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palos de ciego
Columna
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La seriedad de la risa

Somos muy tolerantes con las bromas sobre los demás y sus valores, pero muy poco con las bromas sobre nosotros

Javier Cercas
Pablo Amargo

La noticia provocó cierta polémica en Francia. El 14 de enero, siete días después de los asesinatos de Charlie Hebdo, las autoridades francesas detuvieron al humorista Dieudonné, acusado de apología del terrorismo por publicar en Facebook un mensaje –“Yo me siento Charlie Coubaly”– donde mezclaba el eslogan a favor del semanario con el nombre del terrorista que acababa de asesinar a cuatro judíos en un supermercado parisiense. Según informaba Gabriela Cañas, durante la semana transcurrida entre los atentados y la detención de Dieudonné la justicia francesa había abierto 54 procedimientos similares. El abogado del humorista protestó: “No se puede al mismo tiempo defender la libertad de expresión e impedir expresarse a un humorista”. Por su parte, Manuel Valls, primer ministro francés, había respondido implícitamente al jurista: “La incitación al odio y el antisemitismo son un delito. Nada tienen que ver con la libertad de expresión”.

Conociendo un poco al personaje y su historial –Dieudonné ha sido varias veces condenado por antisemitismo–, uno desearía que el humorista fuera castigado por su abyecto mensaje. Los defensores de Dieudonné afirman sin embargo que la denuncia de Valls obedece a la oleada de hipocresía desatada en Occidente a raíz de los atentados de París; esta gente olvida (o finge olvidar) que no es lo mismo reírse de una creencia, como hacía Charlie Hebdo, que solidarizarse con un asesino y celebrar la muerte de sus víctimas; también olvida que la libertad de expresión tiene por supuesto sus límites: los que marca la ley. Así que, si los jueces deciden que Dieudonné la ha violado de nuevo, el humorista tendrá que pagar por su delito. Pero toda mentira contiene casi siempre su grano de verdad, y hay que reconocer que los atentados de París han desatado, además de una oleada de justa indignación, otra de previsible hipocresía: como ha escrito David Brooks, si la gente de Charlie Hebdo hubiese intentado publicar su revista en un campus norteamericano, no habría durado ni treinta segundos, porque su humor gamberro e indiscriminado hubiese sido acusado de incitación al odio y la revista cerrada de inmediato. O dicho de otro modo: todos somos muy tolerantes con las bromas sobre los demás, sus valores y sus creencias, pero muy poco con las bromas sobre nosotros, nuestras creencias y nuestros valores.

La libertad de expresión es una conquista extraordinaria, que ha costado siglos de sangre convertir en un derecho fundamental

La libertad de expresión es una conquista extraordinaria, que ha costado siglos de sangre convertir en un derecho fundamental; pero la ley debe ser justa y no hipócrita, y además no soluciona por sí sola el problema, o sólo es el principio de la solución. Porque el problema es complejo y, como la inteligencia consiste en proteger a las preguntas de las respuestas, es mejor no apresurarse a dar respuestas, para que no sean dudosísimas o simplemente equivocadas. Hay países –Francia, sin ir más lejos– donde la negación del Holocausto es un delito. ¿Tiene eso sentido? Negar una atroz evidencia histórica merece una refutación, incluso un castigo intelectual o moral, pero ¿también un castigo penal? El mismo Brooks argumenta que “las sociedades sanas” distinguen entre dos tipos de personas: los “eruditos sabios y considerados”, a quienes se escucha con gran respeto, y los humoristas “divertidos, descorteses y ofensivos”, a quienes se escucha con “un semirrespeto desconcertado” y no se hace mucho caso. Más que una sociedad sana, a mí eso me parece una pesadilla: primero, porque un ofensivo y descortés humorista puede decir verdades mucho más esenciales que un sabio considerado; y, segundo, porque los auténticos sabios suelen tener mucho de humoristas, incluso de humoristas descorteses y hasta ofensivos para los ignorantes, y sobre todo porque esa distinción priva al humor de su ingrediente fundamental e insustituible: su absoluta seriedad.

No, el problema no es sencillo. Pero, aunque yo no tenga la solución, creí vislumbrarla en una paradoja que, al día siguiente de los atentados, formuló en este periódico un sabio considerado (o al menos un filósofo), José Luis Pardo: “Algo no es verdaderamente serio a menos que, en algún sentido, podamos tomárnoslo a broma”. Los terroristas de París no entendían eso; aunque no matemos a nadie, la mayoría de nosotros, me temo, tampoco. Pero ahí empieza la civilización.

elpaissemanal@elpais.es

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