‘United States of Marihuana’
Desde el 1 de enero, en Colorado se puede comprar marihuana para uso recreativo Veintiuno de los 50 Estados permiten el uso terapéutico El futuro de la hierba se juega en este rincón de un país que ha liderado la guerra contra la droga
Un día de otoño de 2009, al exagente de narcóticos estadounidense Matt Cook le hicieron un encargo que le proporcionaría su pequeño lugar en la historia. Le entregaron un documento de 22 páginas y le dijeron: “Vas a regular la industria de la marihuana”.
Nueve años antes, el 7 de noviembre de 2000, los votantes de Colorado habían aprobado, con un ajustado apoyo del 53,5%, una enmienda a la Constitución del Estado que autorizaba el uso de cannabis por motivos médicos. Técnicamente se establecía una especie de excepción a las leyes penales estatales. Los doctores podían “aconsejar” el uso de marihuana a un paciente, este podía designar un cuidador y, tras recibir de la Administración una tarjeta de usuario, tanto el paciente como el cuidador estaban autorizados a poseer cerca de 100 gramos de marihuana o seis plantas.
Pronto una serie de ambigüedades en su redacción convirtieron la enmienda en ineficaz. La principal de estas era la naturaleza de la relación entre el paciente y el cuidador. Primero se estableció un límite de cinco pacientes por cuidador para imposibilitar la distribución de marihuana a gran escala. La presión popular logró que se eliminara finalmente esa limitación en 2009 dando vía libre a los dispensarios de cannabis. La crisis económica había dejado empresarios en paro, naves industriales vacías y unas arcas públicas necesitadas de ingresos fiscales. La elección de Barack Obama, que lanzó ambiguos guiños al tema durante una campaña que buscaba el voto joven, fue interpretada por los interesados como un presagio de cambio en la política federal sobre la marihuana. Finalmente, el Departamento de Justicia, en un comunicado de octubre de 2009, indicó que no actuarían contra los empresarios poseedores de licencias que cumplieran con las leyes de los Estados con marihuana medicinal. Y todos estos factores confluyeron en lo que se vino a llamar la “fiebre verde”, en alusión a aquella otra fiebre, la del oro, que llenó las montañas de Colorado de buscadores de fortuna hace 150 años.
De la noche a la mañana, los usuarios registrados de marihuana médica en Colorado pasaron de cerca de 10.000 a casi 100.000 para finales de 2009. Y el número de dispensarios saltó de unas docenas a un millar. Fue entonces cuando sonó el teléfono de Matt Cook.
“Recluté a expertos de ambos lados del negocio”, explica Cook, un hombre con 36 años de experiencia en el servicio público, que empezó su carrera en la Fuerza Aérea del Ejército, trabajó en el departamento estadounidense dedicado a la lucha antidroga (DEA) y con el tiempo se convirtió en un experto en la regulación de diversos campos delicados, desde el juego hasta las carreras de caballos. “Había policías, expertos en sanidad, funcionarios de los Gobiernos local y estatal, médicos. Y del lado de la industria recluté a pacientes, abogados de pacientes, propietarios de dispensarios de marihuana, cultivadores y activistas. Éramos 32. Nos reuníamos dos veces a la semana. Las reglas eran sencillas: yo soy el jefe; no vamos a ponernos de acuerdo en todo, pero debemos respetar la postura de cada uno; os animo a tener una opinión, pero en última instancia yo tengo que tomar una decisión; la primera vez que no nos tratemos como adultos os pediré que os vayáis y que no volváis; de todas las cosas que hablemos cada día quiero que deis cuenta a cada parte de la industria que vosotros representáis y quiero que traigáis sus impresiones a la siguiente reunión. Estuvimos cinco meses haciendo eso. Elaboramos 108 páginas de normas, que definían el esquema regulatorio, y eso se convirtió en la ley. No hay nada mágico en ello. He cogido cosas que he aprendido en 36 años de trabajo en distintas regulaciones. Hay un poco de la legislación del juego, un poco del alcohol, un poco de las carreras de caballos. Son estrategias probadas. Este es un asunto más, solo que se llama marihuana. Y a mí me tocó el primer asalto: crear este experimento que el resto del mundo observa”.
El resultado es un marco legal que regulaba todos los aspectos del negocio del cannabis medicinal, como dice Cook, “desde la semilla hasta la venta”, y que sirvió como modelo para muchos otros Estados. El interés trascendió también las fronteras estadounidenses. Cook asegura haber recibido visitas de políticos de Canadá, Francia, Alemania, Israel, Uruguay y hasta de Irán.
Hoy la marihuana para uso médico es legal en 21 de los 50 Estados norteamericanos. Y 14 más están considerando legalizarla este año. A nadie se le escapa que la frontera entre el uso medicinal y recreativo es difusa. En 2012 había en Colorado, un Estado de cinco millones de habitantes, casi 140.000 pacientes autorizados a usar marihuana, el 94% de los cuales obtuvieron la tarjeta tras alegar que padecían un “dolor severo”. “No seré yo quien se siente aquí y le diga que no hay un abuso”, reconoce Matt Cook. “Lo hay, no tengo duda de ello. Pero yo no soy médico, pertenezco a las fuerzas del orden. Y ese es un problema que empieza y termina con los médicos. Y también le diré una cosa: hay más de 800 doctores que han prescrito cannabis como medicina para la gente de Colorado”.
Este Gobierno ha decidido no aplicar su ley aquí, es hipócrita, opina un jefe de policía
Con más de cien mil usuarios registrados y un millar de dispensarios legales, el siguiente paso parecía natural. Y en noviembre de 2012, con el 55% de votos a favor, Colorado aprobó la enmienda 64 a su Constitución y se convirtió en el primer Estado, junto con Washington, en legalizar la marihuana para uso recreativo. Ni el gobernador del Estado ni el alcalde de Denver, la capital, hicieron campaña a favor. Pero los legisladores decidieron dejar sus diferencias aparte y llevar a cabo de la mejor manera posible, en una legislatura controlada por los demócratas, la voluntad que habían expresado los votantes en las urnas. Añadieron algunas normas al sólido cuerpo legal creado por el equipo de Matt Cook para la marihuana medicinal. Límites de edad y de compra, restricciones a la publicidad, una fuerte carga impositiva o el compromiso de dedicar los primeros 40 millones de dólares que recaude el Estado a la construcción de escuelas.
Desde el pasado 1 de enero, que pasará a la historia como el “miércoles verde”, en Colorado se permite el cultivo y la venta de marihuana para uso recreativo. También se aprobó en el Estado de Washington, pero, como no tienen una estructura de marihuana medicinal tan avanzada, hasta el próximo verano no se podrá comprar. En Colorado sí. Los residentes en el Estado mayores de 21 años pueden comprar casi 30 gramos de una vez, y los de fuera, 7 gramos.
A nivel federal, la marihuana sigue perteneciendo a la misma categoría legal que la heroína y la cocaína. Pero el pasado mes de agosto se produjo un importante avance en la seguridad jurídica del sector al anunciar la Administración de Obama que no interferirá con las nuevas leyes de Colorado y Washington. En una encuesta realizada en febrero por The New York Times y la CBS, un 51% de los estadounidenses se manifiestan a favor de la legalización del cannabis (en 1979, el porcentaje a favor en la misma encuesta fue del 27%). El apoyo sube a un 72% entre los menores de 30 años. Por preferencias políticas, apoyan la legalización un tercio de los republicanos, un 60% de los demócratas y un 54% de los independientes. El propio presidente declaró recientemente que no cree que la marihuana sea más peligrosa que el alcohol y que es importante que los experimentos de Colorado y Washington avancen: supone una discriminación, dijo, el hecho de que los negros sean arrestados en mayor porcentaje que los blancos por asuntos de drogas, cuando los niveles de uso son similares.
Estados Unidos ya no parece a los ojos del mundo ese país obsesionado con la guerra a la droga como era antaño. Y ya no está tan autorizado para exigir a otros países que no legalicen la marihuana cuando se está vendiendo legalmente dentro de sus propias fronteras. Resultó significativo el relativo silencio de la Administración de Obama cuando, el pasado diciembre, Uruguay se convirtió en el primer país en legalizar el cannabis (aunque todavía no existe la normativa que lo regule).
Colorado es desde el 1 de enero un experimento del que el mundo entero está pendiente. Y hay poderosos argumentos de venta, como el anuncio, formulado hace unas semanas por el gobernador del Estado, John W. Hickenlooper, de que los ingresos por impuestos de la marihuana en Colorado ascenderán a 134 millones de dólares en este ejercicio fiscal. Por no hablar de los miles de puestos de trabajo creados o, por ejemplo, las astronómicas facturas de luz que ingresan las compañías eléctricas de los centenares de plantas de cultivo interior intensivo. Un estudio de 2006, que comparaba las cifras económicas oficiales de diferentes plantaciones con proyecciones de la producción de cannabis, llegaba a la conclusión de que la marihuana era el cultivo comercial más importante en valor económico de EE UU. El estudio señala que la producción de la hierba, con un valor de 35.800 millones de dólares anuales, supera a la suma del maíz y el trigo. Un montón de dinero para tenerlo en manos ajenas a la legalidad, argumentan los activistas.
El cannabis, utilizado en la medicina en el siglo XIX, es ilegal en EE UU desde la llamada Marihuana Tax Act de 1937. El derecho a intoxicarse había quedado prohibido durante la ley seca. Si tiene éxito, el experimento de Colorado puede marcar el principio del fin de la era de la prohibición. Si fracasa, frenaría la actual inercia hacia la equiparación del trato legal de la marihuana al del alcohol. Pero no hay duda de que 2014 va a ser un año clave en la historia del trato legal del cannabis.
Él éxito o fracaso del experimento se medirá atendiendo a distintos indicadores, explica Matt Cook: “¿La marihuana de Colorado está pasando las fronteras del Estado? Eso será determinante. ¿Los niños tienen más acceso? Eso también será determinante. Entiendo que la incidencia en el consumo de menores ha subido algo en todo este tiempo, pero no sé si el origen de esa marihuana es un escenario regulado. Esto es como el alcohol: más del 65% de lo que beben los menores viene de un amigo o del hogar familiar. Los chicos no lo consiguen en una licorería. Y esto no es distinto. Si el producto está a su alcance, los niños lo cogerán de la casa de sus padres. ¿De quién es responsabilidad eso? Es como las pastillas que están en tu botiquín. Yo no uso marihuana, no estoy en ese lado de la moneda. No apoyo el cannabis recreativo, pero tampoco apoyo el uso de alcohol, pastillas o cualquier cosa que altere tu estado mental, a menos que se realice con motivos médicos. También respeto la libertad de elección. Y si la gente está enferma y es así como decide vivir su enfermedad, esa es enteramente su decisión. El Gobierno no debe intervenir ahí. Debemos educar a los jóvenes en los peligros de esta y de otras sustancias. Eso es responsabilidad de la familia. No del Estado, no de los médicos. Y si un niño coge marihuana de tu botiquín, no se va a morir. Eso es algo que no puedes decir de muchas otras sustancias”.
Un 51% de ciudadanos de Estados Unidos está a favor de la legalización del cannabis
Las hermanas Hackett se han acostumbrado a derribar estigmas. De las paredes de su despacho, a las afueras de Denver, cuelgan recortes de periódicos de principios de los ochenta donde las tres jóvenes hermanas, fortachonas, con camisas de leñador, vaqueros y mofletes sonrosados, posan encaramadas a lo alto de una compleja estructura de vigas de hierro. Tercera generación de una familia de trabajadores del metal, en 1979 se convirtieron en las primeras mujeres obreras de la construcción de estructuras metálicas de Colorado. Un mundo de hombres en el que lograron hacerse fuertes. Y circunstancias de la vida llevaron a dos de ellas a convertirse, 30 años más tarde, en pioneras de otro negocio bien distinto: el de la venta legal de marihuana.
“A los 28 años estaba construyendo nuestro antiguo aeropuerto y me caí al suelo desde una altura de 11 metros”, recuerda Robin, la hermana mayor. “Seguí trabajando casi 20 años más, medicada, y cuando me retiré a los 45, tenía tal dolor en la espalda a causa de las lesiones que no podía con ello. Me trataba con opiáceos y estuve dos años sin salir de casa, no podía funcionar a ningún nivel. Una amiga parapléjica me decía todo el tiempo que debía probar la marihuana. Yo le contestaba que no iba a funcionar. ¿Cómo me iba a ayudar si ni siquiera los opiáceos me ayudaban? Durante tres meses vino cada día a mi casa y me traía una galleta de marihuana. Y lo que me hizo finalmente comerla fueron 20 centímetros de nieve. Se le quedó encajada la silla de ruedas en la nieve y yo le dije: ‘¡Dame la galleta! ¡Te vas a matar!’. La comí delante de ella, y en dos horas tuve más alivio del dolor del que había tenido en 15 años”.
Robin leyó todo lo que encontraba sobre la marihuana y empezó a tener ideas. “Cuando la nueva ley entró en vigor en Colorado, llamé a mi hermana Cheri y le pregunté: ‘¿Quieres abrir un negocio de marihuana conmigo?’. Ella me contestó: ‘¡Ni loca! ¿De qué estás hablando?’. Yo le dije que a mí me había salvado la vida y que podía salvar las vidas de otros. Y una hora después me llamó y me dijo que sí. Así es como llegamos aquí, a partir del dolor y el sufrimiento”.
Las hermanas Hackett montaron Botana Care, una empresa de cultivo y dispensación de marihuana médica. “Esto no ha sido fácil”, explica Robin, paseando por un bosque interior de esplendorosas plantas de marihuana de casi dos metros de altura cuidadosamente etiquetadas. “Ha habido muchos obstáculos en el camino, daban ganas de rendirse. Pero entonces mirábamos a los pacientes y decíamos: ‘Vamos a seguir luchando por aquellos que no pueden luchar”.
Los obstáculos proceden de la paradoja de que estos empresarios trabajan, amparados por una ley estatal, con un producto cuyo tráfico y consumo es ilegal a nivel federal. Y sucede, por ejemplo, que estas compañías –que pagan impuestos, emplean a decenas de personas y pagan facturas de electricidad que superan los 10.000 dólares al mes– no pueden operar con bancos, que no se arriesgan a que la policía federal actúe contra ellos por blanquear dinero de una actividad delictiva. Así que la mayoría maneja y atesora enormes cantidades de dinero en efectivo. Pero la situación tiene visos de arreglarse después de que, el pasado 13 de febrero, Obama invitara a los bancos a trabajar con los empresarios de la marihuana legal y se comprometiera a no actuar contra ellos.
Robin Hackett explica que en tres años de actividad han visto a cerca de 3.000 pacientes, 850 de los cuales han aceptado formar parte de su programa de investigación para determinar qué variedad de planta funciona mejor según qué tipo de enfermedad. La medicina cannábica ha adquirido un considerable nivel de sofisticación. Clasificada por primera vez en 1753 por el sueco Linneo, padre de la taxonomía, no fue hasta 1964 cuando, en la Universidad Hebrea de Jerusalén, el profesor Raphael Mechoulam identificó los cerca de 60 cannabinoides que componen la planta. El más famoso es el THC, que es el responsable de los efectos psicoactivos, pero apenas tiene indicaciones médicas, más presentes en otro componente llamado CBD. Las distintas cepas de planta pueden tener mayor o menor presencia de los diferentes cannabinoides.
A la pequeña Charlotte Figi le diagnosticaron una enfermedad llamada síndrome de Dravet, y cuando tenía tres años sufría cerca de 300 ataques epilépticos agudos por semana. Sus padres ensayaron con ella todo tipo de tratamientos hasta que un doctor les recomendó que probaran con marihuana, pero una variedad muy baja en THC, para que la niña no se intoxicara. Según el testimonio de los padres, Charlotte pasó a tener solo dos o tres ataques al mes y a poder llevar una vida normal. Los Figi se instalaron entonces en la ciudad de Colorado Springs y se pusieron en contacto con los hermanos Stanley, unos de los mayores productores del Estado, para convencerlos de que localizaran esa cepa y la cultivaran para que su hija pudiera tomarla. Los Stanley se pusieron manos a la obra y, en honor a la pequeña, bautizaron esa variedad como Charlotte’s Web. La emisión de un reportaje sobre los Figi el año pasado en la CNN provocó una oleada de emigración a Colorado de familias con hijos enfermos. Incluso hay algunos de los Estados de EE UU más conservadores que están estudiando legalizar el uso medicinal de marihuana, pero solo de esta cepa sin THC.
La comunidad médica oficialmente no recomienda el uso terapéutico del cannabis, ya que no hay estudios científicos controlados en humanos que demuestren que su eficacia sea mayor que sus efectos adversos. Pero las hermanas Hackett, como otros muchos cultivadores, no solo confían en su valor, sino que aseguran haberlo demostrado en años de experiencia. Cultivan decenas de cepas distintas y han desarrollado cientos de productos para combatir diferentes dolencias.
Cuando se legalizó la marihuana recreativa, las Hackett se apuntaron también al carro y ampliaron su negocio. El pasado 1 de enero tuvieron tanta gente haciendo cola en la calle, bajo la nieve, que habilitaron un enorme hangar que tenían vacío para que esperaran más cómodamente. “El primer día atendimos a 650 personas y calculamos que otras 350 se quedaron fuera”, asegura Robin. “La gran fiebre duró un par de semanas, pero hoy seguimos atendiendo cada día a 300 personas de media”.
La batalla ahora en Colorado, opina Robin, es convertir la marihuana de legal en aceptable. “Durante los años de la marihuana medicinal era legal usarla, pero seguía siendo un asesino de trabajos”, explica. “Esta gente no puede levantarse y contar sus historias. Deben permanecer anónimos para no perder su empleo. La gran batalla es convertirlo en aceptable en la sociedad. Desde el pasado 1 de enero se ha avanzado mucho en combatir el estigma asociado al cannabis”.
¡Bienvenidos al hogar de la marihuana libre!, dice el guía antes de pasar su porro
Mucho antes de convertirse en director del RMHIDTA un programa del Gobierno federal para coordinar a los distintos cuerpos de policía en la lucha contra el tráfico de drogas en los Estados de las Montañas Rocosas, la infancia de Tom Gorman no fue ni mucho menos un camino de rosas. “Digamos que fui un rufián”, concede, recién llegado a desayunar a Denver de su casa en las montañas. “Fui boxeador profesional en Nueva Jersey y miembro de una banda delictiva”, reconoce. “Pero mi mujer me salvó. Mi amor adolescente me sacó de las bandas y me animó a entrar en las fuerzas del orden. He sido bendecido por una bella mujer”.
Gorman luchó brevemente en Vietnam y después, en 1968, se convirtió en agente antidrogas en California, en plena revolución hippy. Combatió a tiros a los cárteles colombianos y acabó dirigiendo el cuerpo de narcóticos de aquel Estado en los años ochenta. Tras jubilarse, se mudó a Colorado a coordinar este programa. En el tiempo que le dejan libre las redadas a laboratorios de metanfetamina, mantiene su batalla, casi personal, contra la marihuana.
“Colorado ha violado la ley diciendo que autoriza vender algo que la ley federal, que es superior, prohíbe”, resume Gorman. “Este Gobierno, por alguna razón que desconozco, ha decidido no aplicar su ley aquí. Es una hipocresía. O eres un Estado de derecho o no lo eres”.
“Yo estoy en contra de la legalización”, explica. “Creo que el alcohol y el tabaco nos dan el perfecto mapa de ruta de dónde estaríamos si legalizáramos otras drogas. El alcohol es terrible en este país. Más del 50% de la población lo consume regularmente. Tenemos 18 millones de adictos, más adictos que los de todas las drogas ilegales juntos. No hay nadie en este país que no esté afectado en su familia por un alcohólico. Perdemos 11.000 personas cada año por culpa de conductores ebrios. Y lo toleramos. ¿Por qué está tan extendido? Porque es accesible, hay poca percepción de riesgo y está socialmente aceptado. De manera que si haces eso con otras drogas, sabes lo que va a pasar”.
En opinión de Gorman, los lobbies prolegalización hicieron un gran trabajo en Colorado. “Si reúnes suficientes firmas, puedes poner cualquier cosa en una elección”, explica. “Pero recoger esas firmas cuesta dinero. Lo intentaron en California en 2010, pero perdieron la elección. Hay 37 millones de personas allí y es difícil influir, necesitas mucho dinero. Entonces decidieron enfocarse en Colorado, un Estado poco poblado y con una sólida estructura de marihuana medicinal. Fueron muy efectivos. Se gastaron entre tres y cuatro millones de dólares en la campaña, y la otra parte solo pudo recaudar 500.000. Colorado es un swing state [Estados que no son claramente demócratas o republicanos, donde se juegan las elecciones presidenciales] y, con un montón de nuevos votantes jóvenes, los partidos prefirieron no involucrarse en este tema tan controvertido”.
Hoy es el 25º cumpleaños de James, diseñador de páginas web, y ayer fue San Valentín. Así que él y su novia, Jennifer, se han regalado una escapada a Colorado. Vienen de Phoenix (Arizona), y esta mañana se han apuntado a un tour.
James y Jennifer comparten autobús con una quincena de personas que no habían visto nunca antes, pero con los que van a vivir durante las próximas horas la intimidad de un colocón memorable. Está Mauricio, que viene de El Paso (Texas) con su novia. Están Clay y su mujer, que regentan una tienda de souvenirs en Carolina del Norte. Está la encantadora Roxanne, la única de Colorado, sexagenaria masajista poseedora de una tarjeta de uso médico de cannabis, que a veces atribuye a su dolor de espalda, y a veces, a las molestias en las articulaciones de sus manos.
El autobús es una especie de pista de baile rodante con butacas negras corridas en las paredes, una barra de striptease en medio y luces de discoteca. Uno de los organizadores del viaje enciende un canuto y, antes de pasarlo, da la bienvenida a los turistas.
–¡Bienvenidos a Colorado, hogar de la marihuana libre!
Explica que visitaremos dos dispensarios, por si alguien necesita comprar algo, y una avanzadísima plantación que causará el deleite de los gourmets, además de una tienda de artesanía de pipas de agua.
James fuma sin pausa. Se llena y se vacía en cada calada, cubriéndose a sí mismo y a su novia, Jennifer, en una densa nube de humo. Es un fumador empedernido, pero esta es la primera vez que lo hace legalmente. Su Estado, Arizona, votó en contra de la marihuana medicinal. Y en este tema no se andan con tonterías. Hace tres años, cuenta James, le paró la policía por hacer un giro prohibido con su coche. Le hicieron un análisis de sangre y dio positivo en marihuana. Pasó 10 días en la cárcel, vestido con ropa interior rosa, tal como ordenaba Joe Arpaio, anciano sheriff del condado de Maricopa, para humillar a los presos. Cuando salió, tuvo que llevar un año en su coche una especie de dispositivo al que tenía que echar el aliento cada vez que quería arrancar. Lo irónico es que el cacharro solo detectaba en el aliento el alcohol, y James no bebe. Es el mismo país. Solo seis horas de coche separan Phoenix de Denver.
En Denver no se puede fumar marihuana en la calle. Tampoco en los bares, ni en los hoteles. La gente fuma en sus casas. Solo un cierto olor a marihuana fresca que entra por la ventanilla del coche arrastrado por el viento en las autopistas que rodean la ciudad puede llamar la atención de un olfato experimentado. La mayoría de los dispensarios están en las afueras, igual que las naves de cultivo interior. Y en los logos se estilan más las cruces verdes que, pongamos, las banderas jamaicanas.
Para vivir una auténtica experiencia de marihuana, los turistas contratan este tipo de tours que visitan dispensarios y cultivos. Florecen las empresas de turismo cannábico montadas por inquietos universitarios treintañeros. El pastel es apetitoso: de los ocho millones de dólares en ventas de marihuana que se hicieron en Colorado en enero de este año, la mitad procedía de visitantes de fuera del Estado. Hay ofertas para todos los bolsillos. Desde exclusivas escapadas con avión y hotel, combinadas con algún día de esquí, hasta cuatro horas fumando hierba en un autobús con desconocidos, compartiendo conversación y ataques de risa, siempre al ritmo de distintas variedades de música fumeta y la inevitable Rocky Mountain high, la canción de John Denver que se convirtió en himno de Colorado, y ahora, dado que su significado también puede ser “el colocón de las Montañas Rocosas”, en himno de la legalización.
Colorado posee una rica tradición bohemia. En sus reformatorios creció el salvaje Neal Cassady, icono de la generación beat. Y en 1970, otro mito de la cultura underground estadounidense, Hunter S. Thompson, creador del periodismo gonzo, se presentó a sheriff del condado de Pitkin con un programa que ya incluía medidas en favor de la legalización de las drogas. Se trataba, eso sí, de medidas difíciles de poner en práctica. “Ninguna droga que merezca la pena tomar debe ser vendida por dinero”, proponía. “Instalaré enfrente del palacio de Justicia un potro de tortura para castigar de forma pública a los camellos deshonestos”. Perdió las elecciones contra el conservador Carroll Whitmire por solo 500 votos.
Años más tarde, en la pequeña población montañera de Keystone, en una reunión de la Sociedad Internacional de los Cannabinoides de 1992, se dio nombre a la propia versión del THC que se encuentra en el cuerpo humano, un neurotransmisor químicamente semejante al THC, descubierto en el laboratorio israelí de Mechoulam, que demostraba que el cannabis no actúa perturbando las membranas de las células cerebrales como, por ejemplo, el alcohol. Tiene un receptor propio. A ese neurotransmisor se le llamó “anandamida”, que proviene de ananda,bendición en sánscrito, el idioma en que primero se describió el cannabis hace 3.000 años.
Hoy Colorado vuelve a estar en el centro de la historia de la marihuana. Algo que no gusta a todos los lugareños. Bobby, joven trabajador de Goldman Sachs, ha venido a pasar el puente a Denver con su esposa, la hija de ambos y una amiga de esta. Viven al norte de las Montañas Rocosas, a cinco horas en coche de la ciudad. Al entrar en conversación, en el lobby de un hotel de lujo, asegura que él no es partidario de todo este asunto de la legalización. Y no porque no le guste el producto. “Llevo desde cuarto de primaria fumando hierba religiosamente”, explica. “Colorado siempre ha sido un Estado tolerante con la marihuana. Fumabas en cualquier lado y nadie te decía nada. Yo fumaba en el coche y nunca me pararon. Ahora, en cambio, la policía está encima de ti todo el día. Esto es una locura”.
Bobby no adquiere su marihuana en el circuito legal. “Yo fumo mucho mejor hierba que la que se consigue en los dispensarios”, asegura, “y la compro mucho más barata. Además, lo peor de todo esto es que al final acabarán metiéndose las grandes marcas, que ya están interesándose en el negocio, y empezarán a utilizar fertilizantes y cosas así. A mí me gusta toda la cultura que rodea a la marihuana, creo en ella de verdad, no quiero que se convierta en un producto más”. Bobby se despide, sube a su habitación de 400 dólares la noche, donde está prohibido fumar, y anuncia que se liará un buen porro antes de acostarse, como siempre. “Lo haré en el baño, con la ventilación”, explica. “Todo el mundo lo hace”.
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