Misión: sobrevivir al parto
Este hospital de unos religiosos escoceses lleva más de un siglo mejorando la salud materna en Malawi
Tïwonge Kondowe sostiene a su niña de una semana en brazos. Con tan solo 21 años de edad ya ha dado a luz tres veces y asegura que ésta no será la última. Llegó a la misión presbiteriana de Livingstonia en una ambulancia que la recogió cerca de su casa unos días antes del parto, en una ruta habitual para prevenir que las madres paran en sus casas sin equipamiento médico. Menos suerte corrió su compañera Chifundo Mbewe, de veinticinco años, que tuvo que andar más de una hora cuando ya tenía contracciones. “Casi doy a luz en el camino. Cuando llegué aquí, el bebé ya tenía la cabeza fuera”, reconoce la joven aún ingresada en el hospital que los misioneros escoceses fundaron en 1910 en un altiplano de 900 metros de altura, al norte de Malawi.
Según un estudio reciente publicado por la Revista Africana de Obstetricia y Salud de la Mujer, las mujeres que dan a luz en Malawi tienen 14 veces más probabilidades de morir en el parto que las mujeres en los países occidentales. Siendo uno de los países con el PIB más bajo del mundo, casi el 70% de los malauís viven por debajo del umbral de la pobreza, y con unos niveles de educación secundaria de adolescentes y mujeres muy bajos. “No sabía que el parto pudiera suponer una amenaza tan grave para mi salud”, expresa Esther Kasambala, madre primeriza de veinte años ingresada en el pabellón materno de la misión. Como ella, miles de chicas y mujeres de la zona rural, donde actualmente viven el 84% de los malauís, ven su salud y la de sus bebés condicionada por la distancia que las separa de los hospitales.
“Muchas embarazadas llegan aquí cuando casi han parido. Algunas se presentan directamente con sus bebés a cuestas habiendo dado a luz por el camino. Pero a pesar de todo, cada vez más mujeres vienen al hospital, porque saben que puede haber complicaciones y que parir en casa puede ser muy peligroso tanto para ellas como para sus criaturas”, explica Lyn Dowds, doctora jefe del David Gordon Memorial Hospital. Este centro médico de Khondowe, una pequeña aldea en el norte de Malawi más conocida por el nombre de la misión —Livingstonia—, es una de las patas del proyecto escocés en Malawi, junto a la de la educación.
Lyn llegó en 2011 con su marido y sus dos hijas para encargarse de la clínica, y a su juicio, la misión proporciona a esta zona rural lo que no proporcionó ni el gobierno colonial ni el estado moderno: “Se fundó para mejorar la región a partir de la educación. Ya tenemos incluso universidad, donde se imparte teología, magisterio y medicina. Con ello, se potencia que la juventud no se tenga que ir, pero también que se genere desarrollo local. El hospital es la única alternativa para los aldeanos y aldeanas de la región, ya que el hospital de Mzuzu, la capital de la provincia del Norte, está a más de dos horas con un buen coche, y a un mínimo de cinco en transporte público regular”.
Malawi es uno de los pocos países africanos que están debatiendo si legalizar la interrupción del embarazo
Según expertos de UNICEF, Malawi ha conseguido reducir a casi la mitad las tasas de mortalidad materna en las últimas dos décadas. Sin embargo, el ministro de Sanidad del país, Peter Kumpalume, reconocía en unas recientes declaraciones para la prensa local que la mortalidad infantil sigue siendo demasiado elevada debido a la insuficiente cobertura sanitaria que hay en el país. “Nuestro hospital da servicio a aproximadamente 60.000 personas en un perímetro de unos 1.300 kilómetros cuadrados”, expone la doctora Lyn Dowds. “Tenemos otros tres pequeños dispensarios en los puntos más alejados de Livingstonia para poder atender a las personas que están más lejos de nosotros. Las revisiones ordinarias se pueden hacer en aquellos centros, pero cuando un embarazo está avanzado y se prevé que a la madre le quedan pocas semanas o días para dar a luz, se programa su recogida y se la trae al hospital en ambulancia. La adquisición de este sistema de transporte ha sido básica para reducir muertes evitables”, explica la doctora, señalando un vehículo pick up habilitado como ambulancia que se ha pagado con donaciones de la Asociación de Amigos de Livingstonia.
La necesidad de dejar de parir en casa
Ladrillos rojizos revisten las paredes de estilo industrial en la clínica. Con impresionantes vistas al lago Malawi, las pequeñas casas de los antiguos misioneros de principios de siglo XX se funden en el paisaje junto a otras edificaciones de construcción más moderna. En el espacio que circunda el pabellón de la maternidad, cuelgan sábanas blancas y pijamas de bebé. Algunos limpiadores del hospital y trabajadores de la cantina descansan a la sombra tumbados en la hierba, en la entrada principal. “Nosotros les proporcionamos servicios básicos a las madres, pero no podemos cubrir todas sus necesidades, sobre todo, porque a veces pueden estar aquí hasta un mes o más”, cuenta Lyn.
La abuela de Chifundo le ha traído arroz en un barreño metálico que cubre con una tela colorida. Ella y otras cinco chicas reposan sosegadamente de partos que, según todas, no han sido dolorosos. “Estas mujeres son muy fuertes, física y psicológicamente. Casi nunca se quejan, y eso que aquí casi todos los partos son naturales. No se suministra epidural, lo único que se suele dar es pitocina o oxitocina sintética, para acelerar el parto. Solamente se utiliza anestesia en los casos de cesárea. Y son poquísimos”, explica la doctora.
En la sala todas callan, la presencia de forasteros siempre intimida. Pero rompe el silencio un enérgico llanto de bebé, y Lyn dibuja una sonrisa en su rostro. “Mientras paseábamos por los pasillos del pabellón, ha nacido el hijo de Margaret”, asevera. Las paredes del hospital son frías, como las de la mayoría de ellos. Al fondo de un corredor laberíntico se aprecia una luz que tintinea. Dentro, una de las parteras formadas en la universidad de la misión presbiteriana se dirige a Lyn en inglés: “Hora del nacimiento: la una de la tarde y diez minutos”. “Es una niña preciosa. Muy bien hecho”, le dice Lyn a Margaret, que yace exhausta en la camilla después de dos horas de parto, mientras intenta que su bebé recién nacido se coja al pecho por primera vez.
A la salida del paritorio, el sol brilla. Algunas madres han salido a dar un paseo con sus criaturas atadas a la espalda. “La pobreza y la falta de educación de niñas y adolescentes es uno de los principales obstáculos para la salud materna en Malawi”, reconoce la doctora Dowds. El acceso a los servicios médicos es una piedra angular para la disminución de la mortalidad materna, que representa unas 3.400 muertes al año en el país. Pero en muchos casos, explica, la asistencia al hospital no es percibida como una necesidad entre las chicas y mujeres de las zonas rurales. “Aún hay mucho arraigo a las parteras y curanderos tradicionales, aunque el Gobierno prohibió este tipo de prácticas en 2007”, reconoce la escocesa.
“Tener enfermeras o médicos bien formados es esencial para mejorar las condiciones de salud de las mujeres. El problema de las parteras tradicionales es que, aunque pueden asistir en casa y, a veces, es mucho más cómodo y barato que el tener que desplazarse, no tienen la formación necesaria para atender partos de riesgo”, recalca la facultativa. “Aunque costará mucho cambiar la mentalidad de las personas en las zonas rurales, está claro que ofrecer buenos servicios sanitarios y facilitar educación son pasos decisivos para mejorar la vida de los malauís. Hay que trabajar con las parteras tradicionales codo con codo para que se formen”, reivindica la doctora.
La pobreza y la falta de educación de niñas y adolescentes es uno de los principales obstáculos para la salud materna en el país” Doctora Dowds
A pesar de ser uno de los países más pobres del mundo, Malawi se está convirtiendo en un ejemplo en la lucha para mejorar la vida de sus mujeres. En junio de 2015, una líder malauí anuló 300 matrimonios infantiles pocos meses después de la prohibición oficial del matrimonio entre menores de 18 años. “Cuanto más tiempo pasen las niñas en la escuela, mejor. No solamente van a prosperar más en sus vidas, sino que además, se retrasa la edad de los embarazos”, argumenta Lyn. En un país donde la media de fertilidad es de 5,7 hijos por mujer, son varias las iniciativas que actualmente trabajan para mejorar la escolarización de niñas y adolescentes, como incentivar económicamente a las familias para suplir la posible entrada de dinero que podrían proporcionar las chicas trabajando en el campo o casándose.
Asignaturas pendientes en la salud de las malauís
Sin embargo, quedan asignaturas pendientes. Y aunque Livingstonia es un proyecto con gran carga religiosa y que está lejos de la materia, Malawi es uno de los pocos países africanos que están debatiendo la posibilidad de legalizar la interrupción del embarazo. Con más de 67.000 abortos anuales, la principal preocupación de instituciones gubernamentales y organizaciones dedicadas a la salud es que las mujeres tengan formas seguras de abortar en casos de violación e incesto, o alteraciones fetales graves. Si actualmente la ley solamente recoge el supuesto de peligro de vida para la madre, las chicas que aborten bajo cualquier otra circunstancia se pueden enfrentar a 14 años de prisión.
Según Naciones Unidas, el 18% de las muertes maternas en Malawi se producen debido a prácticas abortivas inadecuadas. Generalmente, son también las parteras tradicionales y herboristas, las que practican los abortos a las madres. “Ha ocurrido varias veces que aparecen chicas a las que no les han practicado la interrupción del embarazo correctamente y acaban en nuestro hospital con muchas complicaciones”, reconoce Dowds. Aunque el uso de contraceptivos ha aumentado del 13% al 46% entre mujeres de 15 y 49 años desde 1992 a 2010 debido a la mejora en la planificación familiar, la doctora insiste que se trata de un problema de educación, más que de leyes.
“No he utilizado nunca preservativos”, se ríe avergonzada Ethel Kasamba, una joven de veinte años que acaba de dar a luz a su primer hijo en la maternidad de Livingstonia. Hoy, a Ethel le dan el alta. Ha estado menos de una semana en el hospital y vuelve a pie a su casa. Con su bebé y cuatro trapos de ropa que le caben envueltos en el reverso de su vestido, toma el descenso de la ladera deslizante y arcillosa que la conducirá a Khondowe como si nunca hubiera parido. Otra mujer con la cabeza cargada con un saco de cuarenta kilos de carbón en la cabeza sube corriendo sin mucha dificultad la encrespada montaña. “¿Muli bwanji?” (¿cómo estás?), le pregunta en chichewa, la lengua nacional de Malawi. “Ndili bwino, ¿kaya inu?” (muy bien, ¿y tu?), le responde Ethel. Tener hijos es una cosa absolutamente normal en Malawi. Tanto, que los bebés casi pasan desapercibidos en las espaldas de sus madres. Sin embargo, poder salir de esa experiencia sin complicaciones y con vida, puede no ser tan común.
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