Río de Janeiro, reinventado
Juegos Olímpicos a la vista en 2016 y un Mundial de fútbol encima marcarán un antes y un después en la historia de Río de Janeiro. Infraestructuras y un plan urbanístico ambicioso están transformando la ciudad. Barrios desalojados, disminución de la inseguridad, descontento ante las brechas sociales, encarecimiento progresivo de los servicios son los efectos de una nueva cara que afronta con energía el futuro.
Hay una coletilla popular en Río de Janeiro que dice: “Imagina na Copa!” (una traducción libre podría ser “¡Imagínate cómo será durante la Copa del Mundo!”). La expresión, que se ha extendido por la ciudad hasta convertirse en un fenómeno viral, suele usarse para poner el énfasis en todo lo que no funciona bien. Si las lluvias provocan una gran inundación o un apagón paraliza el metro, entonces siempre habrá algún carioca guasón que soltará: “Imagina na Copa!”. Espoleada por el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, Río de Janeiro está sufriendo una profunda metamorfosis tanto en su paisaje urbano como en su fotografía social. La ciudad vive una gran intervención urbana que abarca desde las redes de transporte hasta la recuperación de áreas deprimidas en las que hasta hace poco solo transitaban las ratas, los mendigos o los inconscientes. La policía penetra progresivamente en las favelas de la ciudad para arrebatárselas a los grupos narcos. Y así, poco a poco, Río ha ido mutando en una ciudad diferente, donde se puede circular con más seguridad, pero en la que los más pobres tienen menos cabida y se ven forzados a emprender el éxodo hacia áreas más periféricas. La transformación en curso mejorará la vida de millones de cariocas, pero sus efectos colaterales también dejarán una huella imborrable.
Cuando el viajero desinformado desembarca en el aeropuerto internacional de Río de Janeiro Antonio Carlos Jobim (conocido como Galeão), al adentrarse en la ciudad quedará impactado por una extensión interminable de favelas (el complejo de Maré, una de las áreas donde el narcotráfico mantiene uno de sus bastiones). Después recorrerá varios barrios populares de la zona norte, dejará el centro de la ciudad a la izquierda y, una vez atravesado el túnel Rebouças, penetrará en un universo radicalmente diferente: verá cómo se abre ante sus ojos una maravillosa panorámica de la laguna Rodrigo de Freitas y la sofisticación de los edificios que la rodean. Al sur, donde las autoridades redoblan esfuerzos para mostrar la cara más agradecida de la capital turística de Brasil, se nota la inversión.
Nunca deja a nadie indiferente, un lugar que provoca reacciones extremas de amor u odio en mitad de la exuberancia de la naturaleza. O de las diferencias entre ricos y pobres. O en medio de la banalización de la muerte. O de la alegría natural y contagiante de sus gentes...
Río de Janeiro es la misma ciudad vibrante de hace décadas, reciclada de su pasado inmediato de violencia narco y sometida a un intenso y necesario lavado de cara para prepararla ante los eventos que se aproximan. El primer destino turístico de Latinoamérica y la segunda mayor economía de Brasil (tras São Paulo), cuyo paisaje urbano ha sido declarado en 2012 por la Unesco patrimonio cultural de la humanidad, pelea a brazo partido para consolidarse como una de las capitales de visita obligada y como un ineludible polo financiero y de servicios. En su contra tiene unas deficientes redes de transporte urbano, servicios hoteleros caros y obsoletos, un mercado inmobiliario que parece fuera de control desde hace varios años y unos índices de violencia que han presentado mejoras desde 2008.
Las críticas furibundas en los últimos años provienen de los vecinos de las favelas
Una de las críticas más furibundas en los últimos años proviene de los vecinos de algunas favelas localizadas en zonas donde se están desarrollando grandes obras de infraestructura o donde simplemente existe un interés turístico o inmobiliario. Es el caso de la comunidad de Metrô Mangueira, en las inmediaciones del ya reformado estadio de Maracaná, donde se celebrará la final del próximo Mundial. Esta pequeña comunidad, separada por unas vías de tren de la tradicional favela de Mangueira, conocida por su prestigiosa escola de samba y por ser la cuna de grandes nombres de la música carioca como Cartola o Nelson Sargento, vive desde hace años una situación dramática. Las excavadoras han ido demoliendo poco a poco las viviendas, configurando una suerte de poblado fantasma en el que los pocos vecinos que se han resistido a abandonar sus casas conviven con una escenografía de guerra, montañas de escombros y grupos de adictos al crack que han encontrado en este lugar un refugio perfecto para su consumo. “Cuando empezaron las demoliciones, pensamos que era la peor situación que podíamos vivir, pero no: hoy la comunidad está mucho peor, ya que la alcaldía ni se molesta en retirar los escombros”, relata Francicleide da Costa Souza, expresidenta de la asociación de vecinos. “Nos dijeron que iríamos a un lugar mejor. Pero la calidad de la construcción es bastante mala. Ni se puede comparar con mi antigua casa”, se lamenta. Eomar Freitas también ha sido reasentado en el mismo complejo de edificación pública (Mi Casa Mi Vida). Sin embargo, mantiene en la favela un pequeño bar asediado por drogadictos y delincuentes de poca monta. “Todo el proceso ha significado una falta de respeto. Llegaron a mi casa sin pedir permiso, como si fueran los dueños. Pintaron con aerosol en mi puerta las iniciales SMH (Secretaría Municipal de Vivienda). Era la marca para que mi casa fuese demolida, cuando yo todavía vivía en ella”.
En el barrio de Jacarepagua, en la zona oeste, está la favela de Vila Autódromo, donde la alcaldía también ha culminado un proceso de demolición de casas porque resultaba rigurosamente necesario para el plan de urbanización del Parque Olímpico. El trazado de la autopista Transoeste, sin duda importante para conectar con eficacia las poblaciones de esa zona con el resto de la ciudad, también se ha llevado por delante centenares de casas de tres favelas. El mismo esquema se repite en el Morro de la Providencia, la favela más antigua de Río, enclavada en el centro, donde un ambicioso plan de regeneración urbanística con funicular y un centro cultural ha dado pie al desalojo de 800 familias.
“Existe un patrón de violación de los derechos de estas personas”, explica Renata Neder, de Amnistía Internacional. “Falta transparencia en los proyectos. No se consulta a las comunidades la forma de llevarlos a cabo de la mejor manera. Los desalojos no se notifican con un mínimo de antelación. Y las alternativas ofrecidas no llegan a compensar el trastorno. Algunas familias incluso se quedan sin contraprestación”, denuncia. Por su parte, la alcaldía de Río niega que los desalojos se hayan producido de la manera que narran los afectados y las organizaciones de defensa de derechos humanos que han denunciado el asunto ante la ONU. En 2012, el entonces secretario de vivienda de la alcaldía de Río, Jorge Bittar, admitió: “Creo que sí existe algún trastorno para estas personas, pero también es cierto que es difícil hacer una tortilla sin romper huevos. Estamos procurando hacerlo todo con un profundo respeto”.
Mientras en determinadas áreas de Río se libra esta batalla por los derechos de una minoría, ambiciosos predios culturales se extienden por el revitalizado centro. En la zona portuaria se alza el recién inaugurado Museo de Arte de Río (MAR): 15.000 metros cuadrados de instalaciones dedicadas al arte brasileño y a temáticas relacionadas con la capital de la samba. “Tendremos exposiciones que articulen el placer y el dolor de vivir en esta ciudad con una mezcla de autoestima y autocrítica”, comenta Paulo Herkenhoff, director del centro.
La Casa Daros (una filial de la Colección Daros Latinoamérica, con sede en Zúrich) también abrió sus puertas en marzo de 2013 en el tradicional barrio de Botafogo y contiene un extraordinario acervo de arte contemporáneo latinoamericano que se va renovando permanentemente con las 1.200 piezas de la institución suiza. Está previsto que el nuevo triángulo cultural lo cierre en 2015 el Museo del Mañana, firmado por Santiago Calatrava. Se trata de una enorme estructura (no exenta de polémica entre arquitectos y urbanistas) que se adentra en la bahía de Guanabara y que está destinada a ser la principal atracción del nuevo Porto Maravilha (Puerto Maravilla), el área en vías de reciclaje tras décadas de abandono, inspirada en la Barcelona olímpica.
Es la tercera ciudad más cara del mundo para alquilar oficinas
Tras años de tribulaciones y polémicas de sobrefacturación, se inauguró a principios de 2013 la Ciudad de las Artes, en plena arteria principal de Barra de Tijuca, zona oeste. Se trata de un imponente (y excesivo, según no pocos críticos) complejo de hormigón, que alberga auditorios, cines, exposiciones y teatros, diseñado por el arquitecto francés Christian de Portzamparc. Para muchos, este predio representa la quintaesencia de la mala gestión de los fondos públicos en Río. Durante años permaneció inacabado y embargado por las denuncias de irregularidades. El nuevo estadio de Maracaná ha corrido mejor suerte, principalmente por su inauguración forzada en la Copa Confederaciones. El coste de la reforma llegó a doblar lo inicialmente presupuestado.
Según el periodista y escritor brasileño Zuenir Ventura, Río ha sido en las últimas décadas una “ciudad partida”, fragmentada en barrios pudientes y favelas miserables. Hoy lo es un poco menos, según los indicadores de desarrollo que apuntan a una disminución progresiva de la pobreza. Sin embargo, la desigualdad social es un problema tan enquistado que su solución se revela una tarea titánica de generaciones. Al margen, en Río se lleva a cabo una estrategia de ocupación policial y recuperación de las favelas que antaño estaban controladas por el más virulento de los narcotráficos armados. En 2008 arrancó un plausible proyecto para implantar Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en favelas estratégicas de la ciudad. Cinco años después, 36 unidades marcan presencia en más de 200 comunidades donde viven 1,5 millones de personas. El objetivo último de esta estrategia consiste en acabar con la violencia narco (no con el narcotráfico en sí) e implantar las condiciones mínimas de seguridad para que los servicios públicos puedan penetrar en estos barrios donde antiguamente la policía solo accedía para desencadenar tiroteos o cobrar sobornos. Se trata del primer paso hacia una próxima integración urbana de las favelas con el resto de la ciudad, la gran factura pendiente de Río de Janeiro que borraría para siempre esa triste denominación de “ciudad partida”. Pero ese camino será tortuoso e implicará nuevos y dolorosos efectos colaterales. De momento, los tiroteos entre policías y narcos están volviendo a ser frecuentes en algunas de las comunidades que se creían pacificadas, como la de Rocinha, la mayor de Brasil, donde viven más de 100.000 personas. Esto ha llevado a concluir a muchos especialistas en seguridad pública que la estrategia de pacificación ya ha entrado en decadencia. “El modelo de las UPP tal y como lo hemos conocido está agotado. El efecto positivo de los primeros años ya se ha diluido y ha llegado la hora de tomar nuevas decisiones que impidan una vuelta atrás en las conquistas realizadas”, comenta el sociólogo especialista en violencia Ignacio Cano.
Pero estas dudas no impiden que la zona sur de Río, la rica, con las mundialmente conocidas playas de Copacabana e Ipanema, experimente un imparable auge que la distancia del resto. Si la economía crece en la capital más visitada de Brasil, en la zona sur se está produciendo un gran milagro que lleva a recordar los tiempos del Manaos del caucho. El comercio vive un momento de esplendor inédito en las últimas décadas y las mejores firmas del mundo quieren marcar presencia, cueste lo que cueste, en la segunda ciudad más cara de Latinoamérica para hacer turismo (según el portal Tripadvisor), con los inmuebles por las nubes al ser la tercera ciudad más cara del mundo para alquilar una oficina, tras Hong Kong y Tokio, según un informe redactado por los expertos del Deutsche Bank. La expansión inmobiliaria acelerada no da tregua. Mientras el grifo del crédito siga razonablemente abierto y el poder adquisitivo de las clases media y baja no decaiga, el negocio está garantizado. Hasta final de 2016, la economía parece estar bien apuntalada. Sin embargo, nadie sabe lo que ocurrirá cuando se apaguen los fuegos fatuos de los Juegos Olímpicos.
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