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BELLEZA

La Provenza en el tocador

Olivier Baussan empezó destilando aceites esenciales en la Provenza francesa. Hoy es fundador y accionista del gigante de la cosmética orgánica L'Occitane

José Nicolás

Las grandes historias empiezan casi siempre con un detalle sin importancia. La de Olivier Baussan (París, 1952), fundador del gigante de la cosmética orgánica L’Occitane, arrancó con un alambique. Un sencillo artilugio de cobre que compró a un agricultor en la Alta Provenza francesa, al sureste del país. “Mis padres eran intelectuales y se mudaron al campo cuando yo tenía siete años. Tuve la suerte de crecer rodeado de lavanda y de olivos. Me inculcaron el respeto a la tierra”, cuenta Baussan sentado en una mesa del restaurante El Club Allard de Madrid. Este hombre alto, tranquilo y sonriente quiso cumplir el sueño que tenían sus progenitores: vivir de lo que el campo les ofrecía. “Pero en 1956 hubo una gran nevada que estropeó las cosechas. Ahí abandonaron la idea”, recuerda.

Cuando Baussan acabó sus estudios de Literatura en la cercana Universidad de Aix-Marsella tenía 23 años, un hijo y ese alambique con el que “comenzó la aventura”. Corría el mes de abril de 1976 y los campos de romero de la Provenza estaban en flor. Baussan había aprendido a destilar aceites esenciales leyendo un libro y decidió probar a mezclarlos con la famosa planta que aromatiza esta región gala. “Fui a vender el producto, que era muy hidratante, por los mercadillos de la zona. Mis clientes eran sobre todo hippies. Hacíamos trueque”, relata. Las ideas de Mayo del 68 estaban todavía frescas en Francia y el ecologismo empezaba a abrirse paso como una nueva manera de entender el mundo. En ese contexto, Baussan decidió inaugurar su primera tienda en Volx, un pueblo cerca de Manosque, justo en el corazón de la Alta Provenza, donde sigue estando la fábrica original de L’Occitane. “Elegí ese nombre como homenaje a la zona de Occitania, con cultura y lengua propias. Rehabilité unos muebles de segunda mano y la decoré. Empezamos elaborando champú artesanal con un cubo y un palo”, recuerda.

Cuatro décadas han pasado desde aquellos primeros aceites esenciales y champús destilados al ritmo de la naturaleza: en abril, el romero; en junio, la lavanda, y en julio, la salvia. Luego siguieron las cremas faciales y corporales, los jabones de baño y la perfumería. Hoy, el Grupo L’Occitane factura 1.200 millones de euros anuales y cuenta con 2.400 tiendas en todo el mundo. En 2016 prevé 150 nuevas aperturas. En España, la compañía ya tiene 40. Un 20% de la empresa cotiza en Bolsa y la mayoría de sus 8.000 empleados son titulares de acciones. Su fundador es propietario de un 5% de la firma.

Pero si hay unos años clave en la historia de la firma de la cosmética, esos fueron los ochenta. En aquella década, Baussan encadenó una serie de encuentros fortuitos que cambiaron el destino de L’Occitane. “Fui a acompañar a mi mujer al entierro de su abuela a las afueras de París. Después de la ceremonia, salí a dar un paseo y me encontré con una fábrica de jabones de Marsella medio abandonada. La puerta estaba entreabierta y pasé. Dentro se hallaba el dueño. Hablamos durante cuatro horas y conectamos”, relata. Al final de la charla, el anciano le preguntó: “¿Quieres la fábrica? Te la regalo”. Él no lo dudó. Así empezó a explorar una importante línea de negocio: los geles, jabones y productos de baño.

"Una periodista me contó el secreto de belleza de las mujeres de Burkina Faso: la manteca de Karité"

Otro día, un trabajador de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO) pasó por la manufactura y le habló de la posibilidad de fabricar en Cabo Verde. “Y empecé a hacer negocio allí”. Poco después llegó el tercer encuentro que lo cambió todo. “En 1982, en uno de mis viajes a Cabo Verde, tuve que hacer una escala larguísima en el aeropuerto de Dakar (Senegal) para volver a Francia”.

Allí coincidió con una periodista que le contó el secreto de las féminas de Burkina Faso: la manteca de karité, con propiedades hidratantes y regenerativas. Entonces decidió no embarcar en el avión a París y se fue directamente al país africano, donde conoció a 12 mujeres que tenían una pequeña cooperativa en la que fabricaban el famoso ungüento. “Estas trabajadoras, que rondaban los 60 años, tenían los brazos como chicas de 20. Me di cuenta de que realmente funcionaba y de que nadie lo conocía fuera de este lugar. Fui el primero en importarlo”. Ahora son 17.000 las mujeres que recogen el karité en Burkina Faso para la compañía de Baussan. El año pasado, L’Occitane adquirió 700 toneladas de esta manteca, una labor que le ha valido el reconocimiento del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. “Esta historia nos habla de la importancia de valorar lo que la naturaleza nos da”, añade Baussan. En los noventa, la compañía adquirió tal dimensión que su fundador se vio forzado a realizar una ampliación de capital.

Entonces recibió una propuesta de Reinold Geiger, un hombre de negocios austriaco que ha acabado convirtiéndose en el actual presidente de la marca y en el accionista mayoritario. Fue Geiger el que tuvo la idea de abrir la primera tienda en Nueva York. A esa le siguieron 50 más en Estados Unidos. La operación se repitió con éxito en Asia. A pesar de su enorme expansión, Baussan incide en que la idea de sostenibilidad y de respeto al medio ambiente sigue siendo la clave de la firma. ¿Alguna vez imaginó aquel joven vendedor de aceites que su creación se convertiría en un gigante mundial de la cosmética ecológica? “Nunca, nunca”, ríe Baussan. Ni en sus mejores sueños.

elpaissemanal@elpais.es

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