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El arma secreta de David Cameron

A Samantha Cameron se le ve como pez en el agua a la hora de ejercer su papel como esposa del primer ministro. El saber “estar y no estar” es un arte que domina y le ha dado popularidad

Samantha Cameron en un monopatín en Downing Street.
Samantha Cameron en un monopatín en Downing Street.JUSTIN TALLIS (AFP)

Sir Denis Thatcher supuso toda una atipicidad como consorte de la primera mujer al frente de un gobierno del Reino Unido; la retraída Norma Major era tildada de “inexistente” cuando su marido John ejercía el cargo; Cherie Blair arrastra desde sus tiempos de Downing Street la etiqueta de ambiciosa en un sentido peyorativo que casi nunca se atribuye a los varones, y Sarah Brown optó por desdibujar su fuerte personalidad durante los difíciles tres años en que el padre de sus hijos, Gordon, llevaba las riendas del poder. A Samantha Cameron, en cambio, se le ve como pez en el agua a la hora de desempeñar el papel no escrito de primera dama, que estrenó en 2010 y ahora repite tras la contundente victoria electoral de los tories. El saber “estar y no estar” al mismo tiempo es un arte que domina y ha apuntalado su popularidad en un país que no logra disimular un talante conservador a la hora de enjuiciar a la pareja del ocupante de Downing Street.

Y SamCam, el apodo que en su día le impuso la prensa, ha respondido a las expectativas sin haber recabado hasta la fecha ni un solo reproche. La esposa del primer ministro británico, David Cameron, proyecta la imagen de una mujer del siglo XXI que trabaja y tiene sus propias inquietudes al margen de la familia, a la vez que se erige en sutil guardiana de las esencias más tradicionales. Como la propia admisión de que “cuidar de Dave” es su principal objetivo en esta vida. “Samantha es mi arma secreta”, reconocía el actual jefe de gobierno durante la campaña electoral de 2010, donde su pretensión de encarnar al candidato del cambio se vio lastrada por la impronta de rancio conservador que en sus tiempos de la Universidad de Oxford militó en el elitista y decadente club Bullingdon. De su mujer, en cambio, se subrayaba entonces una juventud bohemia y abierta a las nuevas tendencias sociales y artísticas, el delfín que lleva tatuado en el tobillo como pequeño gesto de rebeldía o la capacidad de compaginar su empleo como directora creativa de la firma de productos de piel de lujo Smythson con las demandas que supone criar a tres hijos. Gracias a ella, el hogar de los Cameron aparecía similar a tantos otros de la clase media.

David Cameron y Samantha Cameron saludando luego de los resultados de las elecciones de 2015 en el Reino Unido.
David Cameron y Samantha Cameron saludando luego de los resultados de las elecciones de 2015 en el Reino Unido.Jason Alden (Bloomberg)

La paradoja está en que Samantha Gwendoline Cameron, nacida con el apellido Sheffield en 1971, es la verdadera aristócrata de la pareja, hija de un barón descendiente de Carlos II que se crió en una fabulosa mansión campestre y que, a raíz del segundo matrimonio de su madre, tiene como padrastro a otro noble, lord Astor. El relato oficial cuenta que, tras casarse con David Cameron en 1996, le introdujo en los círculos liberales que frecuentaba desde sus tiempos estudiantiles hasta reconvertirlo en un “conservador abierto” o, según la jerga del partido, en un “conservador compasivo” capaz de abrazar causas sociales.

La primera victoria electoral de Cameron entrañó hace cinco años el traslado a Downing Street de una joven familia que solo meses atrás había perdido a uno de sus tres hijos, Ivan, aquejado de parálisis cerebral y epilepsia, y fallecido a los 6 años. Esa circunstancia generó una lógica corriente de simpatía hacia el matrimonio, apuntalada tras el nacimiento unos meses después de otra retoña, Florence, que no ha conocido para sus juegos otro espacio que el del apartamento ubicado sobre el número 11 de la residencia oficial del primer ministro en Londres (el colindante y famoso número 10 es demasiado pequeño para alojar a una familia numerosa).

Un traspiés que quedó en nada

P. T

La hasta entonces imagen impoluta de Samantha Cameron sufrió un pequeño traspiés en vísperas de la pasada campaña electoral, cuando trascendió que la firma para la que trabaja desde hace veinte años, Smythson, está registrada en uno de esos paraísos fiscales tan criticados por el primer ministro. Una aclaración precisando que la primera dama ya no ejerce de directora creativa de la empresa de marroquinería de lujo desde que recaló en Downing Street, sino "sólo" de asesora y a tiempo parcial (un papel por el que se estima que cobra 100.000 libras anuales), desplazó el asunto de los titulares con sorprendente rapidez. La prensa británica, por lo general muy afilada, se ha mostrado sorprendentemente benévola con SamCam.

A diferencia de su marido, Samantha nunca ha querido hablar públicamente de la pérdida de Ivan hasta este mismo año, en plena campaña y cuando los sondeos sugerían que el ganador de las elecciones precisaría de alianzas para poder gobernar (todos los pronósticos acabaron errando). Hace solo un mes, se decidió a abrir las puertas de su hogar oficial a los medios para hablar a tumba abierta de aquella experiencia tan traumática, rememorar su “pavor” cuando la familia desembarcó por primera vez en Downing Street y, ante todo, subrayar la “humanidad” del aspirante a revalidar el cargo de jefe de gobierno, a quien dibuja como todo un padrazo de Nancy (11 años), Elwen (9) y Florence (4).

Las semanas previas al desenlace electoral del 7 de mayo no han supuesto la misma presión para Samantha Cameron que la liza de 2010, porque ya era un terreno conocido en el que sabe moverse muy bien, siempre en un segundo plano público aunque dejando claro que en la intimidad del hogar es ella quien aporta al líder tory “la perspectiva sensata de una madre trabajadora”. A los británicos parece gustarles ese carácter dúctil de SamCam, que transita desde el mundo laboral a su rol de consorte en los actos oficiales o a la cocina familiar donde cada mañana prepara el porridge de sus hijos. Si existiera el título de primera dama perfecta, probablemente se lo concederían.

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