Hechos para durar
Clarks, símbolo del zapato cómodo, busca mantener vivos sus casi 200 años de historia La empresa británica se enfrenta a los retos del mercado moderno
Los pisamierdas los inventaron los ingleses. Más concretamente, un británico que había sido voluntario republicano en la Guerra Civil española. Se llamaba Nathan Middleton Clark, trabajaba para una empresa familiar de larga tradición zapatera, e ideó unas sencillas botas de ante, anchas y con la suela plana de goma, que se convertirían en el icono de Clarks a partir de los años cincuenta. Hoy la firma es la tercera distribuidora de calzado del mundo, por detrás de la alemana Deichmann, poseedora de las licencias de Reebok y Adidas, y de Belle International, con sede en Hong Kong. El año pasado facturó 2.132 millones de euros. Con casi 200 años de antigüedad, la casa aún es percibida por sus 1.200 trabajadores como un negocio familiar. El 84% de las acciones sigue en manos de la saga, según The Sunday Times, aunque los últimos Clark salieron del comité ejecutivo a finales de los noventa.
Actualmente existen unos 300 miembros de la familia relacionados de alguna forma con los fundadores de 1825, Cyrus y James, dos hermanos cuáqueros que fabricaban zapatillas rudimentarias con la piel de oveja que les sobraba de fabricar alfombras. James llegó a tener 14 hijos; de ahí la extensa descendencia que aún vive. El archivo de la familia, que contiene unos 25.000 modelos –muchos aún sin catalogar–, guarda un par de las zapatillas originales, halladas por casualidad en 1961 en una buhardilla de Street, el pueblo natal de la marca donde todavía se encuentra la sede, ubicado al suroeste de Inglaterra.
Su custodio es Tim Crumplin, un hombre menudo, cortés y reacio a permitir que los fotógrafos se acerquen a sus tesoros. A diferencia de las plantas de diseño contiguas, luminosas y renovadas, su reino es un edificio viejo de paredes mal pintadas donde trabajan los restauradores. “Los zapatos antiguos duraban más que sus cajas, mientras que los materiales nuevos se degradan mucho más rápidamente”, explica el archivista mientras muestra un magnífico par de los años cuarenta.
Crumplin, como casi todos los empleados de las oficinas, calza unas botas desert (desierto) marrones, el modelo icónico que la marca exportó al mundo y que en España se conoce como pisamierdas. En Italia, su primer mercado dentro de Europa, las llaman directamente clarks. Su creador, bisnieto del fundador James, estuvo destinado en Birmania y en Egipto durante la Segunda Guerra Mundial, tras su paso por la española. Inspirado por el calzado de ante que los militares ingleses encargaban a los zapateros de El Cairo, cómodo y aireado, Nathan envió diseños del prototipo a su hermano. En Street el modelo fue acogido con escepticismo por su aspecto tosco para la época: el ante estaba mal visto por la burguesía inglesa, que prefería la piel. Pero en 1949 Nathan presentó el modelo en la Feria del Zapato de Chicago y se ganó el favor de la prensa y los compradores norteamericanos. Las desert terminaron triunfando entre las culturas underground, y se convertirían en prenda esencial de mods, beatniks y hipsters durante las décadas siguientes.
Al lado de los caserones rústicos que albergan las oficinas hay un outlet con multitud de marcas. Hoy todos los zapatos son fabricados en China y Vietnam, pero se siguen diseñando en la base inglesa. Es el apacible núcleo de una gigantesca maquinaria que distribuye 51 millones de pares al año alrededor del mundo y que ha calzado a famosos como Walter White, el protagonista de Breaking Bad, los raperos Wu Tang Clan o la banda de rock The Verve. Parte de su éxito comercial reciente se debe al polémico Tim Parker, presidente ejecutivo entre 1996 y 2002. Él cerró todas las fábricas que pertenecían a la compañía, en Reino Unido y fuera, para encargar la producción a empresas externas, en su mayoría en Asia. El proceso supuso el despido de miles de personas.
Así lo cuenta Mark Palmer en Clarks: Made to Last (Hechos para durar), una historia de la firma publicada en 2013 y en cuya investigación colaboró también Crumplin. “La familia lo encontró bastante doloroso, porque la empresa pasó de ser fabricante y mayorista a ser mayorista y vendedora al por menor”, explica el jefe del archivo. “Y al realizar ese cambio obviamente tienes que cerrar fábricas”. Clarks siempre se había enorgullecido de asegurar unas buenas condiciones para sus trabajadores, una tradición en parte basada en sus orígenes cuáqueros. Parker actuó contra lo que él consideraba una falsa “integridad” que había llevado a un descalabro de las cuentas. La última fábrica de Reino Unido desapareció en 2005, aunque este año la marca ha presentado una edición limitada de las botas desert, producida en Inglaterra.
En su país la firma es sinónimo de calzado sensato: confortable y asequible, aunque los precios varían en el extranjero. En el momento de escribir este artículo, por ejemplo, el zapato de tacón cuadrado Gabriel Mist se vendía a 99,96 euros en la página europea y a 78,23 euros, o 55 libras esterlinas, en la inglesa. En la era de las compras por Internet estas diferencias motivan las protestas de algunos consumidores, y la empresa es consciente de ello. Sus directivos tienen más inquietudes: en 2014 las ventas cayeron un 3,2% respecto al año anterior, informó en abril The Telegraph. Melissa Potter, presidenta ejecutiva desde 2010, admitió que había sido un año “muy difícil” y lo justificó con el aumento de compras por Internet, una caída de ventas en EE UU y Reino Unido, y un incendio en la fábrica de un proveedor vietnamita en 2014.
La marca patrocina la exposición Shoes: Pleasure and Pain (Zapatos: Placer y Dolor), abierta en el Victoria & Albert de Londres hasta el próximo 31 de enero y dedicada a las dolorosas esculturas en las que la humanidad ha convertido los pies femeninos a lo largo de la historia. Los Clarks rompieron moldes, a finales del siglo XIX, con productos prêt-à-porter que se ajustaban a la realidad fisiológica de unas mujeres acostumbradas al castigador calzado victoriano. La línea fundadora de esta tradición se llamó Higiénica, y nació en 1881. El mismo reto se proponen sus diseñadores actuales con los nuevos diseños, desde elegantes tacones ponibles hasta una línea de deportivas flexibles llamada Trigenic. Tienen la suela dividida en tres piezas y están adaptadas a la forma de los dedos.
“El zapato del futuro estará impreso, no hecho a mano”, afirma Mark Davenport, gerente de ingeniería digital de la planta de diseño, donde se producen prototipos inutilizables mediante la impresión en 3D que luego se enviarán a los fabricantes extranjeros. “La tecnología ya existe, la única limitación es el material que se puede usar. En la próxima década llegarán los grandes cambios en la manufactura”. Esperanzas que buscan resolver la tensión entre unas raíces antiguas y un mercado frenético.
elpaissemanal@elpais.es
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