Jaque al hedonismo
En la semana de la moda de París, firmas como Dries Van Noten o Maison Martin Margiela muestran un deseo de trascender lo frívolo
El jueves por la noche, mientras se cerraban las urnas del Brexit, el belga Dries Van Noten mostraba en París una colección inspirada por lo más inglés del mundo: una casa de campo. No una grandiosa como de serie televisiva sino Kelmscott Manor, el recoleto refugio del fundador del movimiento Arts and Crafts, William Morris. "Es una oda a los libertarios, a los utópicos, a los artesanos, al arte textil y cerámico", decían las notas del desfile.
Será difícil que el cliente final tenga tan altos pensamientos cuando vea la colección en una tienda dentro de seis meses, pero el espectáculo de Van Noten no sólo era loable estética o artesanalmente. Las prendas, amplias, en ocasiones recias y combinadas con descuido grunge, pintaban un cuadro de inconformismo estético que subraya la necesidad de que la moda no sólo sea una cinta transportadora de bonitos productos vacíos.
En varias de las colecciones del próximo verano que hemos visto en París discurre esta misma corriente de crudeza. Pero no agresiva sino más bien melancólica, sobre todo en las casas de origen belga. La mañana del viernes, Maison Martin Margiela, la firma de moda que fundó la vanguardia fashion tal y como la conocemos (con permiso de los japoneses), desfiló con prendas que eran un homenaje a sus raíces conceptuales. Había chaquetas dadas la vuelta, camisetas-minifalda, jerséis raídos y seda estampada que conseguía no ser cursi; nada que no hubiera hecho el fundador, hoy retirado, pero solventemente reinterpretado por el equipo de diseño que lo ha sucedido.
Otro de sus discípulos, Demna Gvasalia, abrió la semana de desfiles con su primera colección para Balenciaga con la lección bien aprendida. Entre las chaquetas de proporciones exageradas, pantalones estrechísimos y bombers reconstruidas, había pocas concesiones a lo canónico en su propuesta. Algo parecido pasó en Ann Demeulemeester. Su heredero, Sébastien Meunier, unió punk y poesía con tachas y transparencias, blusas abullonadas como de príncipe renacentista y sastrería militar. Blanco, negro y un eslogan: "I'm red with love" (algo así como "rojo de amor" en español). Incluso Louis Vuitton introdujo referencias al punk, ese movimiento que canalizó el descontento del final de los años setenta, aunque fuera pasado por un lujosísimo safari keniata (nobleza obliga).
Tal vez sea sugestión toda esta presunta melancolía, sobre todo por culpa de un Brexit que se ha desplomado sobre una industria que se nutre de la movilidad del talento entre Londres, París y Milán (y de la ausencia de aranceles intracomunitaria). Es posible que lo único cierto es que existen ciclos y, pasada la tendencia aspiracional (ya saben, el brillo y la pretensión de estatus), toca lo conceptual. La moda suele ser frívola a la hora de empatizar con lo que ocurre a su alrededor y, de hecho, se suele apuntar a algunos carros tarde y mal, pero la violencia homófoba, el terrorismo y, en definitiva, el riesgo de estar presenciando del fin del mundo tal y como lo conocemos, son razones suficientes para que un diseñador tenga deseos de trascender. Aunque sea haciendo una chaqueta con el forro roto.
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