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El negro más negro

Anthropométrie (Ant 5), 1962, de Yves Klein.
Anthropométrie (Ant 5), 1962, de Yves Klein.Nani Gutiérrez

EN UN SIGLO jalonado por los descubrimientos –la aspirina, la fotografía, las leyes de la termodinámica– como el XIX destaca la figura del pintor obsesionado con reproducir la luz del sol. Pissarro, Monet, Degas, Van Gogh, y antes Turner y Delacroix, intentaron recrear la vibración del color en la naturaleza, pero los pigmentos de que disponían eran demasiado limitados. En consecuencia, abandonaron la idea de imitar los colores y plasmaron la impresión que estos les provocaban. A veces tenían que hacer esfuerzos extraordinarios para lograrlo: caminar para alcanzar las luces del norte, bordear acantilados o desafiar los elementos atmosféricos como si lucharan contra gigantes.

La tecnología química salvó muchas vidas. Los hallazgos de los nuevos alquimistas ampliaron la escala y la nomenclatura de los colores que se ubicaban entre la luz y la oscuridad. Si el color blanco de los impresionistas estaba siempre fragmentado en sus componentes espectrales, el negro representaba su opuesto, la saturación de todos los colores. Renoir solía decir que no existían las sombras negras, ¡antes un violeta, el complementario del amarillo de la luz del sol! Y Monet insistía en obtener la atmósfera más profunda y sombría a partir de colores intensos y puros.

En 1955, Yves Klein inició su etapa monocroma, que culminó con el descubrimiento que hizo, junto al fabricante de reactivos químicos Édouard Adam, de un azul ultramar que patentaría cinco años después como Azul Klein Internacional. Lo que al artista francés le admiraba no era la excelencia del material resultante, una textura mate y aterciopelada que parecía dar vida a sus obras, sino algo más abstracto: el logro de un color que transformaba la obra en un objeto metafísico. Klein pintó muchos lienzos iguales, todos tenían un precio diferente en función de “la intensidad del sentimiento invertido en su ejecución”. Era su manera de librarse de quienes pretendían “corromper la autenticidad de la idea pura”.

En la misma línea conceptual, el artista angloindio Anish Kapoor ha comprado los derechos de un color. En realidad, de un no color, el Vantablack, la sustancia más oscura que se conoce. El pigmento, desarrollado por la firma Surrey NanoSystems, absorbe el 99,96% de la luz gracias a un sistema de microtubos que hace que rebote entre ellos y nunca llegue a reflejarse. Kapoor, que como buen orientalista acostumbra a utilizar colores fuertes y luminosos, empleará este negro solo en sus esculturas: el documento de compra incluye una cláusula por la que no podrá utilizarlo con fines que no sean artísticos.

La adquisición ha suscitado las críticas de otros creadores, que argumentan que un artista no puede monopolizar un color, por mucho que Kapoor sea en estos momentos el más indicado, como apunta el crítico Jonathan Jones en The Guardian, para experimentar con la profundidad y oscuridad del Vantablack.

A los coleccionistas, en cambio, no parece que les vaya a importar esta apropiación. Según explica el ensayista y artista escocés David Batchelor en Cromofobia, el blanco titanio, un invento del siglo XX, es, a su pesar –en el libro arremete contra el gusto incoloro y minimalista de los compradores de arte–, el principal pigmento de nuestro tiempo. “El anfitrión tenía todo muy limpio y ordenado. Las paredes pintadas con un tipo de blanco que es más que blanco y que repele todo lo que es inferior a él, y casi todo lo es”.

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