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en primera persona

"Si-le, no-le". Los cromos siguen ahí

En un mundo tan cambiante como en el que vivimos, reconforta que algunas cosas que llenaban tu infancia sigan estando vigentes.

Javier Salvatierra

En un mundo tan cambiante como este en el que vivimos, reconforta que algunas de las cosas que llenaban tu infancia sigan estando vigentes. Te hace sentir que aún tienes los pies en el suelo, que tienes algo a lo que agarrarte, que no te adentras en lo desconocido totalmente desprovisto de referentes. Es más que probable que, desde que he tenido hijos, tenga idealizada mi infancia. En general la considero más afortunada, feliz, variada y sana que la que están viviendo mis hijos, pero seguro que no es así la cosa, que ellos la están teniendo tan variada, sana y feliz como yo la tuve. Eso sí, a su manera. O no. No sé, no puedo estar en su cerebro, vivir lo que ellos viven, aunque esté a su lado, como mis padres no podían vivir mi vida, y de eso fui consciente casi desde que soy consciente. A ver, que me pierdo. Hablaba de cosas que han saltado de mi generación a la de mis hijos, supongo que pasando por las intermedias. Una de ellas son los cromos, con sus salvedades.

No era yo un gran seguidor de los cromos. Bueno, sí, me gustaban, y me gustaba el rollo de llevarlos, cambiarlos (el “si-le, no-le” de toda la vida de Dios), organizarlos, repasarlos una y otra vez, deleitarme en los datos de las fichas, etc. Pero no hice muchas colecciones completas. Apenas una de coches (al loro, que uno de los coches estrella, aparte de los deportivos, era, por su novedad, el Renault 9. No os riais, que fue coche del año en 1982) y otra, si no me falla la memoria, de la Liga de Fútbol (tengo yo la sensación de que las plantillas eran más permanentes entonces, había una base de jugadores que podían militar varios años en el mismo club; no te encontrabas con que la estrella de tu equipo cambiaba de camiseta en enero, no sé). Bueno, eso, que no completé muchos álbumes, pero tuve en las manos y trafiqué con cromos de unas cuantas colecciones.

El caso es que el tema de los cromos sigue vigente. ¿Cuánto? Pues no sabría decir. Sí percibo en los niños que me rodean más o menos la misma pasión por manosearlos, mercadearlos, cambiarlos por otros, repasarlos, la misma atracción por una colección y el mismo cambio de interés que lleva a saltar de una colección a otra. “Los niños se mueven por impulsos, en torno a lo que está de moda”, explica Lluís Torrent, socio fundador y director general de Panini España. Panini es la empresa líder a nivel mundial en el mundo de los cromos, así que no se me ocurrió nadie mejor en España para hablar de todo esto. En la deliciosa charla que tuve con el señor Torrent, me contó que su empresa vendió el año pasado 111 millones de sobres de cromos, es decir, 666 millones de estampitas. Lo que no me pudo hacer Torrent fue un perfil del consumidor, dado que “el producto va a un punto de venta (quiosco, librería, centro comercial, etc) y el comprador es anónimo”. Y los que se dirigen a Panini para comprar los últimos cromos para completar la colección suelen ser los padres de los niños. Aunque, eso sí, me dijo que hay mucho adulto coleccionista de cromos.

Pese a sus evidentes virtudes, me lo birlaron con unos sucios vectores. / J. S.

O de trading cards, como se llaman ahora. Porque el tema de los cromos ha cambiado un tanto desde el pleistoceno de mi infancia. Por de pronto, el lenguaje es parecido, pero no el mismo. Ya no escucho los tradicionales “si-le”, “no-le” (sí le tengo, no le tengo); y los "repes" (repetidos) se han transformado en los “letes” (le tengo). Y, sobre todo, las colecciones se han transformado: de sencillos cromos con una imagen y un puñado de datos básicos (edad, posición de los jugadores de fútbol; cilindrada, velocidad máxima, etc. de los coches o motos) a complejos juegos de cartas que ofrecen, además de la satisfacción del coleccionismo y el trapicheo, la posibilidad de entablar complicadas batallas reales o virtuales para hacerse (o no) con los cromos del adversario. Confieso que he visto cómo mi Star Dragon de la colección Invizimals, la de mayor éxito de Panini en 2013, ha volado de mis manos porque me han aplicado un Vector desfavorable para mi defensa en un Hábitat beneficioso para el monstruo adversario que, sumado a su Escudo Triturador de Xtractors dejaban a mi dragón a la altura de una lagartija. Si a eso le añadimos que el rival era un Resonante, vamos, es que no hay color, papá, que no te enteras. Y además, mi rival tenía a Cristiano Ronaldo en versión megacrack. En fin, que le debo a mi hijo siete millones de euros.

Me cuenta Torrent que, efectivamente, como todo, el mundo de los cromos ha cambiado, ha evolucionado y que sí, ahora es más complejo. Pero nada con lo que no puedan los enanos. Y para ilustrarlo, me cuenta una jugosa anécdota: Un empresario implicado en el lanzamiento de una colección le expuso sus dudas por la complejidad de las cartas. Torrent recurrió a su nieto Mateo, de ocho años, que explicó al empresario el funcionamiento del juego. El directivo seguramente se quedó más o menos como estaba, pero dio luz verde a la colección sin dudarlo, en vista de que los destinatarios, los niños, lo tenían tan claro.

“Todo evoluciona. Al igual que antes los coches eran mucho menos complicados, es evidente que los niños de ahora no son como los de antes. No venderíamos ahora una colección como la de los coches” de la que hablaba antes, tan plana. Ahora, cada carta tiene una profundidad que da un poco de vértigo, la verdad. Las de Invizimals, por ejemplo, llevan por detrás un código que, capturado con el móvil o la tableta con la aplicación adecuada, te llena el salón de híbridos entre tiburón, jabalí, puercoespín o rana, en sus evoluciones Pup, Colt o Max.

Está, además, la dimensión de los videojuegos. El caso de Invizimals es atípico, me dice Torrent, porque fue una apuesta de su empresa a partir de un videojuego casi desconocido de la empresa española Novarama. Aunque el proceso de gestación es “secreto de Estado”, según dice Torrent entre risas, el fenómeno Invizimals arrasó desde España. Novarama fue después adquirida por Sony, que extendió globalmente el fenómeno. Normalmente, las colecciones de cromos suelen seguir a fenómenos que ya triunfan entre los niños, gracias a una película, una serie de dibujos, un videojuego… Pero en el caso de Invizimals, el proceso fue al revés. El fenómeno lo crearon desde Panini. “Siempre estamos muy atentos a estas cosas, en ferias y así”, dice Torrent, que asegura seguir más de 500 propiedades (intelectuales) para estar al tanto de nuevos fenómenos. Y luego está la “experiencia o la intuición” para detectar un posible filón.

¿Qué pensabais? ¿Que no existía el bueno de Porcupain?

En otros casos, como en la colección Adrenalyn, de la Liga de fútbol (“cada jugador está equipado con valores de defensa y ataque muy bien calculados”, dice Torrent), existe la posibilidad, mediante un código, de descargarte la carta a tu ordenador para jugar on line con un chaval de Soria o de Brisbane. “Eso sí, lo que le gusta al niño es coleccionar, no tanto jugar”, sostiene Torrent. En eso no hemos cambiado tanto. Y no me resisto a preguntar por el secreto mejor guardado. “Señor Torrent. ¿Es verdad que hay cromos más difíciles de conseguir? ¿Existe “el más difícil de la colección?”. Pues sí y no. “Los cromos se meten en sobres de forma aleatoria, aunque existe una ingeniería de producción” para evitar, por ejemplo, que un cromo se repita en un sobre y para que se distribuyan de forma equilibrada. “Hay ingenieros que se ocupan de eso”. Así que mi Porcupain Pup vale tanto como tu Phoenix Legendario y mi Messi lo mismo que tu Juanfran. Lo que sí hay ahora son cartas especiales dentro de una colección, que se venden en los mismos sobres, pero son más escasas y difíciles de encontrar. Son como los Joe DiMaggio de las colecciones de béisbol de las pelis americanas.

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