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ESTADOS UNIDOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Hasta qué punto es grave el lío de los bancos?

El riesgo de recesión ha aumentado y el de inflación ha disminuido: tiene sentido que la Fed vire un poco a la izquierda

Empleados fuera de la sede cerrada de Silicon Valley Bank, el 10 de marzo, en Santa Clara, California.
Empleados fuera de la sede cerrada de Silicon Valley Bank, el 10 de marzo, en Santa Clara, California.JUSTIN SULLIVAN (AFP/Getty Images) (Getty Images via AFP)
Paul Krugman

Estoy de vacaciones e intento pasar unas semanas sin pensar en lo de siempre, pero al final no puedo mantenerme al margen del debate sobre la repentina oleada de crisis bancarias y su efecto en las perspectivas económicas. Como todo el mundo sabe, el Silicon Valley Bank (SVB) ha sido intervenido por la Corporación Federal de Seguros de Depósitos tras enfrentarse a un clásico caso de pánico bancario. Pronto lo siguió el Signature Bank, y el First Republic Bank está sometido a fuertes presiones. Las autoridades suizas han organizado la absorción de Credit Suisse, uno de los principales bancos, por parte de su rival UBS. Y todo el mundo se pregunta qué otras minas terrestres están a punto de estallar.

Va a haber muchas indagaciones sobre por qué estos bancos se han metido en semejante lío y cómo han conseguido hacerlo. En el caso del SVB, parece que los reguladores sabían desde hacía tiempo que se trataba de un caso problemático, pero por alguna razón no lo frenaron o no pudieron hacerlo. Sin embargo, las cuestiones más acuciantes tienen que ver con el futuro. ¿Hasta qué punto el desastre bancario cambia las condiciones de la economía? ¿En qué medida debería cambiar la política económica? Algunos analistas lanzan advertencias apocalípticas sobre la hiperinflación y el colapso inminente del dólar. Pero, casi con toda seguridad, esto es lo contrario de la verdad. Cuando los depositantes retiran su dinero de los bancos, el efecto es desinflacionario, incluso deflacionario. Eso fue, desde luego, lo que ocurrió en los primeros años de la Gran Depresión.

La crisis de ahorros y préstamos de la década de 1980 no alcanzó el nivel del crac de 1929, en gran medida porque, por lo general, los depositantes estaban asegurados, de manera que se les reembolsó la totalidad de sus fondos (a enorme costa de los contribuyentes) a pesar de las grandísimas pérdidas del sector. Aun así, la crisis posiblemente frenó los préstamos a las empresas, especialmente en el sector inmobiliario comercial, lo cual contribuyó a la recesión de 1990-1991. Y la crisis financiera de 2008 también fue desinflacionaria y contribuyó a provocar la peor recesión económica desde la Gran Depresión.

¿En qué se diferencia de ellas el caos actual? No cabe duda de que supondrá un lastre para la economía. Pero, ¿de qué magnitud? ¿Y en qué medida debería cambiar la política económica, en particular las decisiones de la Reserva Federal sobre los tipos de interés? La respuesta es sencilla: nadie lo sabe. Esto es lo que sí sabemos: no parece que los depositantes estén pidiendo dinero en efectivo y guardándolo debajo del colchón. Sin embargo, sí que están transfiriendo fondos de los bancos pequeños y medianos, en parte a bancos grandes, y en parte a fondos del mercado monetario.

Es probable que ambos tipos de entidades concedan menos préstamos a las empresas que los bancos pequeños que ahora están bajo presión. Los grandes bancos están sometidos a una regulación más estricta que los pequeños, ya que se les exige que dispongan de más capital (exceso de activos sobre pasivos) y de más liquidez (una proporción más alta de sus activos dedicada a inversiones que puedan convertirse fácilmente en dinero contante y sonante). Los fondos del mercado monetario también tienen que cumplir unos requisitos de liquidez bastante severos. Si añadimos la probabilidad de que incluso los bancos que no han sufrido una retirada masiva de depósitos se vuelvan mucho más cautelosos, es probable que nos encontremos ante una grave reducción del crédito. De hecho, las turbulencias bancarias tendrán un efecto muy parecido a una subida de tipos de interés.

Hace un par de semanas escribí que la Reserva Federal navega a través de una densa niebla de datos, tratando de atravesar el estrecho entre Escila, el monstruo de la inflación, si se queda corta apretando, y Caribdis, el monstruo de la recesión, si se excede (o tal vez sea al revés; las aportaciones de los expertos en Homero son bienvenidas). Pues bien, la niebla se ha vuelto aún más espesa. Pero está claro que el riesgo de recesión ha aumentado y el de inflación ha disminuido, así que tiene sentido que la Reserva Federal vire un poco a la izquierda.

Probablemente lo que esto signifique en la práctica sea que la Reserva debería suspender sus subidas de tipos hasta que se despejen algo más el panorama de la inflación y los efectos del lío bancario, y debería dejar claro que eso es lo que está haciendo. No parece existir mucho peligro de que el banco central de Estados Unidos pierda su credibilidad en la lucha contra la inflación si se da un tiempo para orientarse. Las previsiones de inflación parecen muy bien ancladas. ¿Debería la institución ir más allá y rebajar los tipos? Aunque por lo general soy una paloma monetaria, yo no pediría una rebaja real, al menos no de momento. Entre otras cosas, eso podría transmitir una sensación de pánico.

Y aunque la oleada de problemas bancarios ha conmocionado a casi todo el mundo, el pánico no parece la respuesta adecuada.

Por otro lado, que la Reserva Federal siga con las subidas de tipos precisamente ahora podría enviar la señal contraria: una sensación de desorientación. Parece que es el momento de decir: no actúen por actuar; quédense quietos. Por si sirve de algo, la verdad es que me tranquiliza un poco la forma en que los responsables políticos están respondiendo a la actual oleada de problemas bancarios. Algunos de nosotros recordamos los amargos debates de 2008-2009 sobre cómo estabilizar el sistema financiero. Las instituciones con problemas eran complejas y opacas, y nadie en el poder parecía dispuesto a intervenirlas para poder rescatarlas sin rescatar también a los accionistas. Esta vez estamos hablando de bancos convencionales que pueden ser y han sido intervenidos, protegiendo a los depositantes sin que los accionistas se vayan de rositas.

La conclusión es que, de momento, esto no parece una crisis financiera en toda regla. Pero permanezcan atentos.

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