_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Argelia, cincuenta años

La guerra de independencia es un hitos de la liberación de los pueblos frente al colonialismo

Marc Carrillo

Evian-les-Bains, ciudad francesa de la Alta Saboya cercana a Suiza por el lago Leman, no sólo es conocida por su agua mineral sino porque el 18 de marzo de 1962 allí se firmaron los acuerdos de alto el fuego, tras la guerra iniciada en 1954 contra el colonialismo francés, que ocupaba el territorio argelino desde 1830, en los inicios de la monarquía orleanista. Un mes después, el 90,81% de los franceses aprobaron en referéndum dichos acuerdos que conducían a la autodeterminación del pueblo argelino, quien a su vez, en otro celebrado el primero de julio aprobó por el 99,72 % de los electores, el acceso a la independencia. Tras el periodo de gobierno provisional dirigido por el moderado Ferhat Abbas, en 1963 accedía a la jefatura del Estado el primer presidente de la naciente república Ahmed Ben Bella, fallecido recientemente.

Surgía así un nuevo Estado, de régimen presidencialista pronto hegemonizado por el Frente de Liberación Nacional (FLN), que quería construir un socialismo autogestionario, de nacionalismo económico y un cierto islamismo religioso. Un Estado integrado en el grupo de países no alineados surgido tras la conferencia de Bandung (1955) que pretendían marcar distancias con la dinámica de bloques de la guerra fría entre los EE UU y la URSS. Atrás quedaba la férula del dominio francés, que desde la ocupación había expoliado las riquezas naturales de Argelia, sometido a la población originaria magrebí a una explotación económica y a la más absoluta marginación social y política: pobreza extrema, analfabetismo, racismo y una discriminación política que, por ejemplo, les obligaba a elegir a sus escasos representantes en un colegio electoral separado de los franceses que se habían asentado en su territorio.

Argelia era para los franceses una provincia más. Así se explica que su división territorial fuese también constituida por departamentos que llegaron a ser hasta 15. No entendían el levantamiento de la población árabe contra la dominación colonial. Para los colonos europeos (franceses, españoles, italianos y judíos) que habían empezado a instalarse a mediados del siglo XIX, Argelia era su tierra de promisión, a costa —claro está— de la población árabe. Por esta razón, los numerosos intentos de rebelión para mejorar sus condiciones de vida y después para aspirar a la independencia fueron siempre salvajemente reprimidos. En 1945, una vez creada la Liga de Naciones Árabes, cuando la población musulmana creyó llegado el momento de crear una nación libre y federada con la Gran Nación Árabe, la respuesta francesa a la insurrección en Constantine fue brutal: la represión se saldó con la muerte o desaparición de 45.000 argelinos. Y eso a pesar de su activa participación junto a las tropas de la Francia Libre en la lucha contra el nazismo y en la que un joven Ben Bella sería condecorado por el mismo general De Gaulle.

En las próximas legislativas la alternativa pueda estar en los islamistas. Ganaron en 1992 y no les fue reconocido el triunfo

La guerra de Argelia que condujo a la independencia (1954-1962) es uno de los hitos de la liberación de los pueblos frente al colonialismo. Una guerra cuya condición de tal no fue reconocida por Francia hasta 1999, durante el primer mandato de Chirac. Pero ese reconocimiento no se ha extendido a la organización sistemática de la represión y la tortura de los argelinos que apoyaban al FLN. Como tampoco lo ha hecho Argelia respecto de las represalias contra la población civil. Del lado francés, resalta el silencio que guardó Mitterrand, el presidente que en 1981 abolió la pena de muerte, pero que durante su oscuro pasado en los ministerios de Interior y de Justicia de la IV República, no le hizo ascos a su aplicación contra militantes del FLN o simpatizantes de la causa. Así, cuando en mayo de 1957 abandonó la plaza Vendôme, sede del Ministerio de Justicia, 45 condenados a muerte habían pasado durante 16 meses por la veuve, la viuda, como así se denominaba a la guillotina (F. Malye y B. Stora, François Mitterand et la guerre d’Algérie. Calman Lévy, Pairs 2010).

Otros sí que han hablado no hace tanto, como es el caso de un antiguo héroe militar y torturador en Argelia, el general Paul Aussaresses que en su libro, Services Spéciaux Algérie 1955-1957. Perrin 2001), detalla con pelos y señales cómo, por ejemplo, liquidó al líder argelino Ben M’hidi, haciéndolo pasar como un suicidio.

En fin, trazos de una traumática historia política de una Argelia, cuyo presente se enfrenta a un futuro heredero de un pasado en el que la joven nación tuvo que empezar casi desde cero. La democracia está todavía por hacer, la economía depende mucho de los hidrocarburos, un tercio de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y el efecto de la llamada primavera árabe no se ha producido. Se anuncian, no obstante, reformas institucionales para, de nuevo, limitar el mandato presidencial del sempiterno Bouteflika y permitir el acceso de la oposición a la televisión pública. Se apunta que en las próximas legislativas la alternativa política pueda estar en los islamistas que ya ganaron en 1992 y no les fue reconocido el triunfo. Pero poder político y religión, trufados, no será nunca un signo liberador para los argelinos, los pueblos árabes, ni para nadie que se lo proponga.

Marc Carrillo es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Pompeu Fabra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_