Pasando un rato en Marivent
Tanto en Marivent como en La Moncloa faltan sentido y sensibilidad, y, como Francisco Rivera, parecen enfrentarse al toro y a la vida entre la arrogancia y la desesperación
La nave no tripulada Curiosity no ha aterrizado todavía en Marte como asegura la NASA, sino que lo ha hecho en Palma de Mallorca, concretamente en Marivent, y, alarmada al enterarse de la llegada del chisme, la duquesa de Lugo cogió a los niños y salió volando de la isla. Casi al mismo tiempo, los Príncipes de Asturias decidieron coger el último tren que sale de Palma a Sóller para hacer una pequeña excursión, así que ni se vieron. Se subieron a ese último tren y regresaron a palacio en un coche conducido por el propio Príncipe. No sabemos si la persona que subió el vehículo bajó con la familia o se quedó en compañía de los fantasmas de George Sand y Chopin. Para ese momento, la duquesa ya estaba a más de 248 millones de kilómetros de allí, la distancia entre Marivent y Marte.
Marivent se ha convertido en el culebrón del verano. El que fuera palacio de descanso, regatas y partidas de pádel, es ahora como un gran decorado para una suculenta teleserie, con una familia tan normal como disfuncional dentro. Y esto tiene más de positivo de lo que parece. Al hacerse un culebrón, la monarquía se populariza, podemos empatizar con sus problemas. Como si al verlos también nos viéramos. El culebrón engorda cuando la corona se hace adulta, le suceden cosas, y algunas las vemos: divorcios, litigios, disparos, romances y caídas. Este serial en el fondo no los diezma; al contrario, los hace próximos y populares, y eso favorece. De ahí que la nave Curiosity decidiera emprender su viaje al planeta rojo cediendo a su natural curiosidad pasando un rato en Marivent.
En palacio, “unos entran y otros van saliendo”, como en la canción de Mecano. Un frufrú de infantas que salen, infantas que no llegan, hijos que se marchan casi sin despedirse. Muy difícil que alguien tenga cabeza para gestionar una casa con ese abrir y cerrar puertas y maletas. Como siempre, el servicio tendrá que hacer un sacrificio, y eso nos atañe a todos. Letizia, cuando vio que se quedaba sola el fin de semana con sus suegros, los Reyes, prefirió hacer maletas y, ¡aire!, marcharse con sus infantas a Madrid. Dejando tras ella su perfume y otra incógnita: una vez que se quedaron solos, ¿los Reyes se habrán visto? ¿Se habrán cruzado en algún pasillo?
Mientras Marivent se encrespa, La Moncloa espera un rescate “suave”, como si se tratase del resultado de un buen acondicionador de cabello. Esperando esa solución capilar a nuestros problemas, Rajoy tiene ante sí otro bastante enredado: cómo no añorar los veranos en la ría de Pontevedra, sus nieblas matinales, los paseos por la playa mientras Viri, su esposa, terraceaba con sus amigas, en plan tranqui. En La Moncloa como en Marivent, todo eso es pasado. Rajoy tiene Consejo de Ministros cada viernes de agosto y muchas horas en un Madrid tórrido.
Podríamos rescatarle de la nostalgia con algunas actividades suaves. La primera, subir a la piscina exterior del hotel Emperador en la Gran Vía para refrescarse. Eso sí, Mariano debería escoger el horario de mañana, porque por las tardes acude la actriz Loles León, a la que no le importaría decirle al presidente cuatro cosas bien dichas, y además pincharle la colchoneta. Hidratado y peinado, Mariano podría salir por las terrazas de Chueca y Malasaña acompañado por Esperanza Aguirre. Esperanza vive en el barrio y aceptará el plan de buen grado, siempre y cuando les acompañe Mario Vaquerizo para al menos tener unas risas aseguradas.
Aunque Rajoy pase más tiempo de rodríguez en Madrid, crece la preocupación de los populares de Galicia por si acude a su cita de cada verano con los toros. Prefieren evitar esa foto del líder fumando en los toros de Pontevedra. ¡Qué exagerados! ¿Qué más da que Mariano se fume un puro en los toros? ¿Nos van a subir los intereses de la deuda porque a nuestro presidente le guste un buen puro? Esas son las típicas cosas de letra pequeña en los rescates suaves. No solo nos quieren ahogar y rescatar, sino que también nos quieren cambiar. Y dejar sin veraneo.
Incluso con su suavidad, el rescate es un poco como ese regaño paternal que jamás olvidas ni quieres que vuelva a suceder. Lecciones de adultos. Como las discretas segundas nupcias de Felipe González. Un segundo matrimonio llega cuando estás más experimentado, eso es un plus innegable. Celebrarlo con unos recortadísimos seis invitados es de una discreción muy alejada de aquella fastuosa boda en El Escorial de la hija del presidente Aznar con la troika de Blair, Barroso y Berlusconi paseándose por el monasterio. La boda de González ha sido también de alta precisión y cálculo, hasta en el detalle de que los familiares directos estaban todos de vacaciones fuera de Madrid, y confirma felizmente que uno puede casarse con su novio o novia sin nadie más. Como los Reyes en Mallorca, sin nadie más.
Este agosto que Marivent es un culebrón, y el descanso presidencial, una tensa pausa, apetece recomendar una lectura: Sentido y sensibilidad, de Jane Austen, deliciosa novela donde el conflicto de clases y la adaptación a tiempos nuevos subyace bajo una magnífica trama sentimental. Tanto en Marivent como en La Moncloa faltan sentido y sensibilidad, y, al igual que el matador Francisco Rivera, parecen enfrentarse al toro y a la vida de la misma manera: entre la arrogancia y la desesperación.
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