Exiliados navideños
Comer las uvas por Skype o movilizar a toda la familia. Dos de las opciones para aquellos que se ven obligados a pasar estas fechas fuera de casa. Por necesidad, por trabajo o por deber. De la Antártida a Nueva Zelanda. Siete relatos de cómo vivir este periodo de forma diferente.
Hay quien puede aprovechar las fiestas para irse a un lugar exótico. La mayoría, sin embargo, prefiere el calor de la familia. Más de dos millones de españoles residen en el extranjero; otros se ven obligados a desplazarse en estas fechas. Siete de ellos nos cuentan su historia. Algunos son jóvenes emigrantes que han huido de la crisis, como la madrileña Fátima López. Otros están acostumbrados a la idea de sacrificar las raíces para tener una carrera brillante. Es el caso de María Andrés, valenciana de 23 años, que trabaja en el Ballet Nacional de Holanda. Las nuevas tecnologías son la clave para paliar la nostalgia. Gracias a Skype, el teniente Raúl Egea, destinado en Afganistán, puede hablar con su esposa y sus hijos, y López, tomarse las uvas con su familia con 12 horas de diferencia. El futbolista del Chelsea César Azpilicueta recurre al ipad para seguir las campanadas. Y si no fuera por los teléfonos por satélite, el geólogo Miguel Ángel de Pablo, de misión científica en la Antártida, no tendría conexión alguna con su casa. Lo importante es el cariño, que aportan los compañeros o una familia viajera. Las Navidades son de todos.
1. Raúl Egea. Acatar órdenes
El teniente Raúl Egea pasará este año sus terceras Navidades fuera de casa. Está destinado, desde el pasado noviembre y hasta marzo de 2015, en la base de apoyo avanzado de Herat (Afganistán) y dirige el equipo de protección del coronel jefe de la base. Su familia vive en Zaragoza. Tiene dos hijos: una niña de cuatro años y un niño de siete. “El mayor lo lleva mejor, ya se va habituando. Pero ella no entiende todavía que yo no esté allí. A veces nos vemos por Skype y pregunta: ‘Papá, ¿por qué no vienes?”.
Durante las fiestas, ni él ni ningún otro militar de esta base afgana tendrán vacaciones. “A las siete de la mañana de un día normal ya estamos desayunando. Hacemos rutinas de entrenamiento básico”. Habitualmente trabajan hasta las siete de la tarde, y el día de Navidad no será una excepción. “Trataremos de paliar la ausencia de la familia apoyándonos en los compañeros como hacemos siempre”. Y añade, como dato anecdótico, que lo único que diferenciará los días de fiesta de los normales será una comida “más especial”.
“La primera Navidad que pasé fuera fue en Kirguizistán, en 2004. Era otro tipo de servicio y fue un poquito más alegre que aquí. Estábamos en una ciudad medianamente normal y no había peligro. Podíamos cenar y tomar una cerveza sin uniforme. En Afganistán las cosas se plantean de otra manera. Tenemos que llevarlo puesto todo el día, salvo cuando estamos en el gimnasio. Es nuestra forma de identificarnos”. Egea se encuentra en uno de los destinos más peligrosos. “En Navidades nosotros trabajamos, y los que están al otro lado de la valla también. Se dedican a incordiar”. Asegura que en la base no viven con miedo. Explica que quienes están en su primera misión pueden sentirse fuera de lugar. ¿Elegiría otro destino si pudiera? “Este trabajo no nos permite decidir, no tenemos libertad de acción. La diferencia entre estar en España y aquí es que cuando termina la jornada no puedes irte con tu familia”.
2. Fátima López. En las antípodas
Una mañana de 2010, Fátima (Colmenar Viejo, 1983) conducía por la M-607, que une su localidad de nacimiento con Madrid, y se dijo: “La vida es mucho más que ir por esta carretera”. Así que miró un mapa, localizó las antípodas de España y decidió subirse a un avión en busca de un trabajo mejor, de nuevas oportunidades. Desde entonces vive en Nueva Zelanda y allí es donde pasa la Navidad, porque gasta todas sus vacaciones en julio para poder visitar a su familia en esa época. “Este año me juntaré con españoles para la cena de Nochebuena; haremos algo típico, pero nada de jamón, que aquí solo encuentras 50 gramos por ocho euros y no es fácil de localizar”.
Como se reservó unos pocos días libres, podrá pasar cinco, incluido el de Navidad, en Fiji. “Mi familia nota mi ausencia, pero siempre me ha apoyado. A la hora de tomar las uvas les llamo por Skype y las como con ellos. Es como si estuviera a su lado”, explica. Sus inicios en Nueva Zelanda fueron duros, el inglés le costaba. Tuvo varios empleos temporales, hasta que se vio con fuerza suficiente para buscar en lo suyo: administradora de sistemas informáticos. “No se puede comparar la calidad de vida…”, cuenta al otro lado del teléfono con pocas intenciones de volver a corto plazo. “Como aquí es verano en Navidad, no me hago a la idea de que me estoy perdiendo estos días con ellos. Es más llevadero así”.
3. Quique Bassat y María Maixenchs. Uvas a 40 grados
Las fechas navideñas son la oportunidad perfecta para sacar del armario el “embutido bueno” y preparar una escudella, el cocido catalán típico de esta época. Así se vive la Navidad en casa de Quique Bassat y María Maixenchs (ambos nacidos en Barcelona en 1974), dos investigadores de ISGlobal que llevan cinco años en Mozambique investigando sobre mortalidad infantil. Ella es antropóloga, y él, pediatra. Su amplia casa de Manihiça se llena de gente cada año para comer o cenar, y este diciembre no será diferente. Llaman a su puerta tanto otros expatriados como locales. “Aquí se concibe más como una fiesta familiar, sin connotaciones religiosas, ni siquiera es la celebración más popular del año”, apunta Bassat. En esta ocasión además será más especial todavía porque les acompañarán sus dos mellizos, Elies y Lea.
Son unas Navidades calurosas. Coincide con el verano y el termómetro no baja de los 40 grados. Es además la época de mayor actividad en el hospital en el que desarrollan su labor, porque son las fechas en las que aumentan los casos de malaria y coincide con el momento en el que hay menos personal a causa de las vacaciones. En su centro de investigación hay unos 500 empleados; entre ellos, algunos españoles que se unirán a la celebración festiva en su casa.
4. César Azpilicueta. En busca del gol
La Navidad no existe para los jugadores de la Premier. Cuando el resto del mundo se ralentiza para que haya tiempo de colmar los pies del árbol de regalos y llenar de viandas la mesa, la Liga inglesa acelera el ritmo y plaga de partidos el final de diciembre y el principio de enero. Esta será la tercera no Navidad para César Azpilicueta (Pamplona, 1989), futbolista del Chelsea. “Este año jugamos el 23, el 26, el 28 y el 1. No hay tiempo para ir a Pamplona, así que viene toda la familia aquí”. El día 26 se celebra en Reino Unido el boxing day, una jornada típica para estar en familia, intercambiarse regalos e ir a los estadios. “Se vive un ambiente muy bonito en el campo. Es especial”. Su suegra se encargó de cocinar en 2012 y el año pasado compraron la mayor parte de los platos preparados para no perder tiempo frente a los fogones. “El primer año fue raro, porque cuando en España se están preparando para el parón navideño y tú estás acostumbrado a unos días libres, de repente llegas aquí y es todo lo contrario, no hay descanso”. La Nochevieja de 2012 la disfrutó con Fernando Torres y Juan Mata, sus compañeros de equipo en ese momento, tomando las uvas frente al ipad. “Y luego a dormir, que el día 1 se jugaba”.
5. Miguel de Pablo. Turrón con pingüinos
Obligado, obligado…”. Miguel Ángel de Pablo duda. “Yo voy porque lo necesita el proyecto”. A mediados de diciembre volará desde Madrid y hasta marzo será uno de los pocos habitantes humanos de la Antártida, el continente helado del Polo Sur. Concretamente estará en movimiento entre las bases de las islas Livingston y Decepción y el campamento de la península de Byers. Forma parte de una misión científica internacional que estudia la descongelación de los suelos de la zona. “La región está justo en la periferia de la Antártida, donde en verano las temperaturas suben hasta cero o un grado positivo”, justo lo que se necesita para que se descongele la capa superior del suelo. Por eso no pueden realizar la expedición en ninguna otra época.
“He pasado cinco Navidades fuera de casa, y de esas, tres ya me han pillado en la Antártida”, cuenta. Las bases tienen capacidad para 36 personas, entre dotaciones y científicos muy diversos y de todo el mundo: chilenos, japoneses, argentinos o portugueses. “Celebramos las fiestas modestamente. Nos levantamos pronto y salimos a trabajar al terreno. En Nochebuena acabamos un poco antes y el cocinero nos prepara un menú un poquito más especial”. Paran antes de trabajar, ponen música y se beben una cerveza, pero se van pronto a dormir. “Somos como una familia porque conocemos a la gente ya de muchas campañas”. Un año, el personal no científico les regaló un mapa, una camiseta con el escudo de la base y un pingüino de juguete. De Pablo echa de menos a sus padres y sus hermanos, que pasan las fiestas juntos en Segovia. “Es un sacrificio. Como los médicos de guardia o los militares. Es parte de tu trabajo y, si te gusta, pesa un poco menos”.
6. Cristian Varela. Todo por la música
De las 120 actuaciones anuales del disc jockey Cristian Varela (Madrid, 1975), uno de los más solicitados, normalmente cinco o seis se concentran en las fechas navideñas. Es así desde hace dos décadas, su familia está habituada a no contar con él en la mesa. “Las primeras veces me decían que no me preocupara por faltar, pero creo que lo hacían con la boca pequeña…”. En esta ocasión, el 25 de diciembre estará metido en un avión rumbo a Liubliana, la capital de Eslovenia, donde pincha al día siguiente. “En fechas especiales, el promotor suele tenerlo en cuenta y cuando llegas al hotel encuentras algún detalle. Si es Nochevieja, uvas”. Varela piensa además en el calor del público que le acompaña en esas noches de trabajo: “Si tienes en cuenta esa parte, es más llevadero”. Reconoce que después de tantos años cenando fuera de casa, uno se hace “insensible” y se acuerda de los compañeros de profesión que han tenido que emigrar a Estados Unidos o Canadá en busca de trabajo. Sus Navidades más lejanas del hogar las pasó en Japón, entre Osaka y Tokio. El ganador del DJ Award de 2013 (los Oscar de su sector) admite que él es un privilegiado: “Miro la parte positiva. En el aeropuerto tienes muchas horas para meditar y hacer música”.
7. María Andrés. En las tablas
María Andrés vive en Ámsterdam (Holanda) desde mediados del pasado agosto. Es bailarina y trabaja en la compañía nacional holandesa de danza, que representará una versión de La Cenicienta durante las Navidades, incluidos los días de Nochebuena y Año Nuevo. “En estas fechas, a mucha gente le gusta aprovechar y ver el espectáculo”, explica. “Para celebrarlo me visitarán mis padres y mi hermana, que también se dedica a la danza y vive en Suiza. Se quedarán en mi casa, prepararemos una cena deliciosa y estaremos los cuatro juntos. Lo mejor que puedo pedir”. Cuando coinciden en su Valencia natal se junta toda la familia. “Hacemos un regalo por el amigo invisible y una cena a lo grande. Podemos llegar a ser cuarenta”.
Y los años que toca celebrar fuera mantienen el contacto gracias a Internet. “Nos conectamos a través de Skype y al menos tenemos ese punto de unión”. Aunque admite que pasar las fiestas lejos le da “muchísima rabia”, está acostumbrada a volar sola. A los 16 años se fue a Londres a estudiar ballet con una beca. A los 21 consiguió su primer trabajo en Lisboa, y los dos siguientes los pasó en Madrid, trabajando en otra compañía. “Con el paso del tiempo te acostumbras. Cuando era más joven fue duro, más que nada por irme a un país que no conocía”. El clima también lo lleva mal. “El tiempo lo cambia todo. En Ámsterdam llueve casi todos los días, y muchas veces, cuando piensas si salir o no, al final decides quedarte”. Pero baila. El sacrificio merece la pena.
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