Autorretrato de la mujer misteriosa
Aquellos que conocieron a Vivian Maier, ‘la niñera fotógrafa’, coinciden en que ella no toleraría su celebridad póstuma
En vida, Vivian Maier, la niñera fotógrafa, apenas compartió nada. Pensaban que era francesa, pero había nacido en Nueva York. Ante unos se presentaba como Smith, V. Smith o B. Maier. A otros les pedía que le llamasen Vivian, Viv o “señorita Meyers”. No todos sabían de su obsesión por que nada escapase al objetivo de su cámara Rolleiflex. En uno de los vídeos que grabó, uno de los niños que cuidaba le preguntaba: “¿Y tú cómo te llamas?”. “Yo soy la mujer misteriosa”, respondió.
En cambio, el joven John Maloof, hombre de su tiempo, no pudo hacer otra cosa que compartir su hallazgo en 2009. Tenía que enseñar las fotos que, por casualidad, había comprado –en realidad, una caja llena de negativos– meses atrás por 380 dólares en una subasta. Buscaba imágenes para ilustrar un libro de historia sobre Chicago en el que estaba trabajando, pero estaba convencido de que las que había encontrado eran “increíbles”. Así que publicó 200 de ellas en Flickr con el mensaje: “¿Qué puedo hacer con esto (aparte de dároslo a vosotros)?”.
Ahí comenzó el fenómeno Vivian Maier: llegaron las multitudinarias exposiciones; los artículos de titulares como El secreto de la niñera, El misterio de Maier, Salvada de la oscuridad; las comparaciones con Robert Frank, Lisette Model, Helen Levitt o Diane Arbus; el documental Buscando a Vivian Maier (2013), las nominaciones al Oscar y al BAFTA –entre otras–.
“Estamos experimentando este fenómeno por una inusual combinación de factores”, explica el galerista Howard Greenberg, que no tardó en aliarse con Maloof para difundir la obra de Vivian Maier. “Durante su vida fotografió compulsivamente y dejó unos 150.000 negativos y diapositivas. En mi experiencia, y en la de otros historiadores de la fotografía, no hay ningún otro fotógrafo que haya trabajado de forma tan exhaustiva sin compartir, o sin necesidad de compartir, tal corpus con el público. Por supuesto, esto está relacionado con la peculiar psicología de una persona a la que nunca podremos conocer. Es un enigma”.
En el documental Buscando a Vivian Maier, aquellos que la conocieron coinciden en que ella no toleraría esta celebridad póstuma. “Nunca habría dejado que esto pasase”, asegura su amiga Carole Pohn, que la trató durante una década. Sus fotografías eran materia reservada, insiste. Pero Maloof, que sigue tan empeñado en saber más de Maier como el primer día que escribió su nombre en la pantalla de búsqueda de Google, se aferra a una carta que halló entre sus papeles: escribe a un laboratorio fotográfico porque estaba considerando la posibilidad de imprimir una “montaña de fotografías” que, pensaba, “no estaban nada mal”. “¡Quería enseñar su trabajo!” es la optimista conclusión de Maloof, quien ha confesado sentirse “incómodo o culpable” al exponer la obra de alguien que nunca quiso hacerlo.
Demasiado tarde. Además, la fascinación por la excéntrica niñera no remite. “Es imposible separar la historia de su vida, o lo que sabemos de ella, de sus fotografías”, señala Greenberg. En la galería Bernal Espacio de Madrid pueden contemplarse una treintena de ellas –hasta el 26 de septiembre– dentro de la exposición Portrait (self) portrait. Conviene detenerse en sus “extraordinarios” autorretratos, sugiere Greenberg, “quizá sean los que mejor conecten ambas facetas”.
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