vida tradicionales, pero no es así. Solíamos pescar en el lugar que ahora ocupan los hoteles. El agua está en calma allí y teníamos sitio suficiente para dejar las embarcaciones a 300 metros de la playa. Ahora nos vemos empujados hacia una zona de atraque más estrecha y con el mar más bravo”, dijo al Daily FT el presidente de una de las cofradías.

El activista srilankés Ruki Fernando relató asimismo que la mayoría de trabajadores de los grandes hoteles no son de los pueblos de alrededor y que los establecimientos apenas compran suministros a los negocios locales. Los pescadores, según otros medios, amenazaron con manifestarse frente al hotel en el que se celebraba la conferencia porque no habían sido invitados. En los últimos meses las organizaciones ecologistas han denunciado que la presión urbanística de las nuevas construcciones hoteleras pone en riesgo las tradicionalmente prístinas aguas de las playas cercanas a la capital, Colombo.

Durante el encuentro, sin embargo, sí hablaron invitados que alertaron sobre los peligros de un crecimiento turístico que no tenga en cuenta a las comunidades locales. Como P. S. M. Charles, secretaria del distrito de Batticaloa (al que pertenece Passikudah), que insistió en que los resorts no deben convertirse en enclaves sin relación alguna con el entorno y en que no se debe caer en la trampa de poner una nueva etiqueta al mismo turismo de masas poco respetuoso con el medio ambiente que ha echado a perder otras regiones.

La experiencia de Camboya y Jordania

La conferencia también permitió conocer las experiencias de otros países azotados por la guerra, como Camboya. Chantha Tith, viceministro de Turismo, empezó su intervención así: “A diferencia de Sri Lanka, que conservaba parte de su industria turística de antes de la guerra, cuando la nuestra terminó no teníamos absolutamente nada”. La guerra civil camboyana terminó en 1975 y el país decidió abrirse al turismo empezando en primer lugar por los camboyanos que vivían en el extranjero. El país inició un programa, llamado Welcome Home, con el que permitía las visitas sin visado. A algunos de aquellos primeros turistas camboyanos les formó como guías y se quedaron, explicó Tith.

En Jordania, la gestión de su gran atractivo turístico, la ciudad de Petra, también generó tensiones en el pasado, como relató la princesa Dana Firas, presidenta del consejo de administración del Petra National Trust. Firas habló de la “tensión palpable” entre las tribus de los seis pueblos de Petra. El de Wadi Musa, por proximidad y mayor desarrollo económico, siempre se benefició en mayor medida de la llegada de visitantes, lo que dejó en un segundo plano a los Bdul, los habitantes originarios de las cuevas de Petra.

En 1990 se produjo un enfrentamiento armado entre ambas. “El Petra National Trust realizó una serie de encuestas oficiosas que sugieren que, cuando el turismo no se gestiona bien, las tensiones en la sociedad se mantienen, la identificación de las comunidades locales con su patrimonio se debilita, las prácticas responsables con respecto a los sitios de interés turístico se resienten y los valores y la cultura local se ven afectados”, señaló durante su discurso.

El secretario general de la OMT, Taleb Rifai, alabó el trabajo hecho en Sri Lanka desde el final de la guerra. “La sociedad actual se enfrenta a un déficit de tolerancia. El turismo une a las personas, nos ayuda a abrir la mente y el corazón”, aseguró. “Sin embargo, para consolidar la paz, necesitamos brindar a la población oportunidades para labrarse un futuro mejor; generar puestos de trabajo y darles esperanza”. Para Siva Kajeeban, el operario de mantenimiento del nuevo hotel de Jaffna, así ha sido. En el futuro se verá si el resto de la comunidad local también se beneficia.

Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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